“Cuando aprendemos algo nuevo, comenzamos a desentrañar lo desconocido, un viaje interno repleto de desafíos y recompensas que nos transforma en el camino.”
La curiosidad es una de las características más esenciales en todos los mamíferos. La necesidad de explorar nuestro entorno es lo que lleva a los cachorros a salir de sus madrigueras y, de manera similar, a nosotros nos impulsa de pequeños a levantarnos y caminar en búsqueda de experiencias. Aprender y experimentar son parte intrínseca de nuestra supervivencia. Desde nuestra infancia, nuestros instintos nos enseñan a distinguir el bien del mal, lo que se puede comer y lo que no, lo que duele y lo que gusta. Así, esos momentos de descubrimiento nos enseñan a protegernos del peligro.
Sin embargo, el ser humano ha llevado esta curiosidad más allá de la simple supervivencia, al encontrar verdadero placer en incorporar nuevos conocimientos. Quizás porque no solo buscamos conocer el entorno, sino también a nosotros mismos. Este aprendizaje más profundo es lo que podríamos definir como un aprendizaje maduro y voluntario, donde ya no se trata solo de instinto, sino de una elección consciente.
Este viaje de aprendizaje incluye diferentes fases: Motivación, Aprendizaje, Descubrimiento, Integración y Disfrute.
Motivación:
De niños, nuestra enseñanza es impulsada por la necesidad y el juego, haciéndonos difícil de entender el mundo adulto donde la idea de aprender se transforma en una carga. Esta responsabilidad puede hacer que el disfrute del aprendizaje se desvanezca. La forma en que se nos enseñó en la infancia juega un papel crucial. Si nos alentaron a desarrollar nuestra creatividad, seremos más propensos a disfrutar aprendiendo. De lo contrario, probablemente pasaremos a imitar modelos de otros, lo que dificultará nuestra conexión genuina con el aprendizaje.
A medida que avanzamos en la vida, muchos deciden que ya tienen suficiente conocimiento y se detienen, tal vez, este es el verdadero inicio del envejecimiento. En prácticas como el Chi Kung, es común encontrar personas que llegan en busca de sanación o autodescubrimiento, conscientes de que la enfermedad es reflejo de un modo de vida. El Chi Kung, con su enfoque en la conexión con la naturaleza, nos guía a un autoconocimiento profundo y a redescubrir nuestra esencia.
Aprendizaje:
Nuestro proceso de aprendizaje comienza con la motivación. A través del movimiento, la respiración y el despertar de nuestras sensaciones, entramos en una fase de enamoramiento inicial. Aunque al principio puede ser confuso, con el tiempo comenzamos a estructurar y entender el conocimiento que adquirimos. Este camino está marcado por la perseverancia y la voluntad, donde constantemente enfrentamos nuestras limitaciones. A pesar de las dificultades, un día notamos que hemos crecido; nuestro caminar es más liviano, nuestro aliento más pleno y nuestro corazón encuentra tranquilidad.
Descubrimiento:
Con cada nueva experiencia, comenzamos a enamorarnos realmente del proceso. A medida que practicamos, entendemos y nos conectamos con nosotros mismos. Descubrimos que somos seres completos, capaces de desarrollar habilidades y dimensiones que antes desconocíamos. Algunas cosas se nos dan con facilidad, otras requieren más esfuerzo. Sin embargo, cada paso cuenta y nos enriquece.
Integración:
Al llegar a esta fase, el aprendizaje se convierte en experiencia. Lo que aprendimos ahora se manifiesta en cómo nos sentimos y en lo que somos. Comprendemos la importancia de cada movimiento y cómo estos contribuyen a nuestro bienestar. Lo extraordinario se vuelve natural, y nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo se transforma fundamentalmente.
Disfrute y Gozo:
La antigua Grecia y la sabiduría china resaltaban las virtudes de la fuerza, verdad y belleza. Estas ideas forman la base del Chi Kung, que promueve el equilibrio y la armonía en todos los aspectos de la vida. En este sentido, nos invita a encontrar alegría en nuestra autenticidad y en la bondad con la que tratamos a nosotros mismos y a los demás.
Janú Ruíz
Instructor de Chi Kung