Los niños, almas sabias en conexión con su esencia, disfrutan especialmente del espíritu navideño. Celebremos con ellos la navidad del sol, que desde épocas muy antiguas se festeja con ceremonias de fuego y que entraña una festividad auténtica que fortalece nuestra energía y colma de magia y poder a nuestras hijas e hijos.
Narra James G. Frazer en su obra La rama dorada cómo la Navidad es un periodo lleno de encantamientos y rituales desde tiempos inmemoriales. El motivo de que se celebrasen festivales en esta época del año era el solsticio de invierno, es decir, el momento en que el sol renace en el día más corto del año y su luz y su calor empiezan a crecer hasta llegar a su apogeo en el comienzo del verano. Navidad es una palabra que se usa desde el siglo XIII como abreviación de natividad, que significa ‘nacimiento’, por lo que hablamos de navidad del sol para referirnos al nacimiento del sol que tiene lugar sobre el 23 de diciembre y cuya celebración desde épocas anteriores al cristianismo fue reemplazada para festejar la festividad religiosa.
Entender este cambio de perspectiva hacia la navidad del sol puede servirnos para vivir estas fechas de una manera distinta a los estereotipos de nuestra sociedad, que se nutren del consumismo y de las reuniones familiares más o menos triviales. Una celebración con nuestros hijos cercana a nuestras raíces en la tierra y a las costumbres ancestrales se hace realmente entrañable y hace que tanto ellos como nosotros nos sintamos poderosos y llenos de energía para comenzar el nuevo período que el nacimiento del sol propicia.
El primer rasgo de la navidad del sol es el contacto con la naturaleza. Precisamente las palabras naturaleza y navidad proceden de la misma raíz latina nat-, que significa ‘nacer’. Amparándonos en las inclemencias del tiempo y las pocas horas de luz hacemos que los niños pasen horas y horas en las casas, pero ni el frío ni la noche son causa justificada para no estar al aire libre.
Tenemos muchas formas de acercarnos con ellos a la naturaleza en estos días, como hacer rutas de senderismo por la montaña o por playas y acantilados, subir a la nieve a deslizarnos en tren sobre un plástico o reunirnos en un lugar sin contaminación lumínica para contemplar las estrellas o narrar cuentos a la luz de la luna. Y, especialmente, sentarnos alrededor de una hoguera que alimente de fuego nuevo al sol, renovando la tradición que durante siglos llevaron a cabo nuestros ancestros. Junto a este fuego renovador podemos celebrar un sencillo rito en el que quememos simbólicamente objetos que representen aquellas circunstancias de las que deseamos desprendernos.
La segunda peculiaridad de la navidad del sol es la puesta en marcha del poder de la simplicidad. Por un lado, simplificar en el número de actividades que hagamos con los niños para evitar ir con prisas de un sitio a otro. De este modo, apartados de la presión de los horarios, nos sentiremos tranquilos y esta relajación será la que transmitamos a nuestros hijos.
Por otro lado, simplificar nuestro consumo de forma que adquiramos el mínimo posible de objetos nuevos, o ninguno en el mejor de los casos. Conseguimos así no sumarnos a la devastación del planeta que el ritmo de producción y consumo desmesurados está provocando. Podemos optar por regalar cosas hechas por nosotros, como una canción, una tarta o un masaje; o por regalar entradas a un teatro o a un balneario; o cualquier otra opción que no contribuya al efecto almacén que se produce en tantas casas al ir guardando objetos innecesarios. Aplicaremos la misma medida para los juguetes de los niños: mejor pocos, sencillos y elaborados con materiales de reciclaje cuando sea posible. El momento mágico de expectación y sorpresa que contemplamos cuando un niño pequeño abre un regalo se convierte en un acto mecánico e intrascendente cuando son muchos los paquetes que debe abrir.
Por último, la navidad del sol se caracteriza por encuentros familiares en los que el poder de la impecabilidad es el ingrediente fundamental. Navidad es sinónimo de tiempo en familia, pero muchas veces estas reuniones nos resultan superficiales, tediosas, incómodas e incluso tensas. Evitemos este modelo de relación familiar falto de autenticidad, pues debido al poder de la imitación nuestros hijos asimilarían este tipo de relación y sería la que de alguna manera perpetuasen.
Apostemos por relacionarnos desde la impecabilidad, que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos e impide el despilfarro de nuestra energía. Seamos amables y empleemos solo palabras agradables con todos los miembros de la familia, incluida esa prima o ese tío que nos lo pone difícil. Hablemos mirando con limpieza a los ojos de quien escucha y seamos generosos con nuestra sonrisa y con largos abrazos. No nos tomemos personalmente ningún comentario que nos hagan, entendamos que solamente reflejan el estado de la persona que lo emite y restemos importancia a su contenido. Y recordémonos en todo momento que nuestra actitud con los demás es un modelo que nuestra hija o nuestro hijo va a asimilar y reproducir.
Preparemos actividades en grupo diferentes a las habituales y con un valor simbólico de cara al nuevo año solar que empieza. Por ejemplo, transplantar un plantón de olivo o de roble que simbolice el amor de la familia, asistir a un concierto de cuencos tibetanos y gong que con sus vibraciones nos llene de paz, u organizar para los niños una búsqueda del tesoro en la que el tesoro sea una cadena de muñecos de papel que representen a todos los miembros de la familia. Si disponemos de chimenea, podremos poner en práctica la antigua costumbre del tronco de navidad, propia de países como Inglaterra, que consiste en quemar un gran leño de roble que ilumine y caliente la casa durante toda la noche y alimente al sol que nace.
Nuestros antepasados, nos dice Frazer, prendían grandes hogueras para abastecer de fuego nuevo al sol. Para encenderlas friccionaban trozos de madera de roble, el árbol sagrado. Puesto que de la madera saltaban las chispas, creían que el fuego residía en el roble y que el muérdago, que lo cubría con sus hojas siempre verdes y sus frutos brillantes, era la planta mágica que proporcionaba las semillas del fuego al roble. Es así como el muérdago se convierte en la rama dorada de la que emana el fuego del sol naciente, la rama dorada de la navidad del sol.
Julia Brook,
autora del libro Niños fuera de la caverna
www.fueradelacaverna.com