“Reducir al prójimo a su etnia, su raza, su religión, sus errores, sus culpas y su peor comportamiento nos ciega sobre lo que es él y sobre nosotros mismos”.
(Edgar Morin. La Vía. Para el futuro de la humanidad. 2011)

Los terribles acontecimientos sucedidos en Paris hace tan sólo un par de días cuando escribo esto parecen confirmar nuestros peores temores: la guerra, adopte la forma que adopte, es el gran cáncer humano, un cáncer que hasta el momento no hemos sido capaces de extirpar. La guerra siempre parece justificada, nadie la ha considerado nunca un capricho y los que la apoyan no toman consciencia de hasta qué punto es un negocio. Los hombres fuertes, los poderosos, toman sus decisiones, asumen sus responsabilidades y dictan nuestros sacrificios en honor a sus interesados valores. ¿Por qué sólo respondemos con contundencia cuando somos atacados?, ¿no podemos responder con contundencia cuando un genocidio sucede a nuestro lado? Las respuestas a las “crisis humanitarias” se toman con bastante más tiempo y son bastante más ambiguas y parciales. Ya tenemos “un malo”, ya podemos sentirnos con derecho a mirar exclusivamente por nuestros intereses; al fin y al cabo la guerra los vuelve urgentes, para eso se ha inventado.

¿Es que alguien cree que en un mundo tan profundamente injusto y cruel como el nuestro es posible que haya paz?, ¿alguien realmente cree que nuestros “valores occidentales” son la respuesta al dolor que hay en el mundo? Nuestra civilización “desarrollada” se basa en la esclavitud, sus cimientos están podridos y los abusos que no dejamos de practicar generan un odio enloquecedor que se vuelve inevitablemente contra nosotros. “Ellos” harían lo mismo, claro; los “valores orientales” tampoco son la respuesta a nada, y los imperios del otro lado del globo son tan crueles y fanáticos como lo son los nuestros. El poder se vuelve abominable en manos humanas con sorprendente facilidad.

Identificarnos con una patria, una raza, una religión… nos enloquece, nos hace creernos distintos y mejores que los que pertenecen a ese otro “grupo” que siempre resulta tan sospechoso. Cuando la verdad es que la tierra es nuestra patria y nuestro único hogar. El popular astrónomo Carl Sagan difundió una impactante imagen de la Tierra tomada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de 6.000 millones de Kilómetros; la fotografía muestra nuestra amada Tierra como una pequeña mota o punto de luz prácticamente imperceptible en medio del cosmos. La foto fue tomada el 14 de febrero de 1990. Sagan publicó en 1994 un libro al que llamó, inspirándose en esta fotografía, “Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio”, donde recoge las reflexiones a las que le llevó esta imagen:

Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante. Pero para nosotros es diferente. Considera de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez oíste hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido en él. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de ideologías, doctrinas económicas y religiones seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada profesor de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie ha vivido ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.

La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina de este píxel sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo… Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.

Creo que Sagan nos dice todo lo que necesitamos saber para resolver el callejón sin salida en el que nos encontramos. Como lo han hecho y lo están haciendo tantos pensadores como él, nos recuerda que compartimos un único hogar y una única historia, “la historia del ser humano”. De nosotros depende salir de las cavernas en las que aún nos encontramos y darnos cuenta de que enfrentándonos no llegamos más que a nuestra propia destrucción.

La guerra jamás es una respuesta. Hasta ahora las mujeres siempre hemos sido las primeras en decirlo y deberíamos seguir siéndolo, porque siempre hemos sabido lo que vale una vida. La respuesta al terrorismo, que está basado en un odio enloquecido debe ser restaurar la justicia en los pueblos de dónde sacan a sus fanáticos; si nos limitamos a bombardearlos, a incrementar nuestro racismo, a cerrar nuestras fronteras y a negar el reparto de los bienes que deberían ser comunes, estaremos cavando nuestra propia tumba. Es natural odiar al que te odia, por eso el que te odia te sigue odiando a ti. Naturalmente no siempre es posible quererse pero desde luego que es posible convivir.

Susana Espeleta
Psiscologa colegiada
Pisoterapeuta individual y de grupo
S_espeleta@yahoo.es