¿De qué se quejan las mujeres?

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Muchas mujeres padecen ansiedad o depresión, y suelen ser tomadas por unas «quejicas». ¿Y por qué se quejan tanto? A una gran parte de ellas se les ha educado para considerar que su prioridad es el hogar y la crianza de los hijos, otras en cambio se han incorporado al mundo laboral y se las supone educadas de forma muy distinta, pero ambas tienen quejas.

Porque para ambas el peso del hogar es el mismo, solo que las segundas además tienen responsabilidades laborales. Es cierto que poder tener un desarrollo profesional e independencia económica es un enorme avance que se traduce en protagonismo social e incremento en nuestra autoestima, pero no es suficiente, porque las expectativas siguen siendo bastante asfixiantes. Cuando los valores profundos no cambian el triunfo profesional no se valora, porque se sigue sintiendo que lo fundamental es tener pareja y ser madre (aunque muchas veces se niegue). ¡No solo eso! La meta inconscientemente es aun más elevada: tener un marido satisfecho y un hijo perfectamente cuidado, lo cual es imposible con las jornadas laborales que se suelen tener.

Por supuesto que los valores van cambiando, pero no tan rápido como se quiere creer, por eso muchas veces corre de nuestra cuenta resolver los conflictos que estas expectativas generan. Lo que antes era considerado «ideal»: «una mujer de su casa», ahora es escasamente valorado, ¡y esto también ha producido daños! Porque muchas mujeres se han encontrado con que su estilo de vida ya «no vale» y se sienten timadas, han hecho lo que les han pedido y ahora resulta que parece que no es gran cosa o que han perdido el tiempo. Esperaban gratitud y se han encontrado con más exigencias, esperaban encontrarse bien consigo mismas y se sienten vacías.

En esta situación la mujer llega a pensar que el culpable de su sufrimiento es su pareja o su familia, y de manera más o menos consciente empieza a acumular resentimiento. Este enfado suele ser difícil de reconocer, pero aparece en forma de estallidos emocionales o de lamentaciones recurrentes. Son estos estallidos, las quejas crónicas y el aire de víctima ofendida lo que las deja solas, ya que se convierten en una compañía desagradable. Justo cuando más apoyo necesitan reciben evasivas o son criticadas, y… ¿Qué se puede hacer?

El primer paso para salir de esto es darse cuenta de que no hay culpables

Esto es difícil de asumir emocionalmente porque la mujer tiende a pensar que todo se arreglaría si los que la rodean se volvieran más considerados, colaboradores o cariñosos. Con frecuencia piensa que el sentirse más feliz no está en sus manos sino en las de su pareja, sus hijos, etc. Renunciar a esta idea, abandonar el reproche y el enfado a veces es una tarea tan compleja que no puede hacerse sola y requiere de una intervención terapéutica.

Por otro lado esta rabia hacia el entorno puede combinarse con una especie de desprecio hacia sí misma, la sensación de ser «tonta» y «culpable», de no hacer nada bien. El enfado entonces es contra una misma y las consecuencias son tan devastadoras como las anteriores. Echar la culpa a los demás convierte a la mujer en una verdadera pesada, la deja sola e impotente, lo cual la enfada aun más y/o la deprime. Enfadarse consigo misma no es mejor opción, porque lleva al hundimiento de la autoestima con su consiguiente sensación de impotencia y depresión. Y si hay sensación de impotencia no hay cambio, porque no se cree que este sea posible. A la impotencia se puede llegar pues o por criticarse a una misma demasiado o por esperar que sean los demás los que cambien.

¿Y qué es lo que podemos hacer?

La Doctora Dio Bleichmar en su libro «La depresión en la mujer» contesta con gran claridad: de lo que se trata es de encarar el cambio de valores que se ha dado en la sociedad. Muchas mujeres aun poseen como valor central «cuidar al otro», lo cual las ha definido y las ha hecho sentirse orgullosas y recibir el amor de los que las rodean. Pero ahora han descubierto que esto no basta y no se sienten bien, los demás les parecen egoístas, se sienten explotadas, o simplemente cansadas y culpables de no poder dar más de sí. Se trata de pasar del cuidado en exclusiva al otro al autocuidado, todos esos recursos aprendidos para facilitar la vida de los demás deben aplicarse en la propia persona.

El papel de la mujer ha cambiado, y si no están todas desorientadas y deprimidas es porque muchas de ellas han sabido responder de una manera creativa y han encontrado la manera de vivir satisfechas. Pero aquellas mujeres que por sus peculiaridades psicológicas parten de la base de sentirse asustadas del mundo exterior, y de la posible crítica de los demás, y que junto a esto padecen falta de confianza en sus recursos, se niegan al cambio y se atrincheran en sus casas poniendo mil excusas para no salir al mundo: «no me dejan», «qué más quisiera yo»…

Es crucial darse cuenta de la propia responsabilidad, porque si no se esperará que la solución venga de los demás, y se procurará consciente o inconscientemente mostrar lo mucho que se sufre para que alguien se apiade. Muchas mujeres esperan que los demás hagan con ellas lo que a ellas tan bien les han enseñado a hacer con los otros, ser las «mamás» que resuelven el malestar ajeno.

Esto es la gran trampa; si una siente que es una niña que necesita que la cuiden a toda costa, hará cualquier cosa por no perder el amor del otro, por un beso o un abrazo duplicara su jornada laboral («ya lo hago yo, no me importa», y finalmente sí importa porque se siente «tonta»), se quedará con el peor trozo de carne, se olvidará del resto de sus deseos… todo por un solo deseo que gana a todos: «ser querida». Es importante que las prioridades empiecen a ser otras, que no solo importe ser querida, que se valore la autosuficiencia creando una imagen de una misma más poderosa.

Depender del otro es enfadarse constantemente, porque nunca se tiene suficiente y la manera de pedir más es muchas veces agresiva o culpabilizante. La pareja e hijos de estas mujeres se sienten desorientados, a veces maltratados, pueden defenderse atacándola o considerarla «mal de los nervios». Pero la traten con más o menos cariño, se la «consienta» más o menos mal humor, el problema es que no cambia el reparto de tareas, y la manera de dialogar y resolver conflictos.

La salida a esto pasa por que la mujer reflexione sobre lo que hace y siente, qué de lo que hace la acaba haciendo sentir mal, en qué momentos concretos se siente dolida, incómoda, avergonzada, rabiosa… Definir qué en concreto le está faltando, qué quiere pedir a los que la rodean (no vale «amor y cariño» porque a pesar de lo que nos han enseñado esto no es un «elixir milagroso»). Además convendría observar cómo maneja sus emociones y las consecuencias de su manera de actuar. Se trata de plantearse con seriedad qué hacer y no dejarlo para mañana. Si esto genera retirada de afecto en su entorno deberá buscar el apoyo de otras personas (¡Por eso es tan importante tener amigas!) y recurrir al «auto cuidado» y la «auto comprensión».

Susana Espeleta: Psicóloga y Psicoterapeuta Integrativa

Susana Espeleta

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6,5 minutos de lecturaActualizado: 30/06/2024Publicado: 19/04/2018Categorías: Desarrollo Personal, Mujer SaludableEtiquetas: , , ,

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