“Siempre pensé que los hechos eran más importantes que las palabras, hasta que comprendí que las palabras, por si mismas, son hechos”- (Carlos Domine)

Estoy comenzando la redacción de un libro que me ha encargado la editorial Anaya sobre las ciencias Yoga y Ayurveda; en una pausa entre los esfuerzos propios de cualquier escritor novel para que fluya el verbo fiel a lo que se desea expresar y al hilo de experiencias cercanas incluida la pregunta que una alumna me formulaba en clase la semana pasada, hoy quiero reflexionar en voz alta sobre la importancia de la palabra pronunciada, en concreto de las palabras de afecto y estima hacia los demás.

A menudo escuchamos frases como: «Las palabras se las lleva el viento», «Obras son amores y no buenas razones», «Los hechos son más importantes que las palabras» o » si no puedes mejorar el silencio, cállate»; es evidente que en todas ellas hay una carga de sabiduría innegable, pero creo se ignora una parte inherente a la naturaleza humana, su mente y sistema emocional que me gustaría compartir, ya que la manera en la que ha evolucionado la consciencia en el «Hommo Sapiens????» está íntimamente relacionado con el lenguaje, de la misma forma que lo está el sonido/vibración con el principio creador.

Desde los Vedas en el Valle del Indo hace algunos milenios donde se estudiaba la ciencia y poder del mantra (fonema que libera la mente), del sonido y la vibración, hasta el evangelio de San Juan donde comienza citando: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”, pasando por varias tradiciones místicas: sufismo, taoísmo, sikhismo, islamismo, cábala hebrea, etc. se nos traslada la idea de la importancia de la palabra, quizás porque lo que no se nombra no existe y para darle presencia a algo, -objeto, persona, sentimiento-, para que las cosas sean, se las tiene que nombrar de alguna forma.

Lo que para el Hinduismo es el Om, es el Logos o Verbo en el Cristianismo, la palabra creadora que resume todos los sonidos del Universo, algo que la astrofísica moderna corrobora con la teoría del Big-Ban, donde esa vibración o sonido primigenio se considera origen del Universo manifestado en toda su multiplicidad.

Así pues y aunque enseguida regresemos a lo mundano, conviene no olvidar que absolutamente toda la materia/energía tanto de nuestro cuerpo como de todo lo que nos rodea, absolutamente todo, está vibrando y por lo tanto “sonando” , eso sí en diferentes rangos de frecuencia algunas no perceptibles para nuestro oído, es fácil por tanto deducir la importancia del sonido, del lenguaje, la voz y la palabra.

La palabra contiene poder eso está claro, y va asociado a símbolos fuertemente arragaidos en nuestra mente, uno no se siente igual al escuchar la palabra bosque, amistad o amor , que al escuchar palabras como odio, guerra, oscuridad. La palabra tiene el don tanto de construir, como de destruir.

Metafísica del sonido aparte, ¿qué sucede con la expresión del sentir en palabras?, ¿qué pasa por ejemplo cuando fallece alguien querido?, damos por hecho e implícto que mediante actos expresábamos nuestros sentimientos de cariño a esa persona, pero lo cierto es que durante el duelo es muy frecuente que uno se flagele con pensamientos del tipo: “le debería de haber dicho más veces lo mucho que le quería”, “debí decirle lo que significaba para mi y lo que aprendí de él,/ella”, “lo bien que me hacía sentir”, “lo mucho que admiraba sus cualidades”, etc, luego entonces está claro que sí damos importancia a las palabras por mucho que hicéramos por esa persona y que ella ya supiera de nuestro amor, por el simple hecho de que nosotros, egos aparte, nos sentimos de otra forma cuando escuchamos esas manifestaciones, cerramos el círculo.

Como decía la bloguera Cristina Lago, no basta el “vídeo” , que desde luego es crucial, necesitamos el “audio” también, no nos conformamos con sentirnos queridos por las muestras de amor incondicional, sino que una parte de nosotros se reconforta y completa cuando aquello se expresa. Y si bien, cuando decimos “te quiero“ no lo hacemos esperando otro de vuelta, sino por el placer de expresar aquello que se siente y de trasladarle al otro nuestro amor haciéndole feliz, en la práctica subconsciente sí que esperamos un retorno de algo parecido en algún momento. Intuimos lo que el otro piensa, pero necesitamos escucharlo.

Desde luego no estamos hablando de las personalidades narcisistas que requieren de continuo de la aprobación de los demás, el recoger el halago y el cariño para reafirmar el ego, sino de un sano proceso de retroalimentación de los “te quiero/gracias/valoro lo que haces”, que terminan bordando con hilo de oro los actos. Ya lo dice la psicología occidental y oriental, somos seres de relación y la base comunicativa es la palabra, necesitamos pues el feedback de los otros y debería hacerse en todos los ámbitos, desde sabe decir “no” a expresar lo que nos pasa, en bastantes errores de interpretación incurre ya la mente cuando escuchamos, pero desde el silencio es más dificil saber lo que le pasa al otro ; reprimir las emociones, callar demasiado lo que se piensa no solo es pernicioso para uno sino que puede afectar a los que nos rodean. El cómo decir las cosas también es importante aunque eso es otro capítulo, cultivar la palabra lúcida y afable, de la que tanto hablan los maestros.

Volviendo al tema que nos ocupa, es cierto que una mirada puede decir infinito y engarzar dos almas y un silencio que incluya esa mirada es tan elocuente que en ese instante cualquier palabra es un intruso, como cierto es también que muchas veces mecánica y vácuamente se dice “te amo” desprovisto de sentimiento y verdad, enlodando dos palabras que deberían ser la quintaesencia del amor incondicional.

Cada uno tiene su naturaleza tampoco hay que olvidarlo, hay personas más introvertidas que otras, pero muchas por inhibiciones, traumas o complejos reprimen el expresar aquello que sienten, aunque luego son conscientes del efecto que tiene el ser receptáculo de bellas palabras ajenas.

Tampoco se trata de empalagar o no dar lugar al fecundo silencio, todo en exceso ya se sabe…, ni desde luego hay ni debe haber una norma, medida o sobreesfuerzo que robe la frescura al asunto, se trata de encontrar el término medio, esa fórmula que solo un buen alquimista/guerrero del trabajo interior puede hallar cuando se escudriña y se sabe contestar al ¿por qué, o por qué no hago o digo esto?, ¿a qué tengo miedo?, o cuando uno sabe ponerse en el lugar del otro.

Personalmente creo que nunca se debe postergar el decir lo mucho que estimas a una persona en todas sus variantes si de veras lo estás sintiendo aquí y ahora, no solo por lo saludable de la no represión, sino porque además así estaremos enriqueciendo y nutriendo esa relación sea filial, amistosa, de pareja, etc.

Son tantos los condicionamientos que acarreamos desde nuestra infancia, nido de miedos en muchos casos, que no nos damos cuenta que uno puede sentirse vulnerable o inferior al reconocer las virtudes de los otros, paradoja de paradojas, ya que el valiente que se atreve se acerca a mucho a convertirse en un “mahatma” o alma grande.

La falta de humildad nuestro talón de Aquiles, ese puede ser uno de los escollos, tenemos que madurar el ego y conquistar el territorio del alma, con la psique bien depurada e instrumentalizada, aguda y clara iluminando un corazón compasivo.

Empaticemos pues con los que nos rodean, indagando en sus necesidades quizás distintas a las nuestras o quizás no tanto…, cuando das, recibes y a veces, y esta es mi conclusión final, un verdadero acto de amor también se ejercita a través de la palabra.

Violeta Arribas Alvarez.
Maestra de Radja y Hatha Yoga.
Consultora de Salud Ayurveda.
Directora de Padmasana Center Madrid.
www.padmasanacenter.com