La Rabia como Faro de Justica: Explorando la Inteligencia Emocional en Momentos de Indignación

¿Quieres más?

¿Te gustaría estar siempre al día con las últimas tendencias, consejos y secretos?  Suscríbete a nuestro boletín mensual y sé parte de una comunidad exclusiva.

3,5 minutos de lecturaActualizado: 05/11/2024Publicado: 05/11/2024Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , ,

Inteligencia emocional de la rabia.
“La razón trata de decidir lo que es justo. La cólera trata de que sea justo todo lo que ella ha decidido” (Séneca).
“La injusticia no es anónima, tiene nombre y dirección” (Bertold Brecht).

¿Acaso la rabia puede gestionarse con inteligencia emocional? Podría preguntarse cualquiera al leer el título de este artículo. A primera vista, estas citas parecen contradictorias. Pero la realidad es que existe una profunda confusión sobre una de las emociones más fundamentales del ser humano: la rabia. Esta emoción ha sido, en muchas ocasiones, reducido a su expresión extrema, etiquetada como pecado capital en religiones, y su control se nos ha aconsejado a través de la virtud de la mansedumbre.

Así, caemos en una dualidad simplista: somos iracundos o sumisos. Frente a una afrenta, la respuesta habitual es poner la otra mejilla. Sin embargo, el manejo de la ira frente a la injusticia ha sido ejemplificado incluso en textos religiosos, como cuando Jesús expulsa a los cambistas del templo, arrojando luz sobre la idea de que los injustos tienen “nombre y dirección”.

El filósofo Aristóteles, menos estoico que Séneca, habría considerado la ira como una herramienta valiosa, siempre que se use apropiadamente: a las personas adecuadas, en el momento correcto, con un propósito legítimo. Nietzsche, el filósofo alemán, también afirmaba: “Hablando francamente, es preciso que nos encolericemos alguna vez para que las cosas marchen bien”. Esta noción se complementa con lo que resalta el psiquiatra Juan José Albert en su notable obra Ternura y agresividad: la rabia se define como “el impulso natural de autodefensa como respuesta a una frustración, presente en todo lo vivo”.

Sin la emoción del miedo, no lograríamos construir espacios de seguridad. Sin la tristeza y sus reflexiones, no hay crecimiento. Y, sin la rabia adecuada, no existiría participación ciudadana ni búsqueda de justicia. Wilhelm Reich, discípulo de Freud, afirmaba que quien lucha por libertad debe oscilar entre la indignación y la acción constructiva, sin permitir que la violencia o el odio oscurezcan su propósito. La rabia puede considerarse así como una capacidad innata para percibir y reaccionar ante injusticias.

Cuando hay rabia, la alegría tiende a ausentarse. Esta se puede experimentar al restaurar la justicia y la verdad, experiencia que viene acompañada de un sentimiento de orgullo por haber actuado correctamente. El miedo, sin embargo, puede paralizar esta respuesta natural. Un ejemplo claro en España fue la crisis de 2011, donde muchos optaron por sacrificar su libertad a cambio de seguridad, reflejando cómo el miedo puede manipular y obstaculizar la acción.

Los indignados no son solo aquellos que se manifiestan, sino también quienes reflexionan, buscan soluciones y proponen alternativas. La rabia efectiva es aquella que dice ASÍ NO, pero también ASÍ SÍ, graduándose en intensidad con respecto a la injusticia que se enfrenta. En la vida cotidiana, una simple afirmación de nuestros derechos puede resolverse sin necesidad de caer en la agresión. La rabia no es la pérdida del control; más bien, es un canal para poner orden en situaciones desiguales.

Un dato curioso es que el sentido de la rabia se relaciona con el olfato. Esta conexión nos lleva a esa intuición sobre situaciones engañosas o injustas. Esto se refleja en la cultura popular, como en la obra de Patrick Süskind, “El perfume”, donde el protagonista ilustra cómo el dominio de las percepciones olfativas puede llevar al control sobre otros, pero no al amor ni a la aceptación.

Por otro lado, distorsiones comunes de la rabia incluyen el envalentonamiento en situaciones de peligro real, la envidia en lugar de orgullo, o el apocamiento en vez de dejar fluir una saludable indignación. Ejemplos históricos como Gandhi, Martin Luther King y Nelson Mandela son testigos de cómo transformar estas emociones en fuerzas de cambio social, actuando siempre en su verdad y llevando un mensaje claro de justicia.

Comenta este artículo

Haz tu buena obra del día ¡Compártelo!