Obsesivamente hay gente que busca sin tregua maestros y les atribuye toda su responsabilidad. El maestro se convierte en evasión en lugar de autoencuentro, en escapismo. Por su minoría de edad emocional, muchas personas necesitan figuras paternas o maternas que les permitan fantasear que ellas harán por ellos el trabajo de madurez, evolución interior y autorrealización.
No se percatan de que cada persona tiene que descubrir y recorrer su propia senda. Como bien dijera Buda, “Los Grandes señalan la ruta, pero uno mismo tiene que recorrerla”. Son maestros auténticos los que te ayudan a manifestar tu maestro interior.
Aún si la vida fuera un sueño, estamos soñando ese sueño y somos personajes del mismo. Ese sueño o ese viaje se prolonga durante varias décadas y lo más atinado es tratar de vivirlas sin generarnos demasiado daño ni a nosotros ni a los demás, sino por el contrario, engendrando dicha propia y ajena, o sea, cooperando en el propio bienestar y en el de los otros.
Vivimos a menudo más en los reflejos que en la realidad, en lo aparente que en lo esencial, y eso nos desvía de nosotros mismos y frustra el aprendizaje vital. Con frecuencia, tomamos direcciones incorrectas y perseguimos lo trivial en lugar de lo importante. Es debido a la engañosa visión que producen los engaños de la mente, que distorsionan nuestra percepción y nos llevan a dar importancia a lo que no la tiene y restársela a lo verdaderamente significativo. Muchos son los velos u oscurecimientos de la mente que la enajenan y nos impiden priorizar sabiamente, optando con la suficiente sabiduría.
Sin embargo, solo en la medida en que vamos aprendiendo y corrigiendo errores, la vida se convierte en esa gran maestra que nos puede enseñar mucho, entre otros aspectos, humildad, paciencia, compasión, fortaleza interior, generosidad y tolerancia. Para ello, debemos utilizar el discernimiento como la espada capaz de cortar la oscuridad de la mente, permitiendo que surja una hebra de luz. Hay que estar en el incesante intento por despertar a una dimensión de consciencia más plena, clara y reveladora.
No hay mentora como la vida misma si se vive con atención, libre de juicios y prejuicios, desde la lucidez y la compasión, sin dejarse atrapar por la mente vieja que tanto nos esclaviza. Aprendamos a ver lo que es y no lo que tememos o queremos que sea, más libres de autoengaños y subterfugios. Mantengámonos abiertos a las lecciones que nos ofrece la vida, que a veces se presenta de la forma más dura.
Cada momento cuenta, cada instante lleva un peso específico y su enseñanza. No se trata de huir de la vida, sino de fluir con los arabescos de la existencia, comprendiendo que, a menudo, el placer prefigura el dolor y que la dicha y la desdicha se alternan. Huir solo conduce a perderse en la senda hacia uno mismo; la alienación es el resultado de alejarnos de nosotros, mientras que saber estar en uno mismo representa la integración.
Muchos buscan maestros como una forma de evadir la vida. Se enredan con gurus que más despistan que orientan. Tomando la vida como maestra, celebramos el proceso de autodesarrollo y realización de sí. El viaje de la vida tiene momentos altos y bajos; si se vive con una alerta serena y sin dejarnos arrastrar por la frustración o la amargura, emergen las energías latentes que nos permiten escuchar la voz de nuestro maestro interior, alentándonos a seguir adelante.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor