Claves secretas del Maestro

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Antes de entrar en materia me gustaría dejar claro que quien escribe estas líneas es simple-mente un viejo buscador curtido que trasmite sus experiencias, en ningún caso un Maestro en el sentido trascendente del término, si quieren, tal vez un maestrillo (que ni tan siquiera) que enseña su librillo. Tal vez un conocedor de ciertas vicisitudes que pueden conducir a otros a encontrarse a sí mismos. Tal vez, una lucerna que ayude a otros a ver en la oscuridad. O tal vez, un peregrino que como Santa Teresa decía se repite: «¡Ay, qué larga es esta vida! ¡Qué duros estos destierros, esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa dolor tan fiero, que muero porque no muero.»

No hay nada más excitante para el común de los mortales que escuchar hablar de «se-cretos», y aún más, de «claves» o «misterios desvelados», piensan que detrás de todo ello exis-ten ciertos poderes, combinaciones mágicas o enigmáticos anagramas con los que resolver su anodina vida o dominar a otros. El morbo por todo aquello que supuestamente se mantiene oculto a los ojos del profano produce una enorme fascinación. Es como si creyeran que, sin el mínimo esfuerzo, podrán conseguir la sabiduría y la penetración en los arcanos que los maes-tros alcanzaron tras años y años de disciplina, constancia y paciencia. Craso error, ya que como dice la máxima: «El secreto se protege a sí mismo.» Y no es que no se divulguen tales explica-ciones o reglas, sino que aun estando antes nuestros ojos la mayoría de las personas son inca-paces de comprenderlas. A la gente le gustan las emociones, cuanto más intensas mejor, si algo no les resulta emocionante lo catalogan de inútil o ineficaz, sin embargo, no se dan cuenta que el principal impedimento para conocer los «secretos» es precisamente ese: ser un rehén emocional.

Ahora bien, ¿para qué quiere alguien conocer las claves secretas de un maestro? Es de suponer que será para modelar sus estrategias y aplicárselas a sí mismo, con el fin de avanzar más rápido en su proceso de evolución. ¿Pará que inventar la rueda si ya está inventada? Aho-ra bien, si cualquiera busca esos «secretos» para lucrarse o adquirir poder material o sobre los humanos, que sepa que jamás entenderá lo que se le muestre. «El secreto se protege a sí mis-mo.»

Decía Sir Arthur C. Clark que, «cualquier tecnología lo suficientemente desarrollado es indistinguible de la magia.» Y yo añadiría que la magia no existe, que todo es tecnología. Sí, aunque parezca una herejía. No hablemos de lo que hacen los prestidigitadores, que bien es sabido de su gran habilidad para realizar trucos y manejar aparatos manipulados. Ya que inclu-so, si platicásemos sobre magia en el sentido más esotérico de la palabra, estaríamos refirién-donos al uso de una tecnología (combinación de elementos) que dispuestos de una determi-nada forma (orden, tiempo, lugar y personas), producen un efecto que por otros medios no es posible conseguirlo, o es mucho más complicado. Pero incluso en estos casos, la gente espera que se le muestren o se les exija el uso de raros o inverosímiles artilugios, de misteriosas pala-bras o frases ininteligibles provenientes de manuscritos perdidos o libros incunables; y no, no es así. Todo es mucho más sencillo y a la vez más complejo. He ahí la paradoja.

Entonces, ¿en qué se distingue el hacer de un «maestro» de lo que practica cualquier otro vendedor de «desarrollo personal»? ¿Cuáles son sus claves? Muy simple, la diferencia que marca la diferencia está en el orden en el que se ejecutan las cosas y en la calidad de las mis-mas. Las claves no están en el qué, sino en el cómo. No es cuestión de hacer más, sino de hacer mejor. No consiste en decir o conocer frases positivas y magníficas, sino aplicarlas en lo cotidiano. No es asunto de ser famoso o participar en shows televisivos, sino de ser uno mismo sin tapujos sin disfraces, sin máscaras, sin oxidadas armaduras. Si se quiere alcanzar un alto grado de excelencia humana, impecabilidad, conciencia superior, o florecimiento espiritual, llamémosle como queramos, es imprescindible empezar por el principio, y lamentablemente, aquellos que son atrapados por los mercaderes del «desarrollo personal», nunca aprenden las primeras lecciones porque los gurúes que les enseñan las desconocen. Si ellos no saben leer, ¿cómo pueden instruir a otros? Son ciegos guiando a otros ciegos.

¿Cuál es esa primera lección, alguien se estará preguntando? La respuesta es muy sen-cilla y la conocemos desde hace miles de años: el conocimiento de uno mismo. Pero, ¿qué es conocerse a sí mismo? ¿Cómo llega uno a conocerse realmente? ¿Cómo empezar a conocer-nos? ¿Cómo saber que nos estamos conociendo? Las respuestas a éstas y otras cuestiones similares son las claves secretas del maestro, y no por contener indicaciones herméticas, sino porque son fruto de la experiencia. «Quién prueba sabe, quién no prueba no sabe.»

¿Qué es conocerse a sí mismo? Ni más ni menos que acceder a que la conciencia evo-lucione y puedas reconocer aquello que eres realmente. Es tomar contacto con el espíritu, con la esencia. Pero para ello necesitas de ideas genuinas, principios trascendentes que te propor-cionen una estructura sólida de ideas y valores superiores de los que nazcan sentimientos re-ales y auténticos libres de mangoneos y dependencias. Necesitas borrar o desinstalar los pro-gramas infectados que te obligan a seguir con las pautas erróneas con las que operas día a día creyéndote en posesión de la verdad o pensando que eres libre, «auténtico» e independiente. Al hablar de los valores y principios que hay que asumir para llegar a conocernos es muy fácil caer en el error de meter el mismo saco cualquiera que se nos ocurra o nos convenga. Sin embargo, nada tienen que ver, por ejemplo, la ayuda al prójimo con el poder o la fama, nada tienen que ver el desarrollo personal con el desarrollo como ser humano, nada tiene que el servicio con la dependencia. Trabajar con nosotros mismos requiere que sepamos muy bien a qué nos referimos cuando tratamos con cada uno de los valores, como sinceridad, honestidad, moderación, templanza, prudencia, sabiduría. El mundo de hoy ha manipulado hasta el significado de las palabras para adaptarlo a su conveniencia de falsedad y mentira, y es preciso recuperar el sentido genuino de cada una de ellas.

Este conocimiento, este trabajo, este esfuerzo de asumir las claves secretas del maestro ciertamente merecen la pena. La serenidad interior, la claridad de pensamiento, los sentimientos genuinos libres de emocionalidad, el aplomo para aceptar las cosas que no se pueden cambiar, el valor para cambiar aquellas que sí podemos y la sabiduría para discernir ambas, son sus frutos.

Salvador A. Carrión

www.pnlspain.com

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6 minutos de lecturaActualizado: 20/08/2017Publicado: 04/12/2012Categorías: Estilo de VidaEtiquetas: ,

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