Esperamos, que con la llegada del otoño, las palabras caigan por sí solas sobre el suelo blanco de la hoja pura, y espera que caigan silenciosas, suaves y únicas, como caen las hojas de los árboles en el otoño, que se desprenden una tras otra, dulcemente, en una danza de regreso hacia el ocaso irrepetible; año tras año, ciclo tras ciclo.
El árbol suelta las hojas que engalanaron su primavera y su verano para que fermenten y se transformen en humus fértil, alimento perfecto para las nuevas semillas que expanden el bosque, que manifiestan el círculo inagotable e impermanente de la Vida.
El hombre suelta sus palabras porque en el silencio aún no encontró su reposo, y las suelta como si le sobrasen, en un acto de desprendimiento; en la neutra esperanza de que a alguien le sirvan, que fermenten y se transformen en ideas propias dentro del lector atento.
Palabras para conmover la escucha, palabras para encender la lámpara, palabras-puente de un movimiento que une el alma con el espíritu, palabras-fruto de un movimiento ascendente, desde la tierra hacia el cielo.
Antes de que los cambios climáticos nos roben la cartografía exacta que los cielos nos dieron con las cuatro estaciones, aprovechemos esta estación del otoño, en la que el sol se aleja y los días se acortan, para desentrañar su sentido simbólico lleno de significados en el alma despierta; para desprendernos de lo que ya no sirve, de lo que no permanece; por morir un poco cada día a lo que no somos; para sacrificar a la luz de este atardecer otoñal nuestro yo pequeño, egoísta e ilusorio que envuelve ese otro Yo más grande, generoso y Real.
Dejemos hueco para que lo que Es sea; con esa dulce actitud de espera en la que queda el árbol desnudo recordando que todo vuelve a su Origen. Aquí va nuestra última palabra: Silencio.
“La conversación cesa,
y la blancura de los pétalos que caen
entra en mi corazón”.
(Un haiku de Takeo)
Beatriz Cienfuegos
Área de Comunicación de Ecocentro