De una manera más simple o más compleja, lo que queremos todos es atención.
Y la atención es lo que todos tenemos, ricos y pobres, sabios e ignorantes. Este artículo te invita a utilizarla de una manera más feliz.
De pequeños aprendemos distintos procedimientos y argucias para que nuestros progenitores o cuidadores nos den atención (a veces incluso, como en el caso de los psicópatas, de manera complicada y enrevesada), que luego aplicamos de una manera inconsciente en nuestro vivir cotidiano. Esta aplicación inconsciente hace que superpongamos esos procedimientos, ya sea en forma de acciones, pensamientos o emociones, a la realidad circundante, con los consecuentes problemas que ello nos conlleva. Esto quiere decir que aquéllos procedimientos o argucias que nos sirvieron en el pasado para que nos dieran atención seguimos actualizándolos a día de hoy sin que ya tenga ningún sentido, con las consecuencias nefastas en algunos casos conlleva.
La manera de poder liberarnos de estos procedimientos antiguos es, simplemente, darnos cuenta de ellos. Cuando vemos que ignorar al que tengo enfrente, o llorar, por poner un ejemplo, ya no es adaptativo sino todo lo contrario, poco a poco vamos “hilando”, y acabamos por no hacerlo, siempre que veamos que no nos reporta lo que en el fondo buscamos: atención. El segundo paso es aceptar estos procedimientos caducos, para descubrirlos en el momento en el que actúan, que es el único tiempo que existe: el momento presente.
Y no sólo son estos procedimientos caducos infantiles, sino también los hábitos de atender a varias cosas a la vez, de estar en otro sitio en el que está nuestro cuerpo, el que la mente vague sin ton ni son… Y eso provoca infelicidad en la mayoría de los casos. Querer que las cosas sean de distinta manera de como son es uno de los ejemplos de cómo nos evadimos del momento en el que estamos.
Este tipo de hábitos y procedimientos nos llevan a no vivir lo que toca, que es lo que tenemos delante de nosotros.
Puedes decidir vivir más lo que hay, sin evitar lo que se muestra ahora, sea rabia, tristeza, alegría o desidia. Lo que nos complica realmente es no querer vivir en lo que estamos. Mi trabajo de psicoterapeuta se basa fundamentalmente en que los clientes vivan lo que están viviendo, pues no hacerlo les provoca infelicidad y otras complicaciones, aunque sea vivir la tristeza. Dicen que más vale ponerse una vez rojo que cien amarillo. Es mejor sentir la tristeza de una pérdida en el momento de la pérdida, que hacer que no lo sentimos y acabar con estrés por la tensión que provoca el mantener esta falsa tapadera de la tristeza, o de lo que quiera que estemos tapando. A veces tapamos la tristeza con la rabia. Otras, la rabia con la tristeza. A menudo complicaciones innecesarias.
Lo interesante de la vida realmente, es las veces que estamos aquí, y que vivimos el ahora. No importa si hablamos de jardines, de casas, si estamos trabajando, escuchando a una persona o viendo la televisión, u observando nuestros procedimientos caducos. Lo importante es que lo observemos e integremos, y que lo que hagamos, lo hagamos en este instante.
El otro día estuve fascinada observando los movimientos de un bebé durante 10 minutos, sin poder quitar la vista de él. ¿Qué es lo que tienen esos movimientos, torpes muchas veces, pues aún no son diestros con su cuerpo? Atención. Son movimientos conscientes, aún en la inconsciencia de un bebé.
Para estar en el presente, hay que practicarlo. Simplemente. La felicidad no se da en ningún otro sitio que no sea aquí. Y esto puede parecer una obviedad, pero conviene recordarlo, pues parece que se nos olvida. Podemos pensar que en el Caribe seremos más felices, y posiblemente unas vacaciones allí nos hagan más felices por unos momentos, porque dejaremos el pasado y el futuro, aquello que nos estrella en esta vida agitada y llena de actividades.
Y también lo podemos hacer en el tiempo actual, más barato, más accesible, siempre que nos acordemos; cuando partimos una cebolla, por poner un ejemplo. Sentimos cómo el cuchillo entra en la superficie. Sentimos las lágrimas en nuestros ojos. O mientras conducimos. Vemos el espacio alrededor. Observamos nuestra forma de conducir, y los pensamientos de que es buena, o mala, o indiferente. Observamos nuestros juicios de cómo conduce el de al lado.
Por tanto, os propongo estar lo más presente posible. ¿Y eso cómo se hace? No hay, en realidad, un presente largo. Hay un presente eterno, porque en ese instante no existe nada más, ni siquiera el tiempo. Muchas veces hemos experimentado la diferente medida que tiene el tiempo. No es lo mismo 5 minutos esperando a alguien, que 5 minutos mirando el Facebook. Porque esos momentos en los que el tiempo “mide más” es porque los vivimos más intensamente, más profundamente.
Esta propuesta es mucho más fácil de lo que imaginamos. Porque no es algo a hacer mañana, o durante un mes. Es algo a hacer ahora mismo. En este preciso instante.
Según estás leyendo estas líneas, siente los pies, siente la ropa en la piel. El peso de tu cuerpo en la silla, o donde esté apoyado. La respiración, cómo entra el aire en el cuerpo, y cómo sale. Observa los pensamientos acerca de lo que haces, o de lo que hiciste o harás, o lo que quiera que ocupe tu mente, e intégralo en tí. Sigue sintiendo. Observa qué emoción o energía tienes en este momento, e intégralo en tí. Dale la bienvenida, sea lo que sea. Y sigue sintiendo. El aire en la cara. En las manos. Siente la cara. Deja que se vaya las tensiones de la cara. ¡Si ya te has perdido, empieza de nuevo a leer el párrafo! Solamente puedes sentirlo aquí, donde estás. Utiliza los cinco sentidos ahora: la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto. Descansa en este momento.
Y el comienzo es sencillo. Puedes empezar ahora mismo. Es tu decisión.
Marta Gabriela de Aranzadi Pérez de Arenaza
Especialista en Educación Consciente y Mindfulness
Psicóloga, psicoterapeuta gestalt y consteladora familiar en Espacio Orgánico.
Autora del blog www.aprenderaconocerse.com
www.espacioorganico.com