La danza se presenta como un ritual sagrado, un vínculo que une lo terrenal y lo celestial. Todos podemos alcanzar los estados que han logrado las grandes bailarin@s, activando nuestros centros energéticos y habitando plenamente nuestro cuerpo para vivir una vida más saludable física, emocional, mental y espiritualmente.
“Cada día que no hayamos danzado al menos una vez es un día perdido”. Estas palabras, atribuidas a Nietzsche en su obra “Así habló Zaratustra”, nos invitan a reflexionar sobre el papel vital de la danza en nuestra existencia.
Grandes bailarin@s, filósofos e intelectuales, así como la ciencia moderna, han llegado a la conclusión de que la danza es más que simple movimiento. Es una forma de vida que propone un viaje profundo hacia nosotros mismos. Rudolf Laban, maestro de danza húngaro del siglo XX, afirmó que deberíamos incorporar la danza a nuestros movimientos cotidianos, un concepto que deseo desarrollar en este artículo inspirado en mi filosofía y en uno de los principios de la enfermedad.
La tradición china, hace milenios, concebía al ser humano como un puente entre el Cielo y la Tierra. Este concepto ha sido olvidado en nuestra vida moderna. La Tierra sustenta y nutre todo lo que existe, incluyéndonos a nosotros mismos. Somos un reflejo del cuerpo, mente y espíritu. La mente y las emociones impactan directamente en nuestro cuerpo físico. Al alinear nuestro ser, absorbemos energía tanto de la Tierra como del Cielo. Este proceso, que ocurre a través de nuestra estructura ósea, nos conecta de manera sutil con nuestros cuerpos energéticos y puede guiarnos hacia un estado de plenitud.
Puntos Clave: Es crucial ser conscientes de nuestros movimientos diarios. Al hacerlo, se facilita una buena postura y canalizamos estas fuerzas energéticas. Así, comenzamos a habitar nuestro cuerpo de manera más consciente y plena.
La naturaleza humana posee un ritmo intrínseco que está en sintonía con nuestra función orgánica: la respiración, los latidos del corazón y el pulso. En la danza, el objetivo es integrar estos ritmos con la música, unificando así nuestras realidades internas y externas. Este proceso no solo oxigena nuestros sistemas y órganos, sino que promueve una comunicación más armoniosa con el mundo que nos rodea.
Cuando hablamos de danza en la vida diaria, hablamos de eficacia y economía del movimiento. Si aplicamos conceptos fundamentales como la posición, la alineación y la respiración, podemos regenerar y revitalizar nuestro cuerpo. Al conectar con el todo a través de nuestro cuerpo, toca la esencia de quienes somos, permitiendo que fluya el movimiento divino a través de nosotros. A lo largo de mi carrera he sido testigo de cómo personas sin experiencia en danza pueden moverse con la misma gracia que una bailarina profesional, cuando utilizan su corporalidad genuina.
Reflexiones Sobre el Poder de la Danza: Historias de bailarinas legendarias como Isadora Duncan, quien enseñó que la danza es la armonía del cuerpo y el alma, y Martha Graham, que afirmaba que “la danza es el lenguaje oculto del alma”, revelan el profundo poder que reside en el acto de danzar. No es necesario tener virtuosismo; más bien, se trata de sentir y articular el cuerpo hacia una conexión más profunda con lo divino.
El Dr. Richard Ebsten, de la Universidad de Jerusalén, encontró que los genes de los bailarines están conectados con aspectos emocionales y espirituales que pueden intensificar nuestra capacidad de comunicación social. Este hallazgo nos recuerda que en el movimiento danzón, también descubrimos y liberamos nuestra esencia más auténtica.
Cuando nos entregamos a la vida, a través de la danza, encontramos la sabiduría que reside en nuestro propio ser. Nuestra integridad física puede ser un reflejo de nuestro universo interno, llevándonos a experimentar la perfección del movimiento, porque, al final, somos DANZA.
Clara Bueno “Arkana”
Bailarina y Maestra
creadora de la metodología de la Danza Karana
Ex juez y sanadora
www.clarabueno.com