Cada día, la tecnología avanza a pasos agigantados. Se ha hablado de la posibilidad de que los seres humanos lleguemos a vivir hasta ciento cincuenta años: ciento treinta trabajando y quizás veinte disfrutando de una jubilación. Este crecimiento incesante en la comunicación y la cibernética, sin embargo, contrasta con una realidad inquietante. En nuestras sociedades basadas en el bienestar, el egocentrismo, la voracidad por el éxito y el hedonismo parecen predominan sobre la sencillez y la compasión.
Entonces, surge la pregunta: ¿Dónde queda la compasión en este mundo convulso? Si hay un antídoto que podría contrarrestar el veneno de la indiferencia y el odio, es precisamente la compasión; un néctar que emerge en medio del caos, ofreciendo esperanza y conexión.
La compasión es invaluable. No hay orquídea más preciosa que esta virtud, y los grandes líderes espirituales nos han dejado claro que su enseñanza esencial surgió de un profundo deseo de bienestar para los demás. Mi querido amigo Babaji Sibananda de Benarés siempre repetía que la acción más noble de una vida plena es colaborar en el bienestar ajeno. Era un hombre que creía firmemente que “la flor más bella es la de la compasión, pero está en pocos jardines”.
A lo largo de los años, tuve el privilegio de entrevistar a Nyanaponika Thera, un monje budista alemán cuyo trabajo ha sido fielmente traducido al español por Almudena Hauríe Mena. Durante nuestras conversaciones, él compartió una perspectiva sobre el sufrimiento y la compasión que se volvió una guía para mi vida. De su sabiduría comparto un extracto que invita a la reflexión:
“El mundo sufre, pero la mayoría de las personas tienen los ojos y los oídos cerrados. No ven la corriente incesante de lágrimas que fluyen durante toda la vida, no oyen los gritos de dolor que saturan constantemente el mundo. Sus propias pequeñas penas y alegrías nublan su vista, y debido al egoísmo, sus corazones se han vuelto duros. ¿Cómo podrían entonces conmoverse ante una meta más alta? ¿Cómo darse cuenta de que la única forma de liberarse del sufrimiento es liberándose de su egoísmo?”
“La compasión es quien levanta las pesadas trancas y abre la puerta de la libertad, quien permite que un corazón pequeño se expanda hasta abarcar el mundo. Ella arrastra consigo el letargo que nos deja inertes; hace vibrar sus corazones y vitaliza a aquellos que están anclados en sí mismos. La compasión se convierte en la memoria viva del sufrimiento, fortaleciendo nuestra capacidad para afrontarlo. Ella es fuerza, y nos da fuerza”.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor