La guardia real detuvo a un hombre con aspecto de pordiosero y le condujo hasta el monarca, que extrañado, preguntó:
– ¿Por qué me traéis a este hombre?
El jefe de la guardia repuso:
– Majestad, no sabemos si se trata de un loco o quiere intencionadamente ofenderos, pero dice que desea dormir en esta posada y no está dispuesto a irse.
El monarca, fuera de sí, le gritó al hombre:
– ¿Cómo osas, maldito individuo, en llamar posada a mi fabuloso palacio?
El hombre preguntó:
– ¿De quién era antes este lugar?
– De mi padre – declaró el monarca.
– ¿Y antes?
– De mi abuelo.
– ¿Y antes aún?
– De mi bisabuelo.
– ¿Dónde están ellos ahora?
– Murieron- aseveró el monarca.
Y el hombre con aspecto de mendigo dijo:
– ¿Y cómo no llamáis posada a un lugar por donde las gentes vienen y van de paso?
REFLEXIÓN:
Si todo es transitorio, efímero, pasajero y mudable, ¿por qué tanto apego, aferramiento, afán de posesividad?, ¿por qué tanta aversión y odio?
Con nuestra actitud, sin saber aceptar la impermanencia, añadimos mucho sufrimiento al sufrimiento. Nos extraviamos en innumerables e inútiles afanes, disgustos, preocupaciones y obsesiones, conflictos y fricciones. Venimos y partimos.
Como tantas veces escuché a Babaji Shivananda de Benarés (y ahora se acaba de editar por tercera vez su obra «Misterio del Planeta»), «venimos, nos hacemos la foto y nos marchamos». Podemos pasar por la vida con nobleza, lucidez, compasión, o ser desalmados y malevolentes, insolidarios y egoístas.
Nadie escapa a la ley de la transitoriedad; nadie puede burlarla; pero podemos aprender a mantenernos serenos en este viaje que es la vida y comprender que «nuestros apegos y nuestras aversiones son dos monos que viven en el árbol de nuestro corazón; mientras lo sacudan y lo zarandeen con sus brincos y saltos, no puede haber reposo».
En esta vida nada es tan esencial y revelador como el sosiego. Nada tan enriquecedor como la compasión. La verdadera satisfacción deriva de una mente clara y un corazón tierno. La ecuanimidad, que nos hace mantener el equilibrio entre esos extremos que son el apego y el aborrecimiento, es una lámpara en la senda de la vida, una maestra y un refugio. Todo es inestable, nada dura. Solo la paz que uno haya alcanzado es lo que se lleva.
Como dice un destacado texto clásico de tantra: «El yogui, conocedor de la Verdad suprema, reside en el cuerpo como un viajero, sin apegos, siempre contento, con visión de igualdad, dueño de sus sentidos».
Ramiro Calle
Centro Shadak