Los hemos tenido cubriendo gran parte de la superficie terrestre, incluso en zonas hoy desérticas. En la actualidad recuperan terreno en los países más desarrollados, pero lo siguen perdiendo en los menos avanzados.
En España y en otros países fueron combatidos. Estorbaban a la agricultura y a la ganadería. Se los esquilmó para obtener un preciado material, útil para construir, esculpir, calentar y cocinar. Algunos desaparecieron y sus restos cruzaron mares y océanos transportando mujeres y hombres a nuevas tierras prometidas o a infiernos bélicos. Por desgracia, algo de esto sigue sucediendo en diversas partes del planeta. Continúan estorbando a gobiernos, compañías mineras, petroleras y agroganaderas. Son eliminados para cultivar soja, palma, conseguir pastos para el ganado, abrir minas, instalar plataformas petrolíferas o construir grandes presas.
Cuando se incendian o se degradan en exceso emiten carbono: anualmente entre el 15 y el 20 por ciento de las emisiones mundiales de este gas, principal responsable del cambio climático. Por el contrario, si se gestionan adecuadamente, son nuestro mejor aliado en la lucha contra este fenómeno: poseen el potencial de absorber un décimo de las emisiones mundiales de carbono previstas para la primera mitad de este siglo en su biomasa, suelos y productos y almacenarlos, en principio, a perpetuidad.
A estas alturas el lector ya sabe que este artículo habla de los bosques. Pero ojo, de los bosques de verdad, no de los cultivos forestales. Todos los años, especialmente en verano, nos impactan las escenas de los incendios forestales. Pero muchos de ellos no afectan a verdaderos bosques, sino a cultivos de eucalipto o distintas especies de pino, que nos brindan solo una pequeña parte de los beneficios proporcionados por los auténticos bosques. En cualquier caso, cuando un árbol se quema, aunque sea parte de un cultivo y no de un bosque, libera el carbono almacenado en sus tejidos; ese carbono se combina con el oxígeno de la atmósfera para crear CO2, un gas que permanece en la atmósfera calentando nuestro planeta gracias al efecto invernadero. El efecto invernadero natural es, por tanto, positivo, pero el efecto invernadero provocado por las emisiones derivadas de las actividades humanas altera el clima y, literalmente, mata.
Sigamos con los beneficios de los bosques. Forman parte de ciclos esenciales para la vida: el del carbono, el del nitrógeno, el de los nutrientes y el del oxígeno. Protegen los recursos hídricos y el suelo, de los que ellos mismos dependen. Gracias a las copas y troncos de los árboles, el agua de lluvia se infiltra lentamente en la tierra. Sin la vegetación, el agua y el viento arrastrarían la tierra hacia ríos y embalses, disminuyendo la capacidad de almacenamiento de estos últimos y, por tanto, nuestra disponibilidad de agua. Además, los bosques facilitan la condensación del vapor de agua de la atmósfera y su precipitación en forma de lluvia.
Los bosques albergan el 80 por ciento de la biodiversidad terrestre. Y en esa biodiversidad se encuentran especies de fauna y flora comestibles o medicinales, cada vez más utilizadas por la industria farmacéutica. Según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), “los bosques proporcionan medios de subsistencia a más de mil millones de personas que viven en condiciones de pobreza extrema en todo el mundo y aportan empleo remunerado a más de cien millones. Son el hogar de más del 80 por ciento de la biodiversidad terrestre del planeta y ayudan a proteger cuencas hidrográficas fundamentales para suministrar agua limpia a gran parte de la humanidad”.
Y, además, los bosques albergan la memoria de la humanidad. En ellos, con ellos, gracias a ellos y, a veces, contra ellos o por ellos han sucedido muchas cosas y se han desenvuelto las generaciones que nos han precedido. Su valor inmaterial es incalculable, como lo demuestra el que en pueblos y ciudades intentamos tenerlos presentes a través de nuestros parques y jardines o que, cada vez que tenemos días de descanso o vacaciones, miles de personas buscan en ellos una ansiada relajación.
Los bosques son, además, futuro. Sin ellos no hay vida. Hay un pequeño pueblo del norte de la provincia de León, Orallo de Laciana, que lo ha entendido así. Los vecinos de esta localidad han emprendido el proyecto Bosquiterio. Su intención es plantar árboles entre los escombros de la minería del carbón para enterrar el pasado y hacer crecer la esperanza en el futuro. De ahí viene el nombre de la iniciativa, Bosquiterio, de la unión de bosque (igual a futuro) y cementerio (igual a pasado). Pretenden así simbolizar un cambio de ciclo que, a partir del cese de la actividad minera, debe dar lugar a otro tipo de desarrollo basado en el respeto al medio ambiente.
Bosquiterio resume todo lo que hemos intentado explicar en este artículo. La Junta Vecinal de Orallo de Laciana invitó a la ONG Reforesta a apoyar este proyecto y hemos aceptado agradecidos esa invitación. Reforesta anima a particulares, empresas e instituciones a sumarse a esta valiosa y hermosa iniciativa, representativa de un anhelo de lograr un desarrollo sostenible bien enraizado, ya que parte de donde debe partir: de la voluntad de los propios habitantes del lugar, que quieren enlazar con un futuro mejor a través de los bosques. Tomemos ejemplo.
Miguel Ángel Ortega
Director de Asociacion Reforesta
www.reforesta.es