Del laberinto ¿se sale por arriba o yendo hacia dentro?

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El ser humano es parte del Todo, una parte manifestada en un espacio/tiempo de ese todo al que nosotros hemos llamado Universo.

A través de sus pensamientos y sentimientos puede que llegue a experimentar que está separado, sin embargo, esto no es más que una ilusión óptica. Se puede salir de esta ilusión que nos limita y restringe tanto. Nuestra tarea en la vida es liberarnos de esta prisión ampliando nuestros círculos de visión y compasión para abrazar a todas las criaturas y a toda la naturaleza en su belleza.”

Einstein

A nosotros nos encantan los libros, las películas y las series que transitan por este misterio llamado vida humana, lleno de sincronías, luces, sombras, encuentros y desencuentros. Todos ellos, en realidad, recrean el proceso de individuación del que Jung tanto hablaba, y también el viaje del héroe (o la heroína) cuyas etapas describía tan sabiamente Campbell. No nos cansamos de leer y ver películas sobre estos temas, aunque muchas de ellas son bastante parecidas: los sucesos y desafíos se repiten, una y otra vez, con distintos protagonistas, en diferentes contextos…

Fue en el final de la serie televisiva Westworld (basada en el libro de Michael Crichton titulado con el mismo nombre) donde una de las protagonistas concluyó: “…del laberinto no se sale por arriba sino yendo hacia adentro.” En dicha serie Arnold es un científico que construye un pueblo del viejo Oeste americano y lo puebla con un grupo de robots con aspecto idéntico a los humanos.

Cada robot tendrá un programa base para desarrollar su personaje y un porcentaje de posibilidad de improvisación. En unos de los capítulos cuentan cómo, al ir a crear su mente, no la plantea como si se tratara de una pirámide que tienes que ir escalando hasta llegar al final. “La consciencia no es una pirámide, sino un laberinto hacia el centro”, confiesa Arnold a Dolores, unas de sus más antiguos robots.

Un día, Dolores encuentra enterrada una caja redonda de metal. Dentro de ella hay un laberinto en el cual una bola de metal ha de llegar al centro. Ella lo considera una señal importante y se propone buscar ese lugar, emprendiendo un viaje por un sinfín de parajes. Presentía que podría encontrar la verdad y las respuestas a las preguntas que albergaba su corazón sobre quién era y qué sentido tenían los flashes y recuerdos que aparecían de vez en cuando.

A lo largo de los capítulos se da cuenta de que todo lo que ha ido aprendiendo con lo que le sucedía en su vida no la conducía a ningún lugar físico como el centro del laberinto: el paraíso perdido no era un espacio geográfico. Tampoco ningún objeto (como buscaron otros caminantes en otras peregrinaciones: el arca perdida, el anillo de los hobbits, el cristal oscuro, el santo grial…). Todo lo que había ido sintiendo, viendo, aprendiendo y recordando, sencillamente, conducía a un espacio o estado interno de encuentro esencial con ella misma y con la vida.

Y así, contemplándose a sí misma, frente a frente, con conciencia plena, un “robot” con respuestas automatizadas y programadas… alcanza la conciencia. Todas las repeticiones, todos los sinsabores, los encuentros, desencuentros y los dramas habían sido necesarios para llegar a ese momento.

La metáfora del “robot mecánico” que termina humanizado, sabio y consciente tras vivir su camino es una de las líneas temáticas que más éxito han dado al cine de todos los tiempos: Ghost in the Shell, Her, Robocop, Ex Machina… En ella vemos reflejada la analogía del camino que algunos decidimos emprender para sustituir nuestras programaciones neurolingüísticas automatizadas inconscientemente por elecciones deliberadas y conscientes. Tal y como afirmaba Eric Fromm “El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. El peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots”.

Muchas series y películas incluyen misteriosos símbolos universales en sus argumentos. Son una apuesta segura, ya que resuenan en lo más profundo de nuestro ser esencial.

El símbolo del laberinto ejemplifica perfectamente el proceso de despertar en el que comenzamos a tomar conciencia de nuestras dinámicas internas, de nuestro psicodrama interior, de aquello que nos separa de lo más elevado y esencial. Recorriendo sus sendas, y a veces, dando muchas vueltas, vamos distinguiendo lo sagrado de lo irrelevante, lo esencial de lo superfluo, lo auténtico de lo fingido, lo temporal de lo eterno…

La incertidumbre, el desasosiego y el duelo están servidos para todo aquel que abandona las seguridades de un camino automático, habitualmente identificado con roles o personajes egóticos.

Sin embargo, este viaje merece la pena, pues nuestra alma arde en el anhelo de que, en algún momento, en algún lugar, tiempo y espacio, “tempus y locus” propicien ese estado donde encontremos el sentido del laberinto, recordemos nuestra genuina esencia y nos sintamos un templo sagrado al reconocernos a nosotros mismos abrazando a todas las criaturas y a toda la naturaleza en su belleza.

Techu Arranz y Gustavo Bertolotto
Directores del Instituto Potencial Humano
Institutopotencialhumano.com

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4,5 minutos de lecturaActualizado: 13/11/2017Publicado: 26/05/2017Categorías: Estilo de VidaEtiquetas: , , , ,

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