Nos movemos en dos realidades: la externa, donde las circunstancias y situaciones, favorables o desfavorables, nos impactan y la interna, nuestra mente. Cada día enfrentamos contratiempos y dificultades, algunos sutiles y otros más graves. Esta dualidad recuerda el antiguo adagio que dice: “La vida se encarga de desbaratarlo todo”.
Sin embargo, el desafío más cercano a todos nosotros surca el horizonte de nuestra propia mente. Esta mente no solo añade complicaciones a los problemas, sino que crea laberintos de sufrimiento donde no existe razón. En ocasiones, **engorda el sufrimiento** de forma innecesaria, aturdiéndonos en un ciclo de **ofuscación** sobre la ofuscación. Al ser de la mente los orígenes de todos nuestros estados, el sufrimiento se perpetúa, y su efecto es **contagioso**.
Si hemos evidenciado hasta el cansancio que una mente así es **incompetente**, ¿por qué no dar paso a un cambio? La mente, que es el problema, no puede ser también la solución. Es como intentar limpiar manchas de tinta con más tinta o elevarse en el aire tirando de los cordones de los zapatos. Este concepto se ilustra perfectamente con una fábula:
En una localidad sin delitos ni policía, la paz reinaba hasta que un día ocurre el primer robo. El alcalde convoca a quien desee ser policía, y quien se presenta es el ladrón, quien evidentemente no arrestará a sí mismo.
Los primeros yoguis entendieron la necesidad de transformarse mediante el conocimiento y la sanación de la mente. Este proceso es fundamental para expulsar las tendencias nocivas y conflictos internos. Como la serpiente muda su piel, es imperativo **renovar nuestra mente y nuestras actitudes**. La meditación y el trabajo interior buscan precisamente eso.
La mente antigua es **egocéntrica** y queda atrapada en patrones y creencias anquilosadas, carente de lucidez y **compasión**. Las creencias limitantes no transforman la mente; la inmovilizan. Es crucial experimentar y adoptar cambios que ajusten la manera de ver y ser en el mundo. Las enseñanzas han perdurado a lo largo de los siglos **no para ser solo aprendidas, sino para ser vividas**.
Recuerda, cada individuo hereda de su mente aquello que cosecha. Si la mente no se transforma, permanecerá siendo un timo, un fraude, como una casa con un millón de puertas.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor