Espacio humano

El que era un joven barbado, Ramiro Calle

El que era un joven barbado, Ramiro Calle

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Han pasado por Shadak más de medio millón de alumnos desde que Almudena Hauríe y yo, Ramiro Calle, lo inauguramos en enero de 1971. Aparezco en la fotografía con dos de mis más antiguos alumnos y que se han convertido en mis estrechos y queridos amigos: César Vega y Manuel Muñoz. ¡Vaya persistencia la suya! Más de cuarenta años vinculados con Shadak.
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El caso es que Manuel escribió un texto para que Pablo Meglioli lo incluyera en nuestro libro «Conversaciones con un maestro«, pero los «duendes» lo impidieron, por razones insospechadas, que se incluyera. Más un texto escrito con tanta franqueza y profundo sentimiento, tiene que ver la luz, y por eso lo comparto con vosotros  pues también es un testimonio de esos años en los que el yoga estaba tratando de penetrar, con no pocas dificultades, en nuestro país.
Encontrándome en uno de mis frecuentes viajes por Marruecos recibo un correo del amigo Pablo Meglioli preguntándome «si no me molestaría enviarle unas breves palabras sobre mi relación con Ramiro Calle y el significado para mí de su amistad y sus enseñanzas de vida«.
Claro que no me importa, le contesté de inmediato. Después pensé, caramba, lo de hacerlo no hay problema pero «de forma breve» es realmente una ardua tarea. Y es que resumir las más de cuatro décadas desde que tuve la fortuna de conocer a Ramiro es casi imposible, pero me comprometí y trataré de hacerlo lo mejor y más claro posible.

Desde muy joven anduve totalmente inquieto con algo que sucedía dentro de mí, yo no entendía y que nada ni nadie me aclaraba. Inquietud constante, preguntas unas tras otras, dudas, incertidumbres y un largo etcétera.

El acceso a la espiritualidad, por aquel entonces, era exclusivo por y a través de la Iglesia Católica, todo lo demás sencillamente no existía o estaba prohibido y era pecado.

En mi búsqueda personal conseguí acceder a libros «prohibidos» (los libros negros de Alice Ann Bailey) a través de la escuela arcana con sede en Ginebra y en la que estuve a punto de ingresar, «Tratado de los sietes rayos» (), «Iniciación humana y solar» y un extenso etc. Accedí a la organización de Paramahansa Yogananda con sede en California y a través de México recibía fascículos de «Self – Realization Fellowship» que incluían ejercicios de yoga, lecciones de meditación y pautas de alimentación que me llevaron a poner en práctica una vida vegetariana.

Transcurría el tiempo y por ninguna vía conseguía aportar luz a mis constantes dudas y preguntas, es más todo parecía caer sobre mi como algo impositivo, tal cual la religión reinante en la que sacerdotes me instaban a ir de misiones en busca de la luz de la piedad y servicio a los demás para obtener la calma, etcétera, etcétera.

A mediados de los años 70, cuando me encontraba ultimando mis estudios universitarios, me llegó la noticia de que «un joven barbudo» alentaba a las masas universitarias con ideas desestabilizadoras y contrarias a lo instituido.

Allí me fui en búsqueda del supuesto barbudo, me encontré con Ramiro y… continué en Shadak.

Escuchaba sus charlas y planteamientos un día tras otro, accedía a clases de físico y mental, a cursos extraordinarios sobre respiración y leía aquellos primeros libros sobre sus viajes y experiencias en la India.

Hasta entonces todo lo recibido como respuesta a mis dudas era algo así como «tienes que buscar o hacer esto o lo otro», «No hagas …… «, «No digas …… «, «Reza tres ave marías»,  y así sucesivamente.

Sin embargo aquel barbudo revolucionario, en ningún instante decía a nadie lo que tenía o no tenía que hacer, nada que opinar sobre lo que estaba bien o menos bien, al contrario, sólo hablaba de buscar en el interior de cada uno las respuestas que siempre tratamos o nos incitan a buscar fuera y sobre todo daba ideas, pinceladas, de algunos métodos o técnicas para poder conseguirlo y siempre añadiendo «estas son algunas técnicas entre muchas posibles, pero las verdaderas son las que a cada uno le valen para su desarrollo interior».

Yo, rebelde desde niño, inquieto, buscador independiente, ajeno a todo tipo de planteamientos grupales, escuchaba a aquel barbudo, no muchos años mayor que yo, decir cosas como que «no había que perseguir un fin sino disfrutar del camino«, «había que practicar la atención consciente permanentemente«, «el mayor maestro o gurú es tu yo interior, el único que te puede conducir correctamente y nunca te abandonará» y un largo etc., que haría interminable este escrito.

 «Ramiro Calle», el joven barbudo revolucionario, EXPONÍA ideas, filosofías, pero NUNCA IMPONÍA realizarlas.

Y así, poco a poco, fui ordenando mi mente, poniendo piezas en el puzzle de mis incertidumbres, llenando espacios vacíos y aclarando conflictos que antes no conseguía descifrar al ir incorporando a mi vida personal, social y profesional aquellos conceptos que se adaptaban a mí y a mi forma de percibir la vida.

Ni que decir que este proceso que duró unos años y diría aún persiste, ha enriquecido enormemente mi vida en múltiples aspectos como atención, sexualidad, autocontrol, conocimiento y algo de sabiduría (lamentablemente de esto último bastante insuficiente).

Después, con el transcurrir de los años, tuve la doble fortuna de intimar con Ramiro, más allá de sus enseñanzas de vida, en la fraternidad y cariño de la amistad personal, de percibirle además de como transmisor de enseñanzas del auténtico yoga, como ser humano sensible, de su jocosidad, de su entrega por los amigos y seres queridos y es ahí donde considero he llegado a valorar más a Ramiro.

Llevo más de cuatro décadas contrastando como sus mensajes, sus enseñanzas, sus planteamientos ante la vida y sensaciones son realmente en él un modelo de vida, reflejo fiel de la filosofía que transmite, contrariamente a lo que de forma permanente hacen la gran mayoría de charlatanes, gurús y dogmáticos que degradan el yoga al nivel de pseudociencia aplicando aquello de «haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga«.

He llegado a percibir en el día a día con Ramiro que los trabajos a realizar con uno mismo pueden ser y son compatibles en mayor o menor medida con cualquier situación, actividad y estado de la persona. Aprendí a incorporar en mi vida el mantener la máxima atención consciente y constante, a distinguir entre el color y las formas, entre el olor y el aroma, entre el gusto y el sabor, entre el amor y como dice Ramiro, el ALMOR.

Puedo afirmar que hoy, luego de más de 40 años del encuentro con aquel joven barbudo revolucionario, sigo enriqueciéndome de sus enseñanzas las cuales, aunque a veces constantemente repetitivas, no dejan de ser actuales, fuente de sabiduría universal, transmisión de sosiego y luz placentera.

 

Manuel Muñoz Carmona

Tetuán, Marruecos, 14/11/18

 

Ramiro Calle

Escritor. Director del Centro Shadak

Autor del libro “»

ramirocalle.com

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6,3 minutos de lecturaActualizado: 10/04/2024Publicado: 11/04/2019Categorías: RAMIRO CALLEEtiquetas: , , ,