Todos los seres vivos necesitan tomar decisiones para afrontar las variadas situaciones con las que se encuentran en sus vidas. Continuamente se presentan nuevos estímulos a los cuales hay que reaccionar de una u otra manera. Y las emocionales. Estos sistemas (Panksepp y Biven, 2012) son:
1. El sistema de «búsqueda», que se encarga de ponernos en marcha o activarnos para que vayamos en búsqueda de los recursos necesarios para vivir. En lenguaje coloquial, es el que nos impulsa a «buscarnos la vida«. Es un sistema filogenéticamente muy antiguo, es decir, que se encuentra en todas las especies que poseen sistemas nerviosos complejos.
2. El sistema del «alegría y la cooperación.
Las emociones son fenómenos complejos que incluyen diversos tipos de reacciones corporales y anímicas. Las principales son:
1. Conductas motoras (como la huida, por ejemplo).
2. Ajustes en la actividad de los sistemas simpático y parasimpático (como el incremento de la frecuencia cardíaca).
3. Ajustes hormonales (la secreción de adrenalina, por ejemplo).
4. Las emociones poseen, además, un aspecto subjetivo; la vivencia experiencial de la corazón» (las emociones) y lo que nos dice la «cabeza» (la razón).
De hecho, en la especie humana, sería, al menos deseable, que en el proceso de maduración de ese doble sistema «razón-emoción», tuviera lugar una educación de nuestros niños y jóvenes, para que el desarrollo de su «nuevo» cerebro se realizara de manera óptima. Nuestra especie sigue teniendo problemas para regularse mindfulness) desarrolla de manera específica aquellas zonas del cerebro relacionadas con la regulación emocional. Contribuye, concretamente, a que madure la corteza prefrontal y nos coloca así en mejores condiciones para que esta parte del cerebro module y controle a las estructuras subcorticales responsables de la activación emocional (como, por ejemplo, la amígdala). Expresado en un lenguaje no neurológico, esto quiere decir que cuanto más conscientes seamos de nuestras emociones, más capaces seremos también de transformarlas y de controlarlas. Al final, de lo que se trata es que ese diálogo entre la emoción y la razón llegue a buen puerto y de que, teniendo en cuenta a ambas instancias (las emociones y la razón), seamos capaces de tomar decisiones sensatas y favorables para nosotros y para nuestros semejantes.
Un aspecto importante, aunque quizá no suficientemente conocido de mindfulness, es que esta disciplina incluye, no sólo el hacernos conscientes de lo que sucede en el momento presente, sino también el hacerlo de una manera bondadosa y compasiva. Mindfulness no es sólo un proceso cognitivo, sino también afectivo: incluye amor y compasión. Mindfulness implica la activación del sistema neural del cuidado antes mencionado, sistema cuya función es, precisamente, generar afecto y cariño. Por eso, mindfulness va a encontrar soluciones a los problemas de la convivencia, soluciones que, no sólo sean sensatas, sino también compasivas. Sólo así podremos lograr que la convivencia humana llegue a ser civilizada y pacífica. El camino óptimo pasa por el desarrollo de la conciencia compasiva.
J. Panksepp y Biven (2012). The Archaeology of Mind. Norton&Company, NY.
Vicente Simón
Catedrático de Psicobiología.
www.mindfulnessvicentesimon.com
(Colaborador de HERMESAN www.hermesan.es )