Nos encontramos en el curso de un imparable proceso autoevolutivo, del que surgirá de entre nosotros una nueva subespecie humana mas perfecta, con una serie de capacidades intelectuales y corporales muy superiores a las nuestras actuales, y que traerá a la humanidad, una era de plenitud y de felicidad.
Esto se conseguirá mediante el proceso de acumulación de conocimientos, proporcionados por el ejercicio contínuo de las facultades de la inteligencia: el aprendizaje y la creatividad.
Pero mientras tanto las generaciones sucesivas humanas, vamos avanzando, en busca de la felicidad, en medio de una vida con bastante sufrimiento y desorden general.
El ser humano en su evolución cultural-psicológica, ha aumentado en gran medida su autonomía personal y su libertad individual, pero a costa de pagar un alto precio.
Desde el Renacimiento, con el inicio de la protomodernidad este proceso se va acelerando, y hacia 1950, se inicia una fase final en la que el individuo se acabará de independizar de unas estructuras muy fuertes que le marcaban constantemente el camino que debía seguir, y le dictaban al oído claramente las decisiones que debía tomar.
Estas estructuras eran fundamentalmente tres: la familia, con una fuerte autoridad paterna y una serie de hermanos mayores que te servían de referencia para bien o para mal, la Iglesia, con un fuerte código ético y un gran control de los comportamientos, e incluso el trabajo, donde uno se insertaba en una organización productiva desde los 16 años, como aprendiz y en la que permanecía casi toda la vida, y donde había unas reglas internas implícitas muy claras y precisas.
En la actualidad todo ha cambiado. Una vez debilitados los influjos de esas organizaciones sociales en el control del comportamiento individual, éste se ve abocado a tomar por su cuenta constantes decisiones en su vida, con el grave inconveniente de enfrentarse muchas veces con situaciones novedosas de las que no se tiene experiencia.
Y encima lo tiene que hacer con un órgano decisorio, la mente, que ya de por sí es errática por naturaleza, y encima está sometida a una serie de emociones y complejos soterrados, que distorsionan nuestra percepción de la realidad, a lo que se añaden nuestros condicionamientos genéticos que mediante la vía hormonal nos inducen a una serie de comportamientos claramente irracionales.
Esto inevitablemente conduce a cometer error tras error en nuestras vidas, que se traducen en constantes sopapos en nuestra vidas, sentimental, familiar, profesional y personal en suma y a un sentimiento general de no tener control sobre nuestras vidas.
Antes, no siempre cumplíamos lo que se exigía de nosotros, pero sabíamos perfectamente lo que teníamos que hacer. Ahora hemos reducido mucho nuestro sentimiento de culpa de no cumplir las normas, sustituyéndolo por un fuerte sentimiento de culpa de no saber conducir nuestra vida bien y adecuadamente, que se extiende no solo a nuestras vidas personales, sino también a las de nuestros hijos, de no haberles enseñado bien a vivir.
Rabindranath Tagore ya nos señalaba que interpretamos mal el mundo y luego nos quejamos de que éste nos engaña. Por eso sufrimos mas a causa de nuestra imaginación que de la realidad.
Y esto nos lleva la autoestima por los suelos y nos causa una gran ansiedad. Políticamente sufrimos un proceso de regresión mental e infantilización progresiva respecto a los dirigentes políticos, de los que pretendemos que nos la resuelvan, la vida.
¿Cual es la solución?. La solución a un problema complejo no puede ser fácil. Lo que está claro es que la solución no puede ser volver atrás la historia, que simplemente es imposible. La autonomía individual es un bien supremo para el ser humano, y hay que pasar como sea la fase de maduración personal, afrontando los problemas que traiga consigo.
Isidoro García
Director Revista Quitapesares