Ser nosotros mismos nos causa ser exiliados por muchos otros. Sin embargo, cumplir con lo que lo que otros quieren nos causa exiliarnos de nosotros mismos.Clarissa Pinkola EstésMujeres que Corren con los Lobos.

 

Venimos al mundo con dones naturales y rasgos de la personalidad que pueden ser alentados o eliminados dependiendo de las expectativas de la familia en la que nacemos o de la sociedad en la cual crecemos y vivimos.

 

La presión social o familiar, los estereotipos culturales o sociales, los comentarios inapropiados cargados de juicios negativos, las envidias, etc., nos suelen llevar a situaciones internas y externas en la que dejamos de confiar en nuestros sentimientos, pensamientos o en nuestras capacidades para afrontar nuestras vidas.

Cada vida, cada historia de vida se me presenta como un viaje de un héroe. Una persona que tiene que sobrevivir a todas estas presiones, juicios y comentarios, y buscar la manera de ser uno mismo sin morir- metafóricamente hablando – en el intento.

Por otro lado, están los aprendizajes que las experiencias que vamos teniendo nos proporcionan, y nos invitan a crecer o no, en la medida en que vamos integrando nuestras experiencias. Podemos elegir aprender y así aumentar nuestra autoestima y paz interior, o podemos elegir quedarnos en juicios de valor o resentimientos que nos atrapan en emociones negativas que nos lleven a estados de tristeza, enfado, desidia o depresión.

En este punto me encuentro muchas veces en consulta con personas que nunca han tenido la oportunidad de contactar realmente con ellas mismas, con lo que sienten. Se han pasado la vida actuando en función del reconocimiento externo: primero de los padres y el entorno familiar, más adelante, del reconocimiento y del afán de pertenencia a un determinado grupo de amigos y luego en su entorno laboral y social. No se atreven a ser ellos mismos.

O aún peor no saben ser ellos mismos, pues un día se olvidaron de quienes eran, y prestaron más atención y validez a lo que el entorno les decía de cómo tenían que sentir, ser o actuar. Presas del pánico por la situación de “y si hago esto no voy a ser aceptado ni querido” viven en una permanente parálisis emocional que no les permite ser auténticos ni construir la vida que quieren, sino que viven a expensas de lo que creen que los demás esperan de ellos.

El cambio de paradigma se da en el momento que nos damos cuenta que las opiniones de los demás son sólo eso: sus opiniones. Opiniones respetables pero no son las tuyas. Puedes estar o no de acuerdo, pero para llegar a esta conclusión primero has debido sentir qué te produce la situación que estás viviendo o que quieres vivir. Es interesante investigar internamente si aquello que vives, está en consonancia contigo, con tus valores, con la manera en la que quieres vivir tu vida.

La autoestima – el cómo nos queremos y apreciamos – es parte de la identidad personal y está profundamente marcada por la condición de género que determina en gran medida la vida individual y colectiva de hombres y mujeres, tanto de manera positiva como de forma nociva. Hay distintos factores que contribuyen a su construcción. Sin embargo hoy me gustaría sugerirte un espacio de soledad para que propicies su sano desarrollo.

La soledad es un estado imprescindible de conexión interior, de autoconocimiento mediante la evocación, el recuerdo, la reflexión, el análisis y la comprensión, y es, desde luego, un estado imprescindible para descansar de la tensión que produce la presencia de otros. La soledad es un estado necesario para experimentar la autonomía.

No hablo de que te conviertas en un ser solitario, pues nuestra naturaleza es social, sino de crearte espacios en los que puedas estar realmente contigo siendo honesto y sincero. Espacios en los que puedas repensarte a ti mismo sin que medie la mirada del otro, buscando tu propia valoración y respeto.
Eres la única persona con la que convives cada día y en cada momento y la primera lealtad te la debes a ti. A cuidarte, a respetarte, a valorarte. A sentir que tienes derecho a existir, derecho a estar, derecho a pertenecer, derecho a crear, derecho a sentir, derecho a vivir.

No debemos conformarnos con las limitaciones que otros nos imponen ni elevar nuestra autoestima en función de conseguir la valoración de las personas significativas en nuestro entorno. La autoestima de pertenencia por relación con los otros es siempre temporal y frágil y nos coloca en situaciones de vulnerabilidad.

La autoestima verdadera, a diferencia de la ilusión de autoestima, se logra como parte de un aprendizaje que integra diferentes factores:

Autocrítica: como un proceso que incluye el reconocimiento de los propios errores, el aceptarlos y saber perdonarlos y superarlos. Así como reconocer aquello que se hace bien, que genera satisfacción y sentido de utilidad. Sea o no reconocido por los demás es suficiente con el propio reconocimiento.

Responsabilidad: aceptar que tu vida es consecuencia de tus decisiones personales y salir del rol de víctima, siendo el protagonista de tu existencia.

• El respeto hacia uno mismo y hacia el propio valor como persona.

• El límite de los propios actos y el de los actos de los demás: relacionado con el respeto está la cuestión del principio que debe regir los actos y es de no dañar a los otros y de no permitir que los demás nos dañen.

Autonomía: como búsqueda de espacios para la autorrealización y la independencia.

El camino hacia la autoestima es sinuoso; no es fácil partir de la desvalorización propia o ajena hacia la meta que es la valorización propia, sobre todo cuando este camino se inicia en la madurez porque no viene como equipaje de la infancia o la adolescencia.
En esos momentos en que necesites una razón para seguir adelante, cierra los ojos e imagínate en el futuro diciendo: “Me dijeron que no podría, así que lo hice”.

Crece y conviértete en la persona que siempre has querido ser. Cree en ti.

Rocio Barba
Terapeuta Gestalt, Arteterapeuta, Coach Personal en Psicoarte.
Miembro del Consejo de Expertos de Womenalia.

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