“El alimento insufla vida. La vida engendra sentimientos”. Sandi Krstinic (“Comida para las emociones. Neuroalimentación para que el cerebro se sienta bien” , Ed. Desclée de Brouwer).
Hace más de trescientos años, Descartes formuló su famoso “pienso, luego existo”. Inauguraba con muchos años de emocional; su obra se centra en pedagogía socio-afectiva y sus correspondientes recetas. Llegados a este punto, es necesario poner atención en lo que sale –defecación y su frecuencia- y no solo en lo que entra y en qué cantidades. Igualmente en compañía de quién se come, a qué velocidad, con qué horarios… Esto sería comer con plena conciencia, respirando y degustando, paladeando y salivando, que ya es en sí una pre-digestión. Pionero de la enseñanza y práctica del comer integral sería el “Centro para Comer con Plena conciencia” (Center for Mindful Eating) de la Universidad de Indiana, en EEUU.
Las últimas investigaciones de biólogos, médicos, psicólogos y especialistas en la conciencia han demostrado que todo influye sobre todo: el ADN es influido por el medio en que se desarrolla, los neurotransmisores generan emociones y, a su vez, son generados por ellas, disparadas por las experiencias que vivimos y cómo las vivimos. Nuestras alimentaria huye de los extremos. La “abundancia” de la sociedad de consumo ha propiciado madres y padres consentidores y niñ@s malcriad@s y tiranos. Mientras una gran parte de la población mundial, sobre todo infantil, está desnutrida. Por desgracia, vuelve a ser actual la frase del gran León Tolstói, que influyó en el pensamiento de Gandhi y dio ejemplo de vida renunciado a todas sus propiedades: “Antes de dar al pueblo sacerdotes, soldados y maestros, sería oportuno saber si por ventura no se está muriendo de hambre”. Agradezcamos cada día los alimentos que podemos comer.
Escritor, terapeuta gestáltico y consultor transpersonal