Qué decir. Cuándo callar

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vida más sana” y habrá un abismo según se trate de un joven o de un jubilado, de un obrero que viva en el extrarradio o de un rentista de una urbanización de lujo. Acusar a alguien de pertenecer a la “extrema izquierda” o de ser “nazi” precisaría saber dónde se sitúa quien acusa y qué entiende por ello antes de rebatir, indignarse o contra atacar.
lo que sabemos puede generar un discurso, pero lo que comprendemos genera una actitud. Y son las actitudes y no los discursos las que cambian el mundo.

Vivimos en un mundo de furia y ruido y no siempre los culpables son los demás. Cada uno de nosotros contribuimos a más paz y más silencio o a más irritación y más barullo. La palabra tiene la cualidad de crear realidades o de matarlas y estaría bien prestar atención a lo que decimos y a cuándo hablar y cuándo callar. Muchos conflictos de pareja se producen porque uno de los dos anuncia sus intenciones antes de tiempo, como pidiendo permiso o disculpándose de antemano y el otro miembro de la pareja empieza a poner pegas o a remontarse al pasado. Suelen hacerlo más los hombres, y eso que normalmente se les reprocha no comunicar y guardar prolongados silencios. La verdad es que muchos hombres callan cuando deberían expresar lo que sienten, pero hablan cuando deberían callar y simplemente escuchar.

La escucha profunda y atenta es una cualidad rara hoy día en que todo el mundo necesita decir “aquí estoy yo”, tal vez porque el sistema nos convierte en números anónimos de tarjetas de identidad, cifras estadísticas, consumidores indiscriminados, productores de algo para engrasar las ruedas económicas del “desarrollo” o desechos marginales sobrantes.

Es más fácil escuchar a alguien que tiene un lenguaje orgánico que a alguien que recita frases aprendidas, lugares comunes, eslóganes políticos o comerciales, opiniones ajenas. Un lenguaje orgánico es un lenguaje corporal hecho palabra, un lenguaje nacido de la vivencia y de la experiencia personal, porque la palabra o es vida o no es nada. Las palabras que se lleva el viento son aquellas en las que no implicamos nuestra propia Señora de la Guadaña, la mudez de los cementerios. Olvidan la quietud de una noche estrellada y la placidez de un amanecer en el campo antes de que despierten los pájaros.

Silencio voluntario y no impuesto por la censura de los poseedores de la verdad, de los regímenes dictatoriales y las “leyes mordaza”. El verdadero silencio interior es un sosiego de las mismas células en el que uno no se identifica con pensamientos, deseos, planes ni miedos. Nada que ver con la afonía que produce el aburrimiento, la sordina de la perplejidad ni el tartamudeo del no atreverse a expresar. El auténtico silencio es mental, emocional y corporal. Y más allá, espiritual: la contemplación en ese espacio en el que no existen objetivos que conseguir ni separación alguna entre el observador y lo observado.

El verdadero silencio genera auténtica reflexión para comprender lo que pasa a nuestro alrededor, porque no es lo mismo saber que comprender. Como afirma el Premio Nobel alternativo de Economía Manfred Max-Neef,

Escritor, terapeuta gestáltico y consultor transpersonal

Alfonso Colodrón

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