El destino lo quiso. Quizá el azar, el karma, una afortunada coincidencia cargada de sentido, la casualidad o la causaidad. No lo sé. Es dificil penetrar lo Incognoscible. En ese ámbito, ya lo dijera Buda, el hombre más despierto de su época: “El que interroga se equivoca; el que contesta se equivoca“.
Pero por las razones que fuera, para una de mis reediciones de mi obra “El Yogui“ se eligió una foto de Babaji Sibananda para la portada. Gracias a ello le conocí y fui a visitarle en diversas ocasiones.
Llegamos a querernos profundamente. Yo le admiraba desde lo más hondo de mí. Mis viajes a la India, tras conocerlo, adquirieron aún un sentido más pronunciado.
Babaji era el vivo ejemplo de quien es feliz desde el desprendimiento. Se tenía a sí mismo y gozaba de un gran sosiego y un contagioso sentido del humor. Era un sabio. Jamás se hizo pasar por un liberado-viviente ni se proclamó como alguien especial. Siempre me insistió en que los más grandes yoguis permanecían ocultos, sin querer darse a conocer, sin hacer giras mundiales, buscar protagonismo, fundar ashrams o acumular discípulos sin fin.
Era sabio, porque sabía ver en lo profundo de las cosas y conducir su sabiduría a la vida de cada día, siendo humilde y accesible, combinando la práctica de la meditación con el devenir cotidiano, sabiendo ser de todos y de nadie en demasía, estando en este mundo sin estar en él. Era un sabio con la misma natualidad que la luna se refleja en las aguas del lago o la flor exhala su aroma, sin pretenderlo y ni mucho menos querer manifestarlo, con esa grandeza de los verdaderos sabios, que sabe estar sin estar, que parecen conectados con lo Inmenso aún cuando se rían a carcajadas, saboreén un humeante té o se queden mirando absortos el infinito.
A veces era como un maestro zen quebrando todos los esquemas de la mente; otras como un hermano mayor consolando con su sola presencia; otras el travieso e incomprensible sadhu que te sorprende inesperadamente; otras mirándote con sus ojos de abismo como si buscara entrar en tu alma. ¡Qué glorioso momento cuando me entregó su cuadernito de tapas rojas brindándome sus más íntimos pensamientos!. Los pensamientos de un verdadero sabio, de alguien que ha desarrollado el entendimiento correcto y que combina la sabiduría de la mente con la del corazón.
Se han publicado con el título que él había elegido para ellos: “El Misterio del Planeta” (Editorial Ela). Todavía me parece sentir su mano en la mía cuando juntos contemplábamos el espectáculo del Ganges al atardecer. Él ha representado un verdadero acontecimiento en mi vida, una inspiración que se perpetuará siempre. Yo no sé si llegó a saber que Luisa, Jesús Fonseca y yo acudimos a verle unos días después de haber estado ya con él y no le encontramos. Quizá alguien se lo dijo; quizá no. Después yo me enfermé, en tanto él diariamente meditaba en mí y se preocupaba por mi salud. Desencarnó antes de que yo pudiera ir a verle y fundirnos en uno de esos abrazos que nos dábamos tan sentidos y reveladores; lo hizo un mes después de que lo hiciera mi hermano Miguel Ángel.
Dos grandes seres, que pasaron haciendo siempe el bien, habían partido a fundirse con el Todo. Tengo el centro de yoga salpicado de numerosas fotos de Babaji y su ser está inscrito en todas las células de mi ser. Ahora mi buen amigo José Ignacio Vidal (recomiendo siempre su sugerente facebook: nacho vidal moran) me ha enviado esta fotografía. La verdad es que cuanto más le conocía, más amaba a Babaji, y cuanto más le amaba, más le conocía. Para él la muerte no era nada, como dormise cada día, pero uno ya no despertar. O quizá, al revés, despertar de verdad.
Ramiro Calle
Centro Shadak