Alimentos: más allá de sus nutrientes

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Estamos imbuidos en una sociedad con un pensamiento fundamentalmente analítico, descriptivo, que divide y multiplica el conocimiento con el afán o la ilusión de que así, en algún momento podrá conocer la realidad, y desde ahí podrá modificarla. Este tipo de aproximación a nuestra experiencia está presente en todos los ámbitos de la vida incluido el campo de la ciencia y de la nutrición. Así, desde este paradigma, cada día se van descubriendo nuevos nutrientes, nuevas sustancias, nuevos componentes o nuevos efectos de estos componentes, y a cada uno de ellos se les va atribuyendo propiedades específicas y únicas, haciendo que la tarea y la percepción de estar “alimentándonos equilibradamente” sea cada vez más compleja, más enredada, más difícil de entender y más difícil aun de poner en práctica.

Esta forma de abordar el conocimiento conlleva, entre otras, dos consecuencias importantes:

Una de ellas, es la cantidad abrumadora de información que podemos encontrar en internet en relación a cualquier tema, incluido por su puesto el de la alimentación. De hecho estoy segura de que el que me está leyendo ha tenido esa experiencia en primera persona. Y el problema no es solo la cantidad, sino también que mucha de esa información es, incorrecta, fragmentada, incompleta e incluso contradictoria, con lo que uno se queda perplejo al ver que puede encontrar pros y contras en relación a casi todo. No se ha preguntado alguna vez ¿cómo puede ser esto posible? La respuesta para mi no es sencilla y tampoco creo que sea única, sino más bien un conjunto de factores que interactúan para crear esta realidad.

La otra cuestión esencial es la pérdida de la visión del alimento como un todo, al estar centrados analizando sus partes. De hecho, en las últimas décadas, se nos ha obligado culturalmente a relacionarnos con los nutrientes, entidades microscópicas de las que no tenemos experiencia directa, en lugar de con los alimentos. A veces siento que estamos más familiarizadas con las calorías, el calcio y los omegas, a los que nunca hemos visto, que con las alubias o los nabos, por poner un ejemplo.

Al centrarnos en las partes y olvidarnos del conjunto no tenemos en cuenta las interacciones que las distintas partes de un alimento efectúan entre sí. Los nutrientes no están solos y asilados, se relacionan, son como un equipo de fútbol o como una orquesta; juntos forman una melodía que es específica de cada alimento y cuando los separamos en trocitos podremos oír notas aisladas, pero no la sinfonía final. Imaginemos que tenemos dos packs del “TENTE” (juego de construcción a base de piezas de distintas formas y colores); cada pack tiene la misma cantidad y el mismo tipo de piezas. Nos parecería absurdo pensar que solo pudiéramos crear una única figura con estas piezas, porque según cómo las colocamos y las ordenamos en el espacio, haremos una u otra construcción con estructura y funciones diferentes (por ejemplo un tren, o un puente); pues bien, con los alimentos pasa lo mismo.

Estamos acostumbrados a ver tablas de ingredientes con sus proteínas, hidratos de carbono, grasas, minerales, etc, pensando que lo único que importa es qué ingredientes hay y cuánto hay de cada uno. De hecho asumimos que si dos alimentos tienen los mismos nutrientes o la misma cantidad de un determinado nutriente, éstos tendrán el mismo efecto en el cuerpo independientemente del alimento del que provenga. Pero la experiencia nos demuestra que no es así.

¿Y si la proporción y la forma de relacionarse de los componentes de un alimento le brinda a ese alimento unas propiedades que van más allá de lo cuantitativo? ¿ Y si la inteligencia y la energía que ha creado el alimento, que le hace tener un determinado color, tamaño, velocidad de crecimiento, dureza, resistencia, que le hace crecer en un determinado clima, bajo unas determinadas circunstancias, tuviera también un efecto relevante en nuestro cuerpo y por lo tanto en nuestra salud?.

Con esta visión relacional y de conjunto, cada alimento tiene su personalidad propia, tiene sus gustos, sus afinidades y su intención. Esta visión nos habla no solo de las propiedades bioquímicas de lo que comemos, sino también de sus propiedades físicas: por ejemplo, hay alimentos que calientan el cuerpo y otros que lo enfrían; de esta forma comeremos los primeros mas en otoño y en invierno y los segundos en primavera y en verano. Hay alimentos que expanden nuestras estructuras y otros que las contraen; algunos que debilitan nuestros tejidos y sistema inmunitario mientras que otros nos dan fortaleza y capacidad de resistencia; algunos nos relajan y otros nos tensan; alimentos que nos dan humedad y otros que nos secan. O alimentos que tienen tropismo (atracción) por determinados órganos, de forma que los tonifican, y equilibran su funcionamiento.

Podríamos ampliar el foco desde las partes individuales y separadas y poder volver a contemplar a los alimentos como un todo, con una mirada más integradora, que incluya a la naturaleza, a sus ritmos y por supuesto que no deje fuera al ser humano. Podemos entender qué efectos produce cada alimento en nuestra energía, vitalidad y en nuestros órganos. Con esto no quiero decir que la visión analítica no sea útil; es obvio que es útil, que el conocimiento que se va descubriendo es útil, pero también es incompleto; necesitamos un marco de referencia dónde poder hacer que ese conocimiento tenga un sentido. Integrar estás dos visiones hace que alimentarnos y cuidar de nuestra salud de una forma responsable sea un poco más sencillo. A esto, entre otras cosas, se dedica la macrobiótica.

Eva T. López Madurga
Médico especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública
Nutrición y Macrobiótica; Terapia Gestalt
www.doctoraevalopez.com
www.el-vergel.es

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5,1 minutos de lecturaActualizado: 06/04/2018Publicado: 16/11/2015Categorías: Nutrición, Salud NaturalEtiquetas: , ,

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