La Revelación Silenciosa de la Mirada: Un Viaje al Corazón Humano

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Los ojos solo ven lo que la mente está preparada para comprender
Henri Bergson

Una mirada lúcida, respetuosa y cordial (que sale del corazón), es como una caricia suave, un beso en el rostro. Y este beso fue lo que salvó a una niña argentina de la calle, la mendicidad y la prostitución. Tras haber sido abandonada por sus padres y haber sufrido abusos en un orfanato, un solo gesto cambió su vida. Al mendigar a la puerta de una iglesia, una elegante señora con abrigo de piel se acercó. La niña le pidió unos pesos; en lugar de dinero, la mujer le pidió un beso. La pequeña, sorprendida, nunca había recibido ni dado un beso antes. Ese simple intercambio le devolvió la dignidad que había perdido.

La mayoría de las personas ignoran realmente su potencial; pero sobre todo, ignoran su verdadera identidad. Muchos se sienten culpables y cargan con limitaciones, mendigando miradas de aceptación. En un círculo para hombres, uno de los participantes, un talentoso profesor de clown, nos guió a sostener la mirada de otros. Muchos de nosotros luchamos para mantener la mirada, tensos y nerviosos, enfrentando miedos propios reflejados en el rostro de los demás.

En la sociedad occidental, la mirada ha sido castigada. A menudo se percibe como agresiva o sexual, perdiendo la curiosidad inocente que los niños conservan. Durante las sesiones de terapia, muchos se inquietan si se les mira de frente durante un silencio prolongado, suponiendo una demanda implícita o un juicio. Es como si la mente albergara laberintos oscuros que deben protegerse.

Cierto es que en el desarrollo personal y espiritual hay momentos de profunda incomodidad; atravesar zonas pantanosas para descubrir el verdadero ser puede ser aterrador. Pero al iluminar lo que se ha relegado y olvidado, se encuentran no solo viejas heridas sino también un potencial vasto. El inconsciente revelado no nos daña, sino que amplía nuestras perspectivas.

Lo que importa en cualquier proceso de sanación es la mirada lúcida, respetuosa y cordial, que debe comenzar por un mismo. Un terapeuta que mira hacia sí mismo puede mirar a otros con generosidad y empatía. Cada persona que llega a mi consulta no es vista como enferma; más bien, como un ser que ha perdido temporalmente su centro. El potencial está ahí, esperando ser despierto.

Cuando Rembrandt pintaba, comenzaba desde un fondo oscuro, iluminando la obra hasta revelar su maestría, tal como ocurre en un proceso terapéutico. La decisión de cómo y qué mirar transforma nuestra experiencia del mundo. Cambiar la forma en que miramos transforma nuestro contexto real.

Un espejo y una fotografía pueden ser testimonios de nuestra emoción y nuestra esencia. A través del ojo del fotógrafo Sebastiao Salgado, las instantáneas pueden capturar la eternidad, tocando lo más profundo de nuestra humanidad. Sin embargo, vivir detrás de imágenes superficiales y momentáneas nos pierde. En 2014, por ejemplo, más personas murieron en intentos de ‘selfies’ que por ataques de tiburones, reflejando un hambre desesperada de validación.

Este entorno de imágenes de consumo rápido ha creado estrechas rendijas a través de las cuales solo vemos sombras de lo que realmente somos. Mientras exploramos la profundidad y confrontamos nuestros miedos, podemos emerger y encontrarnos mirando hacia las estrellas, donde la luz de un universo pasado se refleja a través de nosotros. Somos más que solo materia; como dijo el místico Meister Eckhart, “el ojo con el que veo a Dios es el mismo ojo con el que Dios ve en mí”.

El Maestro Zen Miguel Mochales afirma que “Dios mirando a Dios se llama ser humano”. En esta búsqueda de la esencia del Chi, de esa energía vital que nos conecta a todos, es esencial recordar que lo más profundo reside en la mirada, en el acto de ver y ser visto.

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