El 12º mandamiento: ¡No sermonear!

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«Todos los santos tienen pasado, y todos los pecadores tenemos futuro». Oscar Wilde

Cuando no sabemos explicar las razones verdaderas y profundas por las que los demás deberían hacer algo, tapamos nuestra deficiencia o nuestra pereza y miseria intelectual, apelando a la moral que así se transforma en pura moralina.

La moralina es apelar genéricamente a que hay que ser «buenos», o solidarios», o «ecologistas». Pero la gente pasa de la moralina como de comer mierda. Y con toda la razón.

Porque la gente quiere razones «razonables». Porque ese tipo de razones poco a poco va calando y acaban siendo aceptadas.

La plaga de los moralistas es peor que la caspa. Mas aún, es la caspa del mundo religioso y espiritual. Cuenta la leyenda que el Rabí Simeón Ben Yojai, en el siglo II, fue condenado a muerte por los romanos, y tuvo que huir al desierto junto a su hijo y discípulo.

Doce años después, Elías que se le aparecía diariamente, le informó de que ya podía volver sin peligro, y al volver vió que su gente estaba preocupada por sus asuntos mundanos, descuidando el estudio y el trabajo sobre lo divino. Y por ello, los increpó duramente.

Entonces oyó una voz de lo alto que le decía: «¿Para eso querías la libertad, a fin de destruir mi mundo?. ¡Para eso mejor estabais en la cueva!».

Así que se volvieron un año más al desierto a reflexionar. Y al cabo de ese año, volvieron, encontrándose el mismo panorama que un año atrás, y Eliazar, el hijo, volvió a increpar duramente a los hombres, mostrándoles sus errores, con frases ácidas y amargas.

Pero el Rabí Simeón, que había aprendido la lección, les trataba con amor, y decía a su hijo: «Deja que los hombres sigan su propio curso. Es suficiente con que nosotros dos nos ocupemos de las cosas eternas».

Cualquiera que escriba o hable en público, debe mantener una constante batalla por evitar la tentación de impartir lecciones de moral y de buen hacer a los lectores u oyentes. O sea de sermonear.

Y eso por dos razones. La primera, porque no sirve de nada. Pero sobre todo, porque la realidad es que nosotros andamos tan despistados como todos. Hace poco ví una foto de un grafitti callejero, que refleja la situación de todos: «Yo tampoco se como vivir… estoy improvisando».

Porque además hay que rechazar la idea de que todos debemos hacer lo mismo. Y eso vale hasta para la búsqueda de la perfección.

Cada uno tenemos nuestro destino, y hemos sido agraciados con unos dones, unos distintos de los de otros, y cada uno «es responsable» de los suyos, como muy bien explican las parábolas evangélicas de las minas y otras.

Hay una frase muy bonita en el Libro de la Sabiduría, sobre la gente que no se dedica específicamente a la búsqueda espiritual: «Ellos mantendrán la fábrica del mundo, y en la obra de su oficio está su oración».

Somos como un gran ejército: está la vanguardia, la retaguardia, los artilleros, los comandos y la intendencia.
Y, ¡ay de nosotros si la modesta intendencia no funciona bien!.

Porque todos hacemos lo de todos y todos vamos juntos para bien y para mal.

Isidoro García

Director Revista Quitapesares

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2,9 minutos de lecturaActualizado: 21/01/2014Publicado: 21/01/2014Categorías: QUITAPESARESEtiquetas:

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