Desde tiempos inmemoriales, el corazón ha sido considerado en diversas tradiciones místicas como el auténtico núcleo del ser. No hablamos aquí del corazón como mero órgano fisiológico, sino del corazón como esfera del pensamiento y el espacio donde la emoción pura y el amor incondicional resplandecen.
El Camino del Corazón se ha reflejado en numerosas culturas espirituales; representa la travesía hacia un amor y una conexión más auténticos. Para el venerado Ramana Maharshi, el corazón no solo es un órgano que bombea sangre. Junto a él, se encuentra el corazón espiritual, que es la sede de nuestro ser y el refugio que nos invita a buscar.
Aquellas respuestas que escapan de la mente se hallan en este espacio sagrado. En este lugar, el conocimiento se transforma en no-saber, y a medida que nos vaciamos de nuestros pensamientos, comenzamos a recibir luz, emoción y compasión. Aquí es donde el centro del entrecejo o ajna-chakra, conocido como el tercer ojo, permite una visión profunda y liberadora, más allá de las limitaciones del pensamiento binario.
Durante mis clases de meditación, practico el ejercicio llamado “hallar refugio en el propio corazón”. Esta práctica nos permite desconectar del mundo exterior y sumergirnos en nuestro interior, cultivando el silencio y conectando con la pura esencia del ser. Cuando nos bañamos en esta energía revitalizante, sentimos un profundo sosiego y armonía, donde los pensamientos cesan y surge una presencia que nos reconforta e inspira.
Como compartió un sabio yogui que tuve el placer de entrevistar, “no hay múltiples sabidurías, solo una: la del corazón”. Cuando esta sabiduría se manifiesta, comenzamos a experimentar un amor que trasciende el ego; un amor desinteresado e incondicional. Esta es la ambrosía capaz de vencer a la malevolencia y el odio, un amor que incluye en lugar de excluir.
El saludo Namaskar, que significa “te entrego mi corazón”, tiene un profundo significado que va más allá de la cortesía superficial. En el corazón, me decía otro mentor espiritual, se abre el ojo que nos dirige hacia el infinito. Refugiándonos en el corazón, empezamos a cuestionar: ¿quién soy yo? Las respuestas no llegan a través de palabras, sino mediante la experiencia vivencial y la conexión espiritual. Sin embargo, este camino requiere de motivación y paciencia; es necesario superar muchos oscurecimientos para que podamos vislumbrar los primeros rayos de la luz de nuestro sol interior.
Ramiro Calle
Centro Shadak