Imparto dos clases de yoga mental y meditación todos los días, donde exploramos enseñanzas ancestrales y prácticas contemporáneas. La estructura de cada sesión incluye tres partes: la práctica de la meditación, una charla sobre autodesarrollo y un ciclo de preguntas y respuestas. Me esfuerzo por mantener un enfoque neutral, a menos que los alumnos busquen entendimiento sobre mis experiencias personales.
Recientemente, un alumno me preguntó sobre mis emociones durante mi recuperación hospitalaria tras un largo período en la UCI. Como narrado en mi libro EN EL LÍMITE, sufrí una infección grave por listeria que amenazó mi vida. En el mismo lugar donde impartía clases antes de mi ingreso, ahora enfrentaba esas preguntas profundamente personales.
Tras superar un periodo crítico, sentí dos realidades que transformaron mi ser: la humildad y el potente deseo de cariño y compasión. La fragilidad de nuestra existencia nos recuerda lo efímero de la vida, llevándonos a un profundo reconocimiento de nuestra vulnerabilidad. Este entendimiento genera un sentido de conexión con otros seres sintientes.
En esos días de recuperación, la humildad me abrumó; comprendí que lo verdaderamente esencial es el amor y la compasión hacia los demás. La vulnerabilidad revela nuestra interdependencia: todos formamos parte de una gran familia de seres sintientes. Esta comprensión trajo consigo un sentimiento intenso de gratitud y cuidado hacia aquellos que nos rodean.
Durante semanas, fui poseído por estas experiencias transformadoras. La razón que impulsó mi regreso del más allá era la necesidad de evitar el sufrimiento a mis seres queridos. Entendí que, aunque el camino del yogui implica desapego, el amor humano es invaluable. Un amigo mío dice, al enterarse de una muerte: “Dichoso aquel que ha encontrado la liberación de esta vida y del yoga”.
Después de años de práctica, cuando finalmente salí del hospital, mi cuerpo estaba débil; no podía realizar movimientos simples. Esta realidad me enseñó a dejar de lado la autoimportancia y aceptarme. Pese a que el yoga había sido parte de mi vida desde los 15 años (Entrevista a Ramiro Calle), me encontraba comenzando de nuevo. Sin embargo, en mi camino, cada día es una oportunidad de reconectar y reforzar mi salud psicosomática.
La antigua enseñanza que dice: “SIN LA ENSEÑANZA, UN SER HUMANO ES NADA” resonó profundamente en mí. Así que, desde estas humildes líneas, quiero expresar mi agradecimiento a todos aquellos que me apoyaron y rodearon con su amor durante este tiempo.