La nube del no entender

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Hay gente que no entiende bien las cosas. En un juzgado, el juez dictó sentencia en un divorcio: «He decidido concederle a su mujer 2.000 euros al mes de pensión, ¿tiene algo que añadir?. Y el despistado nuevo divorciado dice: «Ha sido usted muy generoso, señor juez. A ver si yo puedo algún mes añadirle algún dinerillo más».

Pues en la espiritualidad pasa lo mismo. Ya San Juan de la Cruz decía: «que triste para las almas es no saberse comprender».

Hay un libro de espiritualidad del siglo XIV, de autor inglés desconocido, que se titula «La nube del no saber». En él se indica que para recibir la iluminación divina es preciso refugiarse tras una nube del no saber, dejando un vacío para que lo llene la inspiración divina.

Pero eso quizás vale para los saberes inefables, altamente sagrados. Pero para el conocimiento básico de todo lo demás es necesario un conocimiento certero de la realidad. Pero en esta búsqueda hay mucha gente que busca y busca pero no acaba de encajar las piezas.

Y esto es fundamental para seguir captando nuevos conocimientos directamente del mundo, o de los libros de los maestros que intentan explicarlo.

Porque para mirar, ver y comprender el mundo hace falta levantar valientemente una teoría general sistemática que clasifique y ordene en su sitio todo el amasijo de información y conocimientos que hoy ya tenemos, y cuya yuxtaposición asistemática no nos conduce a nada.

Y ante ese maremágnum interior, nos asaltan dos tentaciones que hay que rechazar: el simplismo, y la nube difusa del no entender.

El simplismo es refugiarse en un mundo intelectual simplón con muy pocas variables, un modelo muy lineal que manejamos muy cómodamente, pero que como no responde adecuadamente a la realidad, luego no nos resuelve los problemas, y no hace más que meternos en mas líos.

Pero a pesar de ello nos empeñamos en mantenerlo, autoengañándonos por comodidad y por aversión al esfuerzo.

Pero otros ante esa imposibilidad de cerrar un modelo, se instalan y refugian en un modelo confuso y difuso del «no entender».

Es lo que decía el psiquiatra Thomas Szasz, que hacen muchos, por ejemplo, con la psicología de Jung. Observa que para muchos es «la psicología de aquella persona de mediana edad, hombre o mujer que ansiando una religión es incapaz de creer en nada, viendo el mundo en términos de variedades infinitas de sentidos y misterios«.

Porque la psicología de Jung, al igual que sucede con muchas otras ideas de grandes maestros, resulta que son un espléndido medio pero un pésimo fin.

Si las utilizamos como si fueran una venta en el camino, para aprovisionarnos de elementos para proseguir hacia una meta, son espléndidos. Pero si nos quedamos sentados a la puerta de la venta, admirando la bondad de las provisiones, nos estancaremos y no pasaremos de allí.

Y nos daremos cuenta de que al final hemos hecho todo un largo camino intelectual, para acabar en la puerta de una venta en medio de la nada. Y entonces para justificarnos acabaremos diciendo los típicos topicazos de que cuanto mas se lee, menos se sabe, y de que hay que buscar la «sabia ignorancia».

Por otra parte, Michael Parenti, en «La lucha de la cultura», dice: «Muchos de nosotros nos pasamos la vida intentando dar sentido al mundo en que vivimos. En nuestros momentos de más desánimo este esfuerzo puede parecernos inútil. Pero, lo hagamos de una manera más hábil o más torpe, intentar dar sentido a las cosas es lo que nos hace verdaderamente humanos.

Y no importa lo imperfecto que pueda ser el esfuerzo, a veces puede ser satisfactorio al acercarnos más a la verdad y en cualquier caso siempre será mejor que la música celestial que pretenden hacernos escuchar con engaños aquellos que dominan la sociedad».

Y en esa búsqueda de sentido de las cosas, el elemento clave, está en el papel que otorgamos al conocimiento en la búsqueda de nuestra felicidad personal, y la del mundo que nos rodea.

El Buda es un ejemplo claro de como actuar. Provenía del mundo espiritual hindú, donde estaba sobredimensionada la faceta teórica y cosmogónica. Y Shidarta empieza a interrogarse sobre la utilidad de ese conocimiento, cuando se encuentra ante él, un enfermo, un hambriento y un anciano moribundo.

Y después de mucho buscar llega a la conclusión de que lo único que importa de verdad es mitigar su sufrimiento personal y el del resto de la gente. Y por ello prohibió a sus discípulos toda inútil especulación espiritual, y toda investigación sobre los dioses del cielo, a los que notaba muy lejanos.

Sus discípulos, como siempre ocurre, paulatinamente fueron desobedeciendo esas indicaciones tan extremas, e incluso tres siglos después de su muerte desobedecieron su prohibición expresa de representar su imagen plásticamente.

Su extremosidad práctica, era una reacción cuasi natural al exceso de especulación hinduísta, que ha continuado en el actual hinduismo moderno: el vedanta advaita.

El ideal quizás se halle en un equilibrio cuidadoso. Una espiritualidad muy centrada en la autointrospección obsesiva y en las experiencias personales, y en unos conocimientos gnósticos-cósmicos-esotéricos, pero sin un claro compromiso con nuestra felicidad personal, (como seres humanos, con cuerpo y mente), y la felicidad colectiva, se queda en un solipsismo masturbatorio.

Pero un fuerte compromiso social y personal, sin ninguna referencia espiritual y cósmica, inevitablemente produce muchos momentos en los que nuestra moral se resquebraja ante la enorme dificultad de la tarea de ayudar a crear un mundo mejor.

Eso conduce a una crisis existencial que puede uno intentar ahogarse en un hedonismo personal, que al final no acaba de llenar nuestras expectativas, y por ello es muy frustrante.

El sentirse integrado en un proyecto cósmico de superación, por parte de la especie humana, aporta un sentido a la vida, y otorga un cierto consuelo y ayuda en esos duros momentos.

Dicen que no hay nada mas práctico que una buena teoría. Por ello el pensar no basta. Cuando cada idea esté en su sitio, hay que aplicar el sistema a nuestros muchos problemas actuales, cuyas soluciones, aunque parezca mentira, no son tan difíciles.

Todo consiste en aplicar de verdad, y con valentía, las nuevas teorías del conocimiento que hoy día, tras más de cien años de investigaciones psicológicas tenemos sobre la naturaleza del ser humano.

Isidoro García

Director Revista Quitapesares

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5,7 minutos de lecturaActualizado: 09/12/2013Publicado: 09/12/2013Categorías: QUITAPESARESEtiquetas: , , ,

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