La soledad es algo inherente al ser humano, pues a través de ella venimos al mundo y sobre ella lo abandonamos. En ella nos relacionamos con nosotros mismos y, por eso, muchas veces la rechazamos por completo.
No es la soledad en sí la que puede desagradar, sino el sentimiento que produce la misma. Inmersos en ella no hay escapatoria ni con lo que entretenerse, por ello, emergen todas las sensaciones de insatisfactoriedad, sobreponiéndose ante la persona y eliminando por completo la capacidad de disfrute consigo misma.
Por no disponer de un sosiego interior y un talante equilibrado perdemos la oportunidad de relacionarnos con la soledad, ya que, como hemos dicho, se verá entorpecida con impedimentos que brotan de lo más profundo de nosotros mismos y sabotearán toda intención de establecernos en ella.
Si nos amigamos con ella podemos ver la otra cara de la moneda, pues es en esa dimensión donde nacen todos los potenciales creativos, donde la inspiración encuentra su canal de acceso y donde hallamos la puerta hacia el silencio interior.
El poeta, el místico, el pintor… Todos ellos se dejan abrazar por la soledad para después sentirse renovados, rellenos, realizados… En ella encuentran el manantial de lo que todo brota y la dimensión en la que poder expresarse.
A veces, frente a la soledad, se produce lo contrario, es decir, en vez de rechazo o aversión, un profundo apego, pues encontramos un refugio más elevado que el puramente renovador. La inclinación a la soledad constante es fruto de miedos, evasión y falta de disponibilidad para enfrentar los sucesos que se van presentando en el escenario exterior. La persona se vuelve más y más adicta a ese refugio, creyendo que está segura de acontecimientos negativos, cuando en realidad no hay nada seguro y todo sigue su dinámica fluctuante.
La soledad se desvanece entonces como instrumento válido para la instrospección consciente y se pierde en el sonambulismo psíquico. La persona convierte su rutina en una foto en blanco y negro, mutila sus posibilidades de relación, debilita el crecimiento que deriva de la interactuación de relacionarnos con los demás, y convierte su libertad en un grillete que le encadena. En el estancamiento ha perdido la capacidad de fluidez, permanece repostando en vez de continuar su viaje; ha caído en la tela que anteriormente había tejido.
La soledad debe ser un apartado más de nuestra configuración existencial. Es signo de salud emocional no darle la espalda a la soledad, sino saber darle su peso específico. En ella pondremos a examen todo lo que se vaya presentando: tedio, aburrimiento, angustia, rabia, pensamientos repetitivos... Es un gran autoconocimento observar qué reacciones se producen estando inmersos en la soledad, pues se abren todas las compuertas que, mediante entretenimientos y quehaceres cotidianos, manteníamos cerradas.
En ella, la soledad, se revela la angustia existencial, el vacío que en algún momento todos hemos sentido. Gracias a ella chequearemos nuestras deficiencias emocionales para, constructivamente, darles un giro y armonizarlas. Veremos nuestra radiografía, veremos lo que aflora de nosotros mismos que, hasta ahora cubierto por el ruido de fuera, no éramos capaces de escuchar.
En la soledad sentiremos plenitud una vez nos pongamos manos a la obra en trabajar nuestro interior; completud, una vez desarrollada. En ella encontraremos el espejo que nos refleja fielmente.
Será nuestra fiel confidente, nos procurará renovación anímica y un espacio para, poder así, desplegar las alas de la Sabiduría.
Raúl Santos Caballero
Escritor y autor del blog En busca del Ser