Vicente Ferrer (http://www.fundacionvicenteferrer.org) ha sabido combinar de maravilla la acción y la contemplación. Era a la par un gran trabajador social y un místico, una persona con elevadas miras espirituales con los pies bien afincados en la tierra. En suma, un verdadero karma-yogui. Y siempre ha estado tratando de aliviar el sufrimiento de los demás. Esa es la genuina compasión activa en la que tanto insistiera Buda, Mahavira, Jesús y tantos otros seres realizados.
Me mira con sus ojos a la par profundos y afectuosos, y dice:
“Hay, pues, Ramiro, que aliviar el sufrimiento, sí. Y creo que la mejor terapia consiste en fijarse siempre en lo mejor, en poner el acento en las cosas buenas. Por ejemplo, disfrutar de cada amanecer, paladear el sentirse contento, disfrutar de la buena salud, deleitarse con la música, sentir la ilusión de la belleza que se desprende de la ecuación de Einstein, pensar en el amor de la madre, en lo que te divertías jugando al futbol, bailando, comiendo… Y cuando lo haces, te das cuenta de que todo lo bueno lo encajas en la existencia de ese “algo”, con su presencia. Quienes no sufrimos tanto como otros, lo que tenemos que hacer es no intentar atender a la razón del sufrimiento, sino intentar remediarlo. El sufrimiento es el reto más grande que hay para todo aquel que crea en esa Presencia o bondad infinita. Hay que llevar a cabo la acción buena y diestra.”
Me mira, hace una pausa, nos cogemos con cariño de las manos, y agrega:
“Hay muchas teorías sobre la “presencia” y uno puede optar por unas u otras, reflexionar y elegir la que le parece mejor. Pero estoy convencido de que, aunque uno no sepa de sí mismo quién es realmente, si sabe que hay algo divino en su interior. A partir de ahí, de las nubes para abajo, lo que hay que hacer es ayudar a los demás. Mira – me estrecha aún más amistosamente la mano y me mira con gran afecto-, yo creo que la bondad es el motor de la vida y se manifiesta en la perfecta armonía entre el amor a nosotros y el amor a los demás; y que la desarmonía surge cuando empezamos a amarnos más a nosotros mismos que a los demás. Siendo ese desequilibrio, esa desarmonización interior, la causa de las enfermedades.”
Hablamos luego en profundidad sobre el yoga, ya que ambos somos practicantes desde hace muchos años y de las primeras cosas que me dijo Vicente al llegar a su colonia, es que esos días impartiese clases a los voluntarios, tal como hice. Asevera lo muy beneficioso que le parece el yoga y dice:
– Yoga y meditación son sistemas terapéuticos. El antiguo adagio es bien real: “mente sana en cuerpo sano”. El ser humano es una unidad y el cuerpo es importantísimo para esta vida. Por eso debe ser ligero, dúctil. Yo creo mucho en el karma-yoga o el yoga de la acción desinteresada. Las psicologías orientales tienen métodos para meditar que son muy necesarios y a los que habría que acostumbrarse en Occidente.
– Vicente, sé que tu forma de entender la vida cambió de una forma radical gracias a un destello de supraconsciencia que tuviste ya hace mucho tiempo durante tu último año de formación jesuita…
– Es cierto. Fue una transformación tremenda. En un instante comprendí que uno no ha de esperar recompensas ni agradecimientos por lo que hace, ni debe envanecerse por practicar lo que yo llamo la “acción compasiva”. Hacer el bien es, en sí, un privilegio divino. Algo muy saludable, gracias a lo cual uno se siente bien, libre.
Como siempre he admirado profundamente a la mujer india, le pregunto:
– ¿Es la mujer india, como se dice, y yo pienso, el alma de la India?.
– No solamente el alma de la India. La esencia de la India está en ella.
Y no puedo dejar de preguntarle:
– ¿Qué es para ti la Providencia?
– Algo muy especial, porque es la manifestación de esa Energia que llamamos Dios. Un Dios que además de no poder evadir su responsabilidad, tampoco puede intervenir en el libre albedrío del hombre y hacer milagros por él; pero al mismo tiempo, sin embargo, te ayuda sutilmente. ¿Cómo? Pues, por ejemplo, haciendo que esa persona que te puede ayudar se cruce “casualmente” en tu camino…
Mantenemos un silencio prolongado y relajante, como si entrásemos en espontaneo estado de contemplación, donde los corazones se hablan sin palabras. Rompo el inspirador silencio para decir:
-Me alegro mucho de haber venido a verte.
Sonríe agradecido y luego dice:
¿Pero no has ido a ver a Sai Baba, que está cerca de aquí?
– ¡No se me ocurriría!- exclamo ironizando-. Velo por mí. He venido a verte a ti, que eres el realmente importante. No me gustan los gurús de masas y menos los milagreros. Una vez lo vi en Bombay y ya querría él tener su energía.
Y pienso: “El milagro no está en materializar objetos ni cenizas. El verdadero milagro es el que ha conseguido Vicente Ferrer“.
Ramiro Calle Escritor
Director del Centro Shadak