Lo dijo Buda: «Más vale morir en el campo de batalla que una vida de derrota«. Y también: » Más importante que vencer a mil guerreros en mil batallas diferentes, es vencerse a uno mismo». Desde tiempos inmemoriales se ha perpetuado la tradición del guerrero espiritual, de aquel que sigue los dictados de su mente clara y su corazón compasivo, pero que para llegar a ello necesita seguir una dificil disciplina y tener como meta la verdadera libertad interior.
El guerrero no malgasta su tiempo en buscar una respuesta a los imponderables. Su vida anterior o su vida posterior no cuentan cuando está viviendo el momento presente y proporcionándole un sentido de búsqueda. No cree en conceptos, sino en vivencias que modifiquen la mente y la conducta. Sabe que la vida sin sentido es atroz. Que esa misma atrocidad es una bendición si se utiliza para acrecentar la consciencia y recobrar la Sabiduría. Sabe cuán peligrosa es la sociedad y hasta qué punto conspira contra el individuo, pero se esfuerza por mantener su identidad. Sabe cuán dormidos y crueles pueden llegar a ser la mayoría de los gobernantes, pero está en el intento de no perder su discernimiento y su real naturaleza.
Aprende a estar en sí mismo, desde la serenidad. Si no aprendemos a estar con nosotros mismos, ¿a dónde podremos ir que nos sintamos bien? El guerrero espiritual se desnuda psicológicamente para ir más allá del fardo de su psicología. Sabe que no hay proceso sin sufrimiento. ¡Cuánto se sufre por no querer sufrir!. No cede a las fantasías neuróticas. No engorda paranoicamente el ego. Sabe estimarse de verdad, genuinamente, y ser caritativo consigo mismo, pero no precipitarse en la autocompasión. Sabe que para ser hay que también no ser.
Pone los medios para poder emerger de la atmósfera de engaño que hay en su mente condicionada. Tiene que superar adoctrinamientos, patrones de conducta, reacciones negativas, esquemas y condicionamientos, descripciones petrificadas.
Es un guerrero, cualquiera que sea su situación vital, aquél que impide que su mente se llene de odio, celos, envidia o malevolencia, y cultive La Paz en su hogar interior. Es un guerrero el que no se amilana ante el fracaso y renueva sus energías, prosigue su marcha con ánimo y entereza; el que no disputa con el mundo aunque el mundo dispute con él; el que no recoge el insulto aunque los otros insulten, ni desarrolla odio contra los que son aviesos. Es un guerrero el que cada vez que se desploma, al punto se incorpora; cede hasta donde hay que ceder, pero no más de lo necesario; se entrena para ser lúcido, aunque a veces la lucidez sea hiriente como un estilete afilado; se adiestra para mantener el equilibrio como el más sagaz de los funámbulos. Desconfía de los extremos, que son emboscadas; desconfía de los conceptos, que son material muerto; desconfía del poder, que es putrescible. Hace lo mejor que pueda hacer en cada momento. No se obsesiona por los resultados. Vendrán por añadidura si tienen que venir; sabe que nadie puede empujar el río. Sabe esperar; sabe pensar y dejar de pensar.
La intrepidez del guerrero consiste en abrirse, no en atrincherarse. Pero hay mucha consistencia en su apertura. Pueden intentar herirle, pero las heridas no le hieren, porque es como el cielo inmenso que no es diana de los dardos. Pueden insultarle, pero no le ofende, porque es como la luna que no cae del cielo por mucho que aúllen los chacales. Pueden injuriarle, pero permanece como el lago de aguas imperturbables. Al no reaccionar neurótica ni desmesuradamente, conserva su energía. Es como el bambú hueco por el que no cesa de fluir el viento.
El guerrero está en la senda del despertar, y sabe que al final la Senda es la senda sin senda, o sea su propia senda. Ese despertar es su meta, su dios, su fuente de inspiración. Se sirve de todas las enseñanzas espirituales, pero no se aferra a ninguna. Busca el maestro interior, que está más allá de todos los maestros, tratando de encender su propia lámpara interna lodos, siendo de todos pero de nadie en demasía, estando en el mundo pero sin dejarse atrapar por él. Está en vela cuando los otros duermen. Cree en todo y en nada. Al liberarse de las ataduras de su mente, no tiene límites. Es como una flor que exhala su aroma en todas las direcciones, sin preferencias. Como el sol, no necesita proclamar su luz. Afronta la vida y la muerte con equilibrio. Hace de su vida una herramienta para el despertar y ese es el propósito, el sentido y el significado de su paso por este mundo, donde casi todos se abandonan a su sueño y desoyen la yo real.
Ramiro Calle
Centro Shadak
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak
Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak