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4 minutos de lecturaActualizado: 19/09/2024Publicado: 07/01/2014Categorías: QUITAPESARESEtiquetas: , , ,

El disponer de una conciencia autoreflexiva egóica, nos otorga una gran libertad, pero también una gran responsabilidad. Libertad de tomar muchas decisiones personales, y responsabilidad de cometer muchos errores en esas decisiones.

Y cuando somos conscientes de los errores cometidos, nuestra autoestima queda muy malparada, y generamos depresión. Y ponemos en marcha la represión de esos recuerdos en la memoria oculta del subconsciente.

Y cuando no queremos ser conscientes de nuestros errores, como así y todo recibimos las consecuencias negativas, nos sentimos perseguidos y atacados injustamente por los demás, y generamos psicosis varias.

A pesar del anonimato que la vida urbana nos promete, la realidad es que cada humano está constantemente delante de una serie de testigos de nuestra conducta, familia, compañeros de trabajo, vecinos cercanos, etc. y esa constante exposición al juicio de los demás, nos estresa y angustia.

Todos esos desequilibrios psíquicos no los teníamos cuando vivíamos dentro de la corriente social de una horda o pequeña tribu bien cohesionada. Por eso cuanto el humano es más humano, con una vida psíquica más autónoma, potente y más desarrollada, más problemas psicológicos tiene.

Porque el humano moderno, debe al ego autoreflexivo, todo lo mejor y todo lo peor que ha conseguido. Por ello los consejos espirituales de luchar contra el ego, hay que entenderlos en su justo punto. Cuando un jugador de fútbol es lo que se denomina un «chupón», que le gustaría estar jugando la pelota él solo constantemente, la solución no es que pase a ser un pasota que se aísle del juego, sino que mantenga esa misma ansia de jugar, pero cambiando su «modus operandi», aprendiendo a hacerlo en colaboración con sus compañeros.

Para eso debe perder el miedo a los otros, ese miedo que se acentúa con la autoconciencia, pues el miedo siempre es miedo de lo otro, de eso otro que aparece con la separación de la unidad grupal. Y ese miedo es el que excita el hiperdesarrollo de los instintos primitivos de autoconservación, empujándonos al egoísmo, la avaricia y la violencia, que nos están conduciendo a una situación personal y colectiva insostenible y a un auténtico callejón sin salida aparente.

Y la salida a esta situación, no pasa simplemente por los llamamientos morales y buenismos inútiles. Pasa por una ampliación de nuestro nivel de conocimiento de la Realidad global, (la tan cacareada «ampliación de conciencia»), y con ello, con un nuevo planteamiento teórico de nuestra realidad, con la asunción de una cosmogonía en la que, ¡de verdad, y sin estériles buenismos!, interioricemos y asumamos que somos integrantes de un colectivo, y que el sentido de nuestra vida, solo y exclusivamente está en el colectivo. Que como decía Marco Aurelio: «Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja».

Y para ello nuestra mente egóico-autoreflexiva debe ampliar su conciencia, (= aprender una realidad desconocida hasta ahora), con la idea de que nuestra realidad individual carece de cualquier sentido, (como muy bien han intuído los existencialistas), y que nuestra única «salvación» posible está en sabernos insertos en una supercomunidad humana, con un único destino global. Lo cual no excluye, sino todo lo contrario, nuestra creatividad y ambición personal de ser lo mas útiles posibles al colectivo.

Y así evolucionar hacia el «homo sapiens» global, u «homo sapiens» feliz. A esta difícil evolución ayudaría bastante conocer la historia y los planes ocultos, (hasta ahora), de nuestra realidad cósmica, y que poco a poco se van entreviendo dificultosamente. Pero no es absolutamente imprescindible.

Ayudaría saber que el «homo sapiens» global o feliz es el mismo «hombre perfecto» adánico-crístico del cristianismo, anunciado por Jesús en su predicación del «Reino de Dios», y predicado por todos los profetas que en el mundo han sido, como Eckhart, Teilhard de Chardin, o nuestro contemporáneo y compatriota Emilio Carrillo.

Saber que uno por uno, somos algo insignificante, pero juntos, somos los «dioses» del lugar: los integrantes-representantes aquí y ahora, (los religiosos nos definirían como «Hijos»), del gran Dios-Inteligencia del Universo, a quienes los mismos ángeles respetan en nuestra autonomía, como señalan los gnósticos.

Si nuestra realidad cósmica y la realidad del «mundo espiritual» se hiciesen visibles para todos, todo sería mas fácil. Pero parece que el plan es que lo consigamos solo por nuestra cuenta, y contamos con todos los elementos necesarios para conseguirlo de forma científica y autónoma. (Continuará)

Isidoro García

Director Revista Quitapesares

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