¿Cómo ser feliz en este siglo XXI tan acelerado, tan intenso, y a veces tan complicado?
Es la pregunta que muchos seres humanos nos formulamos.
¿Cómo encontrar ese espacio de bienestar y felicidad en medio de tanta agitación, de tanta incertidumbre, de tantos cambios? ¿Cómo reconciliar nuestro desarrollo humano con nuestra vida profesional, socioeconómica, familiar y sentimental? ¿Cómo encontrar un punto de equilibrio con esta mente tan inquieta y este impredecible tiovivo emocional?
Preguntas que surgen naturalmente en muchos de nosotros cuando asistimos a este insólito y trepidante siglo XXI, a este viejo mundo que se derrumba y que no termina de alumbrar uno nuevo, a este mundo en tránsito.
¿Cómo ser feliz?
Nos preguntamos… Si somos honestos, la respuesta directa y demoledora que nos encontramos es que, para ser felices, lo primero que necesitamos es desmontar en nosotros el “mito de la felicidad”. Desde esa honestidad, apreciamos que toda nuestra búsqueda de felicidad (ese estado de bienestar profundo y estable), ha fracasado, que todos nuestros esfuerzos por “descansar y disfrutar” en este mundo tan complejo, no nos han satisfecho verdaderamente… La misma pregunta “¿cómo ser feliz?” señala que esa búsqueda no ha terminado.
Desmontando el “mito de la felicidad”
Este mito, en esencia, coloca la felicidad fuera de nosotros mismos, convierte un estado de ser -que ya somos- en algo que debemos adquirir, lograr o conquistar.
La creencia en este mito nos ha impulsado a buscar la felicidad en las relaciones, las ideas, el estatus, las posesiones, las creencias, y en todo tipo de experiencias… En realidad, asociamos la felicidad a una respuesta emocional que vivenciamos ante una experiencia, pero claro, la emoción pertenece al ámbito de la dualidad y la impermanencia: es provisional y tiene su “opuesto”. Por eso mismo, aunque a veces saboreemos ciertos momentos de felicidad, sabemos que, no muy lejos, espera su turno la infelicidad. Esta es la tragedia del mito: la búsqueda de felicidad implica en sí misma el encuentro con la infelicidad.
La felicidad no es una emoción, es un estado de ser, un estado de conciencia. Cuando confundimos la felicidad con un estado emocional entramos en una búsqueda imposible; no podemos encontrar una felicidad profunda y estable en algo que por su propia naturaleza es variable e inestable. Si nuestro estado interior depende de las circunstancias externas, ¿cómo podríamos manejar todas las variables? De esta manera solo podemos, a lo sumo, tentar en esta cuerda floja de la felicidad-infelicidad, hasta que un día nos cansamos de este juego de contrastes y algo profundo nos lleva a mirar más allá.
Una nueva aventura
Entonces, ¿qué queda cuando el mito se cae? Queda todo por descubrir, y comienza una aventura nueva, una aventura que ya no es hacia “fuera”. En este momento, la pregunta “¿cómo ser feliz?” pierde importancia, se desvanece; en ese momento, cuando desaparece la pregunta, es cuando la meditación aparece.
Si existe un estado que podamos llamar felicidad (un estado esencial de serenidad, de paz y bienestar) ha de ser más allá de cualquier circunstancia. Un estado de ser que en sí mismo es inmutable y no depende de nada; una felicidad sin opuesto, una felicidad incausada e incondicionada. Y este estado, por cierto, es al que señalan todas las tradiciones de sabiduría: la Beatitud, el Gozo, la Dicha, la Felicidad, la Bienaventuranza, el Ananda.
Claro, para muchas personas todo esto no deja de ser otro mito, otra creencia, y lo es, ciertamente; hasta que uno no lo descubre, y lo vive en sí mismo, todo esto no son más que ideas maravillosas. Por eso la meditación cobra en este punto especial relevancia. La meditación no tiene que ver con las ideas, sino con la experiencia directa. La meditación no consiste en creer o no creer, sino en descubrir, en ver, en acoger, en ser. La meditación no nos promete felicidad, no nos promete nada. La meditación, sencillamente, nos abre a la verdad de las cosas, de nosotros mismos y del mundo en su totalidad.
La meditación no nos promete nada, sólo nos da; nos ofrece lo que nosotros descubramos en nuestro encuentro con la realidad.
También hay personas que, al escuchar esto, lo consideran como algo muy complejo o abstracto, como algo que “no es para ellos”, sino algo para gente muy especial, muy profunda, muy “espiritual”… Ese es, precisamente, otro mito que puede caerse: la meditación es para todo el mundo. Todo lo que se necesita para meditar está en todos presente.
Por lo demás, este siglo XXI también es testigo de la emergencia de una nueva ciencia que avala, incuestionablemente, los efectos de esta práctica en nuestra vida cotidiana. Aspectos como el bienestar psicológico, la gestión emocional y la salud psicofísica en general, e incluso a escala humana, como el manejo de conflictos, o establecer relaciones sociales desde la empatía, la compasión y la solidaridad, apuntan indefectiblemente hacia estados de felicidad y bienestar.
Lo cierto es que este siglo XXI nos enfrenta a un poderoso desafío como individuos y como humanidad. Vivimos “tiempos de cambio”. El mundo (y yo mismo) vive un profundo proceso de transformación, y ahora nos toca decidir cómo queremos afrontarlo.
Tal vez haya llegado el momento de la meditación. O tal vez no. Tal vez haya llegado el momento de responsabilizarnos, o puede que todavía necesitemos seguir buscando y proyectando. En cualquier caso, la Felicidad siempre nos está esperando. A Eso que nos espera, es a lo que invita la meditación.
La Felicidad siempre nos está esperando.
Antonio Consuegra Sebastián
Co-fundador de la Escuela para el
Desarrollo Integral (Sadhana)
sadhanaintegral.com