Omar Khayyam, nace en Persia en 1073 y murió hacia el 1125. Es uno de los grandes poetas persas.

De padre árabe, fue astrónomo y matemático de la corte de Malikshah. Se conocen su obra sobre álgebra, su comentario sobre Euclides, sus investigaciones en astronomía y su creación de un nuevo calendario.

Pero también fue un poeta que escribió una serie de cuartetas, que recogió y tradujo muy libre y poéticamente, Edward FitzGerald.

No se ha comprendido bien la poesía de Omar Jayyam. Leyéndola literalmente, parece la poesía vitalista, de un agnóstico o incluso directamente ateo. Su traductor, Fiztgerald era de esta opinión y por eso decía: «La audacia epicúrea del pensamiento y del lenguaje de Omar fueron la causa de que fuera visto con recelo en su tiempo».

Otros han intentado «reislamizarlo», realizando una lectura simbólica de sus versos, e interpretando que sus referencias al vino y las mujeres, eran expresiones simbólicas del amor y la unión mística a la divinidad

Pero como señala Rafael R. Guerrero, que hace una glosa del estudio de los estudios del especialista iraní, Sadegh Hedayat, «Omar Jayyam consideraba que la religión, que es fuente de inspiración del hombre, se muestra sin embargo incapaz para dominar los miedos del hombre, y por ello es inútil para luchar contra la inseguridad y la soledad, que le provocaba un universo desconocido. Ello le convirtió en un filósofo escéptico, pesimista y desesperado».

Por ello Omar Jayyam es el prototipo del poeta religioso pero angustiado y existencialista. Fue un filósofo religioso, que comprendió que la religión no es suficiente para vencer los miedos del hombre en este mundo.

Reconocer la realidad, aunque sea dolorosa, es mucho mejor, que crear unas expectativas injustificadas, que más tarde o más temprano van a decepcionar y frustrar mucho más.

Omar Khayyam no escribió su poesía para hacerla pública, quizás porque su fe desesperada hubiera sido considerada impía e incluso blasfema en el mundo islámico de su época. Y él era un personaje de la Corte.

Es el desahogo personal plenamente sincero de un hombre plenamente espiritual cuya vida fue una lucha contínua, por superar el impacto que le ocasiona la visión lúcida de la ingrata realidad de la vida.

«Si quieres conquistar la paz definitiva, sonríe al Destino que te azota».

Omar Khayyam, es el ejemplo tipo de científico protomoderno, materialista incrédulo muy a su pesar:

«El cielo se halla muy lejos

de tus goces y tus penas».

Pero no fue inútil tu vida si intentaste

escuchar la voz de Dios.

Y menos aún, si con sonrisa ligera,

brindaste tu copa al placer.

Aunque contradictorio como todo humano agrega: «No te hartes de almendras dulces. Tienen veneno».

Como todo verdadero agnóstico mantiene constantemente una especie de hilo interior que lo lleva siempre a estar buscando esa deseada verificación de algo que su inteligencia y su formación le obligan a negar. Pero de sus inquietudes espirituales son testigos imparciales sus confesiones al papel:

«Buscaba yo el cielo y el infierno,

mas allá de los límites

de la Tierra y del Infinito.

Pero una voz severa me dijo:

«El Cielo y el Infierno están en tí».

Y esto le lleva a tener que poner en pie una moral cien por cien humanista, totalmente válida para el hombre actual:

«La tristeza es tu sola compañera.

Pero, ¡alza la frente!

Y abre las manos para tomar lo que deseas

y que seas capaz de lograr.

¡Sepulta el cadáver de tu pasado!».

Todos saben que jamás traté

de disimular mis defectos.

Si hay Justicia y Misericordia estoy en paz,

porque siempre fuí sincero».

Pero también la mayoría de edad forzosa y no deseada, de todo humanismo moderno le lleva a una angustia existencialista, que intenta inútilmente apagar mediante el bálsamo del alcohol, y del amor físico. Y además al final confía en la misericordia:

El hombre que ha experimentado

el poder de Dios,

no cultiva en su corazón las malas semillas

del miedo y de la súplica.

«¿Por qué te angustias?. Inútil es tu tristeza.

¡Qué hay después de la Muerte?.

La nada o la Misericordia».

El vino, señala Hedayat, representaba para Jayyam el refugio en el que conjurar la amargura de la vida.

Quizás encuentres el mejor vino,

tan amargo como la vida.

Y sin embargo el vino puede también trocar

nuestra tristeza en agua refrescante.

El calor del vino, al deslumbrarte de luz,

romperá tus cadenas de galeote.

Bebamos escuchando sin temor

el gran silencio del cosmos,

Bebe sentado a la luz de la luna,

pensando en que quizás mañana

esa luna te buscará en vano.

*

Venid, tontos y locos, llenad aún otra copa.

Despertad y venid antes de que

el Destino os la deje llena,

Y se os acabe la hora del beber.

La única arma de que dispone el hombre, para combatir el problema y la dificultad de descubrir el secreto de la creación, la agonía de la existencia humana, la predestinación, y el tiempo, es la aquiescencia a lo fortuito y el vivir la vida en cada momento.

Sin embargo, es una batalla perdida, como señala Guerrero: «En esta lucha al final el Tiempo se impone: la imagen de la desesperación del poeta en su batalla contra el Tiempo es la del anciano canoso que se ve forzado a mantener una copa de vino en su mano temblorosa, concluye Hedayat».

 

Isidoro García

Director Revista Quitapesares