En una época en la que la falta de tiempo nos aboca a la prisa y la impaciencia, apostar por la reflexión profunda, más aún en momentos de ansiedad, supone un gran esfuerzo. Sin embargo es indispensable enfrentarse al sentido de la angustia para estar al mando de la propia vida y tener alguna oportunidad de ser feliz.

Entenderse a uno mismo es complicado pero no estamos solos. El ser humano siempre se ha interrogado en torno a su propia existencia y podemos encontrar orientación y consuelo en lo que otros han dilucidado. Históricamente se ha reflexionado sobre cuatro grandes fuentes de angustia: la muerte, los límites que impone la realidad, nuestra solitaria y responsable libertad, y la inevitable dependencia del otro.

1. La muerte

Kierkegaard situaba en la amenaza de dejar de existir el origen de nuestra angustia o ansiedad, pero también consideraba que a través del enfrentamiento a ese “vacío” la vida podía experimentarse de manera más plena. Para él la clave era asumir la responsabilidad de darle un sentido personal siendo auténtico y valiente.

La conciencia de la muerte nos ayuda a saber qué es lo importante y nos impulsa a no demorarnos demasiado en la persecución de nuestros deseos. Por otro lado el temor a perder lo que tenemos puede impedir que nos aventuremos en la vida; y es que también hay que aceptar la “muerte” de las etapas vitales, las relaciones, las ilusiones…

Todo lo que amamos es mortal y aun así debemos entregarnos de corazón a ello, porque solo existe verdaderamente lo que nos importa profundamente. Nuestra propia muerte puede ser la mayor fuente de coraje; al fin y al cabo nada es para siempre.

2. La realidad

El ser humano depende del medio que lo rodea tanto como cualquier otro ser vivo, pero parece ser el único que ansía liberarse de las limitaciones que esto le impone. Establecemos una relación con la naturaleza similar a la del adolescente con su madre; la necesitamos infinitamente más de lo que reconocemos y no la cuidamos en absoluto.

Al humano le disgusta la falta de control y lucha continuamente para trascender sus límites. Este es el secreto de nuestra enorme capacidad de superación pero también la causa de nuestros comportamientos destructivos. Tan valiente es luchar como saber retirarse. Lo importante es que seas tú quien lo decide.

3. La libertad

Para filósofos existencialistas como Sartre la ansiedad deriva de la absoluta libertad y responsabilidad de nuestros actos. En ese sentido cuantas más opciones tenga una persona, más angustia o ansiedad padecerá; a veces no hay nada peor que poder elegir.

La vida adulta debería caracterizarse por su falta de “excusas”. Somos lo que hacemos, y sea cual sea nuestro pasado lo definitivo es la manera en la que gestionamos nuestra “herencia”. Debemos valorar nuestras iniciativas independientemente de los resultados que produzcan. Lo importante es que lo hemos intentado; nadie es adivino y hay que perder el miedo a equivocarse.

4. El otro

Otra fuente de ansiedad y angustia es la inevitable dependencia de los demás. Desde que nacemos tememos ser juzgados y queremos ser valorados, pero también necesitamos sentirnos independientes y rebelarnos. Gran parte de nuestra felicidad va a estar sujeta a cómo nos manejamos dentro de esta irresoluble contradicción.

El comportamiento de las personas que nos rodean nos afecta; lo que piensan de nosotros nos condiciona emocionalmente e influye en nuestra autoestima. Hay relaciones que nos ayudan a crecer, a pensar más y mejor, a ser más libres. Pero también hay relaciones que nos empequeñecen, acaban con nuestro criterio y nos someten. Saber elegir a quién dar mi confianza y generar vínculos equitativos, respetuosos y amables, no es fácil.

Por otro lado es importante disfrutar de relaciones diversas, y “no poner todos los huevos en la misma cesta”, ya que no hay nadie que cubra todas nuestras necesidades o que coincida con todos nuestros intereses.

Y no olvidemos que para todos nosotros es crucial sentirnos necesarios, a pesar de que en nuestra sociedad el instinto de ayudar al otro sea relegado en favor del individualismo y la competitividad.

La ausencia de responsabilidades y compromisos no da la felicidad

El ser humano no solo quiere ser libre y distinto, sino que también desea pertenecer y resultar útil. La ausencia de responsabilidades y compromisos no da la felicidad; esta va a depender más bien de nuestra capacidad para comunicarnos, negociar y beneficiarnos (en el mejor sentido) de nuestras relaciones.

No todas las emociones (y por lo tanto la angustia) son de igual naturaleza. Algunas de ellas siguen un “circuito” neurológico que las hace dependientes del pensamiento y por lo tanto moldeables por la “razón”; otras en cambio siguen un “circuito” que elude su paso por el córtex cerebral, siendo inmediatas, viscerales y resistentes al cambio. En esas ocasiones no nos basta “entender” por qué sufrimos; necesitamos nuevas vivencias, una inspiración que nos “sacuda” o una relación que nos “saque”.

Los síndromes, los diagnósticos, la herencia genética… son utilizados como vía exculpatoria. Llevan a las personas a sentir que “padecen” algo, y que lo único que les queda es seguir “el tratamiento”, anulándose tanto su responsabilidad como su libertad. Cuando lo cierto es que estamos obligados a preguntarnos por nuestras necesidades y a no dejar de buscar la manera de satisfacerlas. Somos nosotros los que “cuidamos nuestro jardín”.

En psicoterapia el paciente recibe ayuda para descubrir las raíces de su ansiedad  y angustia y tomar medidas constructivas respecto a ello. Construir también significa romper con viejos moldes y renunciar a algún sueño, porque para volver a “nacer” hay que saber “morir”.

Susana Espeleta
Psicóloga. Psicoterapeuta individual y de pareja
s_espeleta@yahoo.es