El disponer de una conciencia autoreflexiva egóica nos otorga una gran libertad, pero también una gran responsabilidad. Libertad de tomar decisiones personales y el peso de asumir errores. Cuando somos conscientes de nuestros errores, nuestra autoestima puede verse gravemente afectada, lo que puede derivar en depresión y una represión de esos recuerdos en la memoria oculta del subconsciente.
Al tratar de ignorar nuestras equivocaciones, aunque enfrentemos consecuencias negativas, a menudo nos sentimos perseguidos y atacados injustamente por los demás, llevando a una serie de problemas psicológicos. A pesar del anonimato que la vida urbana nos promete, la realidad es que cada ser humano está constantemente frente a una serie de testigos de nuestra conducta: familia, compañeros de trabajo, vecinos cercanos, etc. Esta constante exposición al juicio ajeno puede generar estrés y angustia.
El dilema del hombre moderno
Históricamente, esos desequilibrios psíquicos eran menos comunes cuando vivíamos dentro de una horda o tribu bien cohesionada. A medida que el ser humano desarrolla una vida más autónoma y potente, surgen más problemas psicológicos. De esta forma, el hombre contemporáneo debe al ego autoreflexivo tanto lo mejor como lo peor que ha conseguido. Por ello, los consejos espirituales que abogan por luchar contra el ego deben ser entendidos con matices. La solución no es que un jugador de fútbol que se abalanza sobre el balón pase a ser un introvertido. Debería transformar su imperiosa necesidad de brillar en una colaboración efectiva con sus compañeros.
Superando el miedo y abrazando la colectividad
Para ello, es vital eliminar el miedo a los demás, un miedo que se intensifica con la autoconciencia, donde cada uno tiende a evitar el contacto con el grupo. Este miedo es un disparador de los instintos primitivos de autoconservación que pueden impulsarnos hacia el egoísmo y la violencia, generando una situación personal y colectiva insostenible. La solución no está en un llamado a la moralidad, sino en un entendimiento más profundo de nuestra realidad colectiva; una ampliación de conciencia.
Comunicamos aquí la urgente necesidad de trascender hacia una cosmogonía en la que se reconozca que pertenecemos a un colectivo, donde el sentido de nuestra existencia reside en nuestra interconexión. Como afirmaba Marco Aurelio: “Lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja”.
La búsqueda de la felicidad colectiva
Ciertamente, nuestra realidad individual pierde relevancia cuando la vemos desde un marco más amplio. Hay que entender que nuestra verdadera salvación radica en nuestro reconocimiento como parte de una supercomunidad humana con un único destino global. Esta idea no excluye nuestra creatividad y ambición por ser lo más útiles posibles al colectivo. El avance hacia el “homo sapiens” global, o bien hacia un “homo sapiens” feliz, es una evolución ineludible.
La historia y comprensión de la realidad cósmica son recursos que pueden ayudar en esta transformación. Reconocer que el “homo sapiens” global es el mismo hombre perfecto del cristianismo mencionado por Jesús, y por profetas como Eckhart y Teilhard de Chardin, es esencial en el camino hacia nuestra realización como colectivo.
El conocimiento de que, individualmente, somos insignificantes, pero juntos conformamos la inteligencia y los dioses de este plano, es lo que nos puede llevar a una evolución digna y plena. Parece que el plan es que descubramos estos aspectos de manera autónoma mientras contamos con todos los elementos necesarios para hacerlo, de forma tanto científica como emocional.
Isidoro García
Director Revista Quitapesares