Por mucho que algo no se quiera ver, no deja de ser. Lo que es, es lo que es, pero a menudo nos dejamos condicionar por lo que queremos que sea o lo que tememos que sea.
Si no es lo que queremos que sea, nos sentimos muy frustrados y acarreamos ese sentimiento durante mucho tiempo sin ser capaces de evacuarlo. Si tememos lo que pueda ser, nos sentimos inhibidos, preocupados o atemorizados, a menudo anticipando la calamidad.
Pero lo que es, es lo que es, más allá de juicios, prejuicios, apegos o aborrecimientos. No obstante, se requiere mucha madurez para verlo como es o sentir como ese maestro que cuando le preguntaron qué esperaba, repuso «lo que ocurre». Es el arte de saber enfocar los acontecimientos de la vida desde la calma, la lucidez y el sosiego; aprender a mirar el curso de los hechos desde la sabiduría.

 Lo inteligente es poner los medios lícitos para conseguir lo que uno quiere, pero asumiendo que muchas veces no podemos lograr lo que nos proponemos o deseamos y hay que saber asumir esa situación y aprovecharla para cultivar la humildad, desarticular el ego y saber desarrollar la aceptación consciente.
Todo no se puede controlar, porque hay muchas variables que se nos escapan, pero sí podemos hacer lo mejor que podamos en todo momento y circunstancia; si los resultados tienen que venir, lo harán, pero de otro modo tenemos que asumir que no podemos ejercer control sobre todo y que muchas veces no logramos lo que queremos. Eso causa dolor, pero no hay que añadir sufrimiento al sufrimiento y hay que evitar perpetuar una situación de frustración.
Del fracaso se saca una valiosa enseñanza; el error nos permite corregir; la equivocación es un derecho. Primero hay que ver lo que es, discernirlo y luego actuar en consecuencia. Si algo se puede hacer, se hace; si lo idóneo es no hacer, no se hace. Pero si lo que es lo contemplamos a través del apego o el miedo, no procederemos adecuadamente en consecuencia.

Lo que es no es lo que tememos que pueda ser. Hay que protegerse, pero no alimentar temores innecesarios y ñoños estados de ánimo que merman nuestras mejores energías de intrepidez. Nos movemos dislocados por el apego y el miedo, por lo que deseamos que sea o tememos que sea. Así malgastamos nuestras mejores energías y oscurecemos la visión de la realidad.

Buda dijo: «Acude y mira». ¡Qué sabia enseñanza en tan pocas palabras. Acude y mira. Mira lo que es, sin juicios ni prejuicios, sin expectativas ni miedos, sin autoengaños o escapismos. Es el modo de conectar, de ser sincrónico con la situación del momento y luego proceder en la urgencia del mismo si tal es necesario… O no proceder. Unas veces hay que intervenir y otras no. Nada tan difícil como conectar, porque nuestros pensamientos nos lo impiden y se tornan interferencias muy espesas. Vemos a través de viejos patrones, esquemas, pautas y todo tipo de condicionamientos. O sea, no vemos, no discernimos, no conectamos con lo que se esconde más allá de las apariencias.

La mente se ha colado en la jaula del apego y el aborrecimiento, o sea del miedo. No es gritando libertad que salimos de ella, sino poniendo los medios para poder abrir la portezuela de la jaula y adentrarnos en el espacio sin esquemas. Si la mente está en lo que quiere o teme que sea nunca estará en lo que es, y por tanto no se renovará, ni vivirá desde la frescura y la amplitud, sino desde la estrechez de miras y las viejas heridas.

En este sentido solo uno mismo puede ayudarse y encontrar su propia vía. De otro modo añadiremos más patrones y viviremos a través de las ideas y descripciones de los demás. No se trata de imitar a los grandes iniciados o maestros, ni de adictarse a ellos, sino de convertirse en uno mismo. Y esta labor no tiene que comenzar luego, sino en este mismo momento.

Ramiro Calle

Director del Centro de Yoga Shadak y escritor

www.ramirocalle.com