El Conocimiento: ¡Tan cerca, y tan lejos!

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«Lo que busca con su bastón el ciego, es la luz, no el camino». (Hugo Mújica)

A Ramakrisna, y a Yogananda se les denominaba con el epíteto de Paramahansa, o «cisne espiritual», (siendo param: «espiritual» o «supremo», y hansa: «cisne». Un título que indica el más alto nivel de realización espiritual.

Explicaba Lanza del Vasto la razón de este epíteto, con la leyenda india de que si a un cisne se le ofrece una mezcla de agua y leche, beberá la leche y dejará el agua en la vasija.

De la misma manera, seguía Lanza, este mundo es una mezcla de realidad y falsedad, y así el que es capaz de dejar correr el agua de la ilusión y se alimenta de la realidad, para la gente de Oriente, es un gran Cisne, es decir un sabio y un santo.

Pero esto no solo vale en Oriente y para los «grandes». Sirve también para Occidente y para todos, no solamente para los pensadores y escritores, sino también para los lectores, que somos la mayoría.

Y lo mas difícil, con serlo ya mucho, no es como señala Lanza del Vasto, separar la realidad de la falsedad, sino separar la realidad útil de la realidad inútil, que amenaza con ahogarnos en un océano de letras y palabras.

Ya decía Nietzsche que «muchas cosas, quiero no saberlas. La sabiduría marca límites también al conocimiento».

Cuando llevas un tiempo leyendo, llega un momento en que parece que lo sabes casi todo. Pero para tener sabiduría, o como se dice ahora para ampliar verdaderamente la conciencia, la clave está en darle la importancia adecuada a cada conocimiento.

Nuestro imaginario cultural, nuestra cosmovisión, compuesta de nuestros saberes y nuestras intuiciones, son como una potente linterna, que nos sirve para ir avanzando por los obscuros túneles, en la profundidad de la pirámide egipcia.

En ese largo camino es necesario, un correcto discernimiento, o sea meter cada cosa en su cajón. Y hay muchos cajones: estafas, tonterías, bobaliconadas, banalidades, verdades de tercera, verdades de segunda, verdades de primera, y cosas verdaderamente importantes.

Y cuando ya estamos delante de la puerta de la sala del gran tesoro, y enfocamos con nuestra linterna el interior, esa linterna, (todas esa cosas secundarias que hemos aprendido, y que son necesarias), ya no tiene la menor importancia.

Lo único que interesa es lo que hay dentro. Lo que pasa es que es muy largo y difícil el camino que lleva hasta la puerta de la sala del tesoro.

Porque lo único que en verdad interesa, (y que solo está al alcance de unos pocos verdaderos sabios, de los que debemos aprender), es ir mas allá del conocimiento útil de la realidad.

Dicen que la buena poesía siempre es un destilado, (la esencia), del conocimiento, y por eso la buena poesía es el escalón supremo de dicho conocimiento.

Por eso todo buscador de la sabiduría añora encontrar esa palabra mágica que se escribirá en el firmamento, y que será la contraseña para abrir la wikipedia de la mágica Agatha.

Y por ello, el filósofo Wittgenstein, intuía que siempre aspiramos a un conocimiento superior: «Aún cuando todas las cuestiones científicas recibieran respuesta, sentimos que el problema de nuestra vida no habrá sido ni rozado».

En 1939, cuando U.G. Krishnamurti tenía 21 años, se fue a ver a Sri Ramana Mahar-shi y le preguntó, «¿puedes darme esta cosa llamada moksha [la liberación]?».

Ramana le respondió «yo puedo dártela, pero ¿serás tú capaz de recibirla?».

Esa almendra pelada, que es el «Conocimiento», y que tan pocos llegan a degustar, es lo que muy excepcionalmente es transmitido de forma subconsciente por los pocos bienaventurados que «saben».

Los demás, lo único que podemos hacer, es meternos la almendra con cáscara en la boca, y rumiar durante toda la vida, poco a poco y sin descanso, intentando que la dura cáscara se vaya deshaciendo.

Y al tiempo estar atentos y «receptivos», por si tenemos la inmensa fortuna de recibir de fuera, alguna «transmisión».

Quizás, como señalaba Ellen Luke, la mayoría que los pocos que llegan ante esa gran «idea», lo hagan justo momentos antes de morir. Por eso quizás, siempre debemos tener esperanza hasta el último momento.

Porque, hasta el final, somos como ciegos que aparentamos buscar el camino, pero lo que en verdad añoramos e intuímos encontrar es la luz, como nos dice en sus versos Hugo Mújica.

Isidoro García

Director Revista Quitapesares

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4 minutos de lecturaActualizado: 20/11/2012Publicado: 20/11/2012Categorías: QUITAPESARESEtiquetas: ,

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