Una persona despierta se vuelve tranquila, pausada, paciente; trabaja constantemente en sí misma sin sentirlo como una tarea forzada si no una actitud integrada de continua observación y evolución mediante la atención plena del vivir lúcido. Se conoce profundamente a través de los reflejos externos y siente la interconexión con toda expresión de vida.
Disfruta del camino sin agobiarse por alcanzar la meta, conocedor de que no existe una meta final y que el propio camino es el propósito en sí mismo. No se exige desde la intransigencia ni se castiga, culpa o juzga duramente por lo que podría catalogar como “sus fracasos o errores” pues sabe que toda experiencia aporta crecimiento y que es cuestión de extraer el jugo del aprendizaje implícito en la vivencia.
Se acepta amándose con sus luces y sus sombras aunque es consciente de la repercusión de sus actos, y por tanto, cuidadoso con la toma de decisiones. Su anhelo es abrazar el amor en su máxima frecuencia y para ello comienza fundamentalmente por sí mismo.
Aplica la acción masiva enfocada que requiere el avance y la materialización de los proyectos del alma rompiendo las barreras de la mente que insiste reiteradamente en mantenernos “a salvo” acomodados en la zona de confort llevando a cabo, de este modo, un gran desafío de trascendencia.
No intenta salvar, ni cambiar ni a nada ni a nadie, en todo caso a sí mismo, y por tanto, de ese modo, transforma el mundo.
Reconoce sus emociones y sus pensamientos como resortes evolutivos. Diferencia entre su identidad personal y su ser esencial proponiéndose la fusión hermanada entre ambas. Por ello ni resta valor ni reniega de su expresión en la materia. Ha localizado las distorsiones humanas que afectan su canal de conexión espiritual y va despejando el ruido, deshaciendo bloqueos, sintonizándose con el dial de su ser hallando todas las respuestas en su interior.
Vive desaprendiendo constantemente y no se apega en exceso. No impone, no compite ni convence más que con su propio ejemplo coherente. No alardea de poseer la verdad absoluta más bien reconoce la verdad subjetiva en cada ser humano. Se siente libre pues la razón descansa en el corazón y es este quien guía todos los procesos con su latido amoroso impregnado en todo acontecimiento.
Saborea el silencio y se reencuentra en él. Vive presente en presencia y escucha el susurro de la vida en cada elemento. Está conectado con todo y con todos. Se sabe parte y a la vez, único, de todo lo que hay.
La paz le acompaña aún en las dificultades que transita con lucidez. Busca la utilidad del dolor distinguiéndolo del sufrimiento estéril y encuentra el tesoro escondido; agradece, suelta el control y confía.
Es auténtico y se muestra sin recovecos. La honestidad es su bandera. No sostiene ninguna tensión por ser quien no es ni se prostituye por cualquier necesidad de su ego. Se da entero sin esperar nada a cambio y así se colma de todo lo que llega de vuelta. Siente en equilibro su cuerpo, su mente y su espíritu y por tanto, irradia serenidad, alegría, belleza y amor.
No intenta salvar, ni cambiar ni a nada ni a nadie, en todo caso a sí mismo, y de ese modo, transforma el mundo.
Actúa como un imán natural para ayudar a otros a veces con su sola presencia y es feliz progresando y ofreciendo su contribución como fruto delos tramos recorridos en su bagaje existencial.
Va soltando en el camino todas las creencias que lo limitaron y que ya no necesita, abrazando un nuevo decálogo de descreencias que le posibilita la libertad de la no creencia recordando su armonía original sin contaminación residual de las personalidades experimentadas.
No teme a la muerte pues siente la certeza profunda que en el universo solo hay vida y transita cada instante en estado de gratitud constante sabedor del plan perfecto que se camufla en la percepción ilusoria del 3D.
Mayla J. Escalera
Terapeuta transpersonal especializada en expansión de conciencia
