La Curación Divina según Isaías: Comprendiendo el Poder de Jesús y la Ley del Karma

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Las palabras del profeta Isaías acerca de Jesús hacen referencia a que en la curación divina se halla implícita una importante expresión de la gracia de Dios: «Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades» [citado en Mateo 8:17]. Los sanadores poderosos, como Jesús, sólo pueden borrar los efectos del mal karma de una persona de acuerdo con los principios correspondientes al funcionamiento de la ley de causa y efecto.

Si alguien lleva en su cuerpo una carga de veneno —debido a una alimentación inadecuada, por ejemplo—, puede tomar un medicamento que contrarreste sus efectos y así crear una nueva causa cuyo efecto sea capaz de eliminar la virulencia del veneno en su organismo. De igual modo, Jesús, con su poderosa conciencia, pudo contrarrestar por diversos métodos los efectos adversos de los errores pasados adquiridos y acumulados por personas que habían errado. Sin embargo, nadie, ni siquiera alguien de la estatura espiritual de Jesús, puede quebrantar la ley de causa y efecto creada por Dios. El juicio de la Naturaleza debe ser compensado en la misma moneda o a través de un intercambio justo. Un maestro, haciendo uso de su sabiduría, es capaz de manipular determinados mecanismos de la ley del karma. También la persona afectada puede adoptar medidas correctivas o paliativas —como la oración, el intenso amor por Dios, la fe, la meditación yóguica, la dirección consciente de la fuerza vital mediante el poder de la voluntad— con el objeto de minimizar o anular los efectos adversos de las acciones erradas del pasado. En casos extremos de karma profundamente arraigado, o en respuesta a la fe devocional y a la receptividad de un suplicante, o para acelerar la evolución espiritual de un discípulo, un maestro puede asumir y extinguir en su propio cuerpo los efectos de una afección kármica de un devoto (o parte de ésta).

Así era como Jesús podía detener el resultado inminente de una mala acción, asumiendo astralmente las consecuencias de dicha acción y perdonando de ese modo a la persona culpable de la trasgresión. Para ilustrar este principio en términos simples, supongamos que un hombre de constitución débil llamado Juan hace enojar a un conocido más robusto, que entonces levanta la mano para golpear a Juan; pero de pronto yo me interpongo entre Juan y el hombre robusto, en la trayectoria del golpe, y le evito el daño a Juan. Por el hecho de ser más fuerte, yo resultaría afectado en un grado mucho menor, o no resultaría afectado en absoluto, por el puñetazo propinado.

De igual modo, cuando, de acuerdo con la ley de causa y efecto, una persona está destinada a sufrir como resultado de sus acciones erróneas, un alma poderosa como Jesús puede evitar el estrago causado y agotar sus efectos haciendo que la fuerza de tal daño se extinga en él mismo. Se sabe de algunos santos que han tomado sobre su propio cuerpo las enfermedades de las personas afectadas y, de ese modo, han aliviado a aquellos que sufrían. Eso no significa que uno deba sufrir con el objeto de curar a otros por medio de la ley espiritual. Sólo los sanadores y maestros crísticos extraordinarios conocen el sagrado método mediante el cual pueden tomar sobre sí los sufrimientos físicos, mentales o espirituales de otros a fin de que sus efectos se aniquilen en su propio cuerpo. El propósito de un salvador o gurú universal es sanar a la humanidad de las tres clases de males que la aquejan. Una vez que su instrumento corporal ha cumplido su propósito de expresar la realización de Dios, entonces se utiliza con el fin de redimir a otros por todos aquellos medios que sean más ventajosos para el devoto.

Por eso se dice que Jesús se entregó a sí mismo como rescate de muchos. Él tomó sobre sí los pecados de sus discípulos y de muchas otras almas y permitió que su cuerpo fuera crucificado. Tenía la posibilidad de salvarse rogando a Dios: «[…] que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que dicen que debe suceder así?» [Mateo 26:53-54]. Fue sobre todo gracias a que él asumió mediante su sacrificio las consecuencias del mal karma de sus discípulos que ellos alcanzaron un elevado nivel espiritual que les permitió estar en condiciones de recibir al Espíritu Santo, el cual descendió posteriormente sobre ellos y los bautizó con la conciencia y la sintonía divina necesarias para llevar adelante y difundir la misión de Jesús. Ya sea que un salvador universal o un gurú unido a Dios se encuentre en el cuerpo o en el Espíritu omnipresente, su gracia redentora es siempre la misma y está dispuesta a complacer cada humilde súplica de todo corazón receptivo.

Sea cual sea la enfermedad que se padezca o la bendición curativa recibida, el único modo de destruir en forma permanente todo el karma indeseable es mediante el contacto con Dios. El cuerpo es transitorio y, aun cuando la enfermedad le sea perdonada, debe perecer cuando su tiempo se haya cumplido. La mente es flexible y puede, por medio de una voluntad férrea, volverse inmune a muchos de los embates de su entorno; no obstante, también continúa siendo susceptible a la falibilidad de la ilusión. La curación definitiva que se ha de buscar consiste en liberarse de la contagiosa enfermedad de la ignorancia espiritual, el debilitamiento de la expresión del alma, que se halla en la raíz de todas las demás enfermedades. Si por medio de la meditación y del contacto con Dios se elimina la enfermedad de la ignorancia, que constriñe al alma, entonces automáticamente se debilitan también las compulsiones kármicas mentales y físicas. En el reino de la conciencia de Dios, la potestad de la ley kármica —que opera únicamente como una fuerza correctiva que nos orienta ante la presencia del engaño— ya no cumple ningún propósito y se disuelve en la Sabiduría. Por eso Jesús aconsejó: «Buscad primero el Reino de Dios (destruid el engaño) […], y todas esas cosas (la consumación de todas las oraciones del ser humano, incluyendo aquellas por la curación del cuerpo, de la mente y del alma) se os darán por añadidura (como herencia divina, por ser hijos de Dios)».l

Extracto del Discurso 25 («La curación de los enfermos») de La Segunda Venida de Cristo (Volumen I), obra de Paramahansa Yogananda publicada por Self-Realization Fellowship en 2011.

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5,8 minutos de lecturaActualizado: 26/07/2024Publicado: 26/07/2024Categorías: Estilo de Vida

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