Murió el juez de una localidad y todavía no había llegado su sustituto; pero se planteó una demanda y se requería un juez para llevar a cabo la vista. Como todos los habitantes de dicha localidad tenían constancia de la sabiduría y ecuanimidad de un yogui que vivía en el bosque desde hacía muchos años, decidieron nombrarle juez de forma provisional. Las sencillas gentes del lugar se lo solicitaron y el yogui, para no desairarlas, aceptó.

El día de la vista, el yogui abandonó el bosque y adoptó el papel de juez. Comenzó la vista. La parte demandante expuso su alegato y el yogui-juez dijo:

– Tiene usted razón, toda la razón. Ahora voy a escuchar a la otra parte.

Tras exponer su alegato la parte demandada, el yogui-juez dijo:

– Tiene usted razón, toda la razón.

El escribano no podía creérselo. Pero ¿qué clase de juez era ese que daba la razón a ambas partes?

Indignado, protestó:

– Señoría, está usted disparatando. Pero ¿cómo van a tener razón ambas partes?

Y el juez se dirigió al escribano y dijo:

– Tiene usted razón, toda la razón, ¿cómo van a tener razón ambas partes?


 

REFLEXIÓN:

 

Uno puede llegar a ser muy transigente, tolerante y complaciente con uno mismo y, empero, mostrarse implacable en los juicios y exigencias con los demás. ¿Acaso somos jueces de profesión para tener que estar juzgando, haciendo cargos, pidiendo cuentas, exigiendo e imponiendo, culpabilizando?

Las persona ecuánime y madura no hace cargos a los otros, sino que aprende a aceptarlos como son y luego decide qué tipo de relación, o no relación, va a establecer con ellos. Los seres humanos somos dados a juzgar y descalificar, tendencia insana que hay que ir corrigiendo con la autovigilancia y la fuerza de voluntad. Hay que modificar ese patrón tan negativo que en lugar de sembrar concordia siembra discordia. Al descalificar a los otros, nos descalificamos a nosotros mismos.

Como Buda decía, utilizamos la lengua como un estilete. Es importante en la senda del autodesarrollo, saber regular los pensamientos, las palabras y los actos. Una palabra puede arruinar la vida de otra persona. Las calumnias y difamaciones pueden hacer un daño atroz.

El amor consciente y la compasión son los valiosos antídotos para evitar descalificar a los otros y respetarlos. También decía Buda, con su preclara inteligencia, que la palabra dicha nos hace sus cautivos. Ya no se puede recuperar, como la flecha disparada.

La mente que juzga es un resultado del ego incontrolado; también se convierte en un hábito que no siempre es fácil de superar. Pero en lugar de juzgar tan descarnadamente a los otros, mejor es juzgarse a sí mismo. Y en cualquier caso viene muy bien el recordatorio de las palabras del maestro sufí: «Porque soy débil, comprendo vuestra debilidad». Cuando uno es maduramente consciente de sus propios fallos, es más dado a aceptar los de los demás y empezar a corregir los propios y no censurar los ajenos.

Ramiro Calle

Centro de Yoga Shadak

www.ramirocalle.com