Biodanza y la danza emocional de nuestro cerebro

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El nivel de éxitos y felicidad del ser humano depende mucho de nuestra capacidad de desarrollo de nuestra inteligencia emocional. La biodanza es un sistema de integración socioemocional que nos ayuda a cambiar y reescribir nuestra historia emocional para transformar nuestra vida en aquello que deseamos.

Sabemos, que cuando danzamos, nuestro cuerpo se mueve, pero no todos experimentamos que con el movimiento, también danzan las emociones. Ellas son el principal motor que nos mueve a la acción, sin la motivación que nos proporcionan, nos costaría mucho levantaríamos de la cama cada mañana y hacer la mayoría de las cosas que llenan nuestra vida de sentido y felicidad.

Creo que todos hemos experimentado la diferencia que existe entre la acción que nace la emoción, y la que nace de la obligación o el pensamiento. Desde la primera, el viaje es menos costoso y ligero, como si fuéramos movidos por una fuerza invisible que nos empuja. Pero es conveniente mantener siempre entrenado el «músculo de la voluntad» para que nuestra vida no se pare cuando nos falten emociones que nos movilicen para actuar.

A través de las distintas líneas de vivencia; vitalidad, creatividad, afectividad, sexualidad y trascendencia, la biodanza nos ayuda a equilibrar y armonizar nuestras emociones y potencia especialmente las que nos dan un impulso positivo hacia la vida. Pero también trabaja con categorías del movimiento que precisan de control voluntario y refuerzan las vías sensoriales y motoras del cerebro, desarrollando más destreza, expresión y sensibilidad corporal.

La riqueza de nuestro repertorio emocional es inmensa comparada con el cerebro primitivo que carece de control de emociones, y que se llama también reptiliano, porque apareció en los reptiles por primera vez. Con los mamíferos aparece el sistema límbico, también llamado cerebro emocional, que incluye a la Amígdala, el centro de las emociones básicas de supervivencia, como el miedo. Es un detector rápido e hipersensible, que ante cualquier estímulo que sea detectado como posible situación de peligro, dispara rápidamente la respuesta de «lucha o fuga». En el ser humano existe una región del cerebro, la corteza pre-frontal, que se encarga de hacer una evaluación más detallada de la situación y controla la respuesta de la amígdala.

Todos nuestros recuerdos negativos de los primeros años de vida, quedan grabados a fuego en nuestra amígdala, y se convierten en respuestas automáticas e involuntarias ante pequeños estímulos que relaciona con estas experiencias grabadas. Como la corteza pensante tiene una respuesta más lenta que la amígdala, porque tarde más tiempo en evaluar la situación real, muchas veces la amigdala dispara la respuesta adrenérgica de «lucha o fuga» ante situaciones no justificadas. Esto es lo que llamamos «rapto o secuestro emocional», donde el miedo se apodera de nosotros sin permitirnos reaccionar de una forma lógica o racional. Por eso solemos decir que antes de reaccionar ante una situación, respiremos profundo, porque ese tiempo es suficiente para que la corteza evalúe la situación y nos permita dar una respuesta más adecuada a la situación.

Antonio Damasio

Es uno de los Neurocientíficos más importante de la actualidad, publicó en el 2010, el libro «Y el cerebro creó al hombre», donde explica que las emociones aparecieron evolutivamente antes que la mente pensante y postula que «las emociones crearon el cerebro». Lo que está ampliamente demostrado, es que el aprendizaje y la memoria, dependen totalmente de nuestro estado emocional. Cuando estamos emocionalmente alterados, nuestro cerebro deja de funcionar adecuadamente y no podemos pensar ni recordar.

Las vías de comunicación entre nuestros dos cerebros (límbico y neo-cortex) se crean principalmente durante el desarrollo uterino y en los primeros meses de vida. Por eso, ese periodo es crítico para garantizarnos una buena capacidad de aprendizaje y salud emocional. Las vivencias que generan estas conexiones, es lo que Rolando Toro, el creador de la Biodanza, llamó «protovivencias».

El ejemplo siguiente nos servirá para entender cómo se graban y modifican los mensajes en el cerebro. Los bebes utilizan el llanto como lenguaje para expresar sus necesidades. Si su llamada no es atendida una y otra vez, la amígdala generará una respuesta de stress que no permite una buena conexión entre el sistema límbico y la corteza pre-frontal. Se quedará grabado un menaje automático de que expresar sus necesidades y emociones, no sirve para nada, y aprenderá a esconderlas y a responder de forma automática e inadecuada a cualquier situación que tenga algún elemento del recuerdo grabado. Esta vivencia repetida se almádena en el cerebro, dejando una huella neuronal tan fuerte, que condicionará sus respuestas a lo largo de toda la vida, si esa huella no es borrada o sustituida por otra. Para borrar las fuertes huellas emocionales negativas que se grabaron con un lenguaje gestual y emocional, es mejor utilizar el mismo lenguaje que las generó.

Este es el motivo por el que la biodanza utiliza una metodología vivencial y un lenguaje gestual y emocional, donde la repetición de las nuevas vivencias mediante la asistencia regular dentro del mismo grupo, es fundamental para que los cambios se produzcan y se estabilicen. Un ambiente enriquecido de ecofactores positivos, ejercicios precisos con músicas adecuadas, y el continente afectivo del grupo, hacen posible que los participantes empiezan a cambiar sus vivencias negativas por otras de aceptación, respeto, valoración, reconocimiento, unión, afecto, alegría y validación de la expresión, entre otros muchas.

Desde que las investigaciones sobre neurociencia descubrieron la plasticidad neuronal (la capacidad que tiene el cerebro de seguir creciendo y desarrollándose a lo largo de toda la vida), ya no tiene sentido culpar a nuestro pasado de todos los problemas actuales. Ya que podemos cambiar las carreteras de comunicación entre nuestros dos cerebros, por otras más transitables, que nos permitan responder a lo que nos pasa, en vez de reaccionar inconscientemente con patrones involuntarios del «niño herido», que no se adaptan a las nuevas realidades que estamos viviendo.

Cuanto más aprendamos a leer los gestos que van asociados a las distintas emociones, más preparados estaremos para interpretarlos y reconocerlos en los bebes y en todas las personas que nos rodean. La inteligencia emocional puede entrenarse y mejorarse con la práctica repetida, y de todos los tipos de inteligencia, es la que más garantiza el éxito personal y profesional. ¡Sin duda es algo en lo que vale la pena invertir!

Aunque vivimos en una sociedad muy relacional, donde el contacto con los otros es permanente, la cultura no favorece la expresión de las emociones primarias, es más, las reprime. Por eso, desde nuestra infancia y de forma inconsciente, aprendemos a sustituirlas por otras emociones, culturalmente más aceptadas, que se llaman «adaptativas». Esto va desvinculando cada día más nuestras emociones de nuestros actos, creando disociaciones que se manifiestan en nuestro cuerpo, mediante corazas o anillos de tensión, que Wilhelm Reich llamó corazas caracterológicas. Rolando Toro, creo toda una serie de ejercicios, llamados segmentarios, que actúan disolviendo lentamente esas corazas, restableciendo la integración perdida, entre acción, pensamiento y emoción.

Si la sociedad y la cultura no propician el desarrollo de nuestra inteligencia emocional, tendremos que buscar otros medios para ejercitarla. La biodanza es un sistema que sacude el árbol de las emociones de una forma progresiva, a través de músicas y danzas específicas, donde el grupo y el facilitador aportan el continente afectivo que ayudan a que las nuevas experiencias emocionales se traduzcan en cambios neuronales. Eso es posible, porque la forma en la que accedemos a ellas, es a través del mismo lenguaje que el de nuestra infancia, movimiento y gestos emocionales verdaderos y sentidos. Del mismo modo que la lluvia por fuerte que caiga, no nos cala si estamos totalmente impermeables, la Biodanza no nos transforma por el mero hecho de hacer las danzas; hay que vivenciarlas (sentirlas y expresarlas). En más de diez años facilitando y formando en biodanza, no he conocido a nadie que haya danzado de forma regular, como mínimo 3 meses, y no haya mejorado su vida.

Tu decides si quieres seguir reaccionando y culpando a otros de lo que te pasa, o limpias y reescribes tu historia emocional, y te proyectas hacia un futuro mejor.

Pilar Peña
Facilitadora y Didacta de Biodanza
Doctora en Biología Molecular
www.pilarbiodanza.com

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7,3 minutos de lecturaActualizado: 20/11/2017Publicado: 22/10/2014Categorías: Salud NaturalEtiquetas: , ,

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