No hay que subestimar el pensamiento, pero tampoco se le puede dar un carácter de omnipotencia. El pensamiento es muy útil en su plano, pero no lo es necesariamente en otros. Siempre les digo a mis alumnos en las clases de meditación: “Cuando haya que pensar, piensa, pero cuando no haya que hacerlo, vive”.
La atención pura, libre de pensamientos, es infinitamente más sagaz que el pensamiento conceptual, y nos permite captar lo que a éste le pasa desapercibido. Si pensar es un arte, dejar de pensar lo es mucho más. Si porque pienso existo, se nos ha dicho, cuando no pienso existo mucho más.
A menudo el pensamiento va por un lado y la vida fluye por otro. Con demasiada frecuencia el pensamiento tiende a medir, comparar, etiquetar y rotular, tanto que asesina la vida y le roba toda su gloriosa frescura. Hay que ir logrando una consciencia alerta, capaz de captar el hecho al desnudo, sin interferencias mentales; una mente renovada, libre de los “cachibaches” que se han ido acumulando, que pueda así estar en continuo aprendizaje.
El pensamiento es muy útil y necesario para muchas actividades de la vida diaria, pero otras veces frustra la energía hermosa y natural de la emoción o el sentimiento. El pensamiento conceptual puede tornarse seco y estéril, y meter a la persona en un callejón sin salida. Buda ya prevenía contra ese amasijo de ideas que nos pueden terminar por alienar. A menudo el pensamiento forma una masa tal de ideas incontroladas que nos impide captar el momento presente en todo su esplendor.
Hay una historia zen muy significativa:
El discípulo acude a visitar al maestro y le dice:
– Maestro, ¿hago bien en no tener ideas?
El maestro responde:
– Allá tú si quieres seguir con esa idea de las no ideas.
El pensamiento es necesario pero en muchos ámbitos resulta insuficiente e incluso contraproducente. Hay que ir más allá de la palabra y el concepto, porque el azúcar es dulce le llamemos azúcar o sal. Para disipar la ignorancia de la mente no basta el pensamiento, sino que se requiere la visión lúcida y cabal que, precisamente, muchas veces los pensamientos incontrolados sabotean.
Nuestra realidad más profunda no la vamos a captar a través del pensamiento. Ya nos lo avisa un precioso texto, el Jivanmukti Viveka, que dice: “El Ser no se obtiene por medio de la discusión, la inteligencia o el aprendizaje”.
Una cosa es el simple conocimiento y otra la Sabiduría. El pensamiento procura conocimiento, información, infinidad de datos, pero no Sabiduría. Más allá del conocimiento ordinario, brota la Sabiduría. El conocimiento no transforma, la sabiduría sí. El conocimiento se estrella contra las apariencias, pero la Sabiduría las penetra. Por eso la meditación nos enseña a activar la atención e ir más allá del pensamiento ordinario.
La primera definición de yoga por escrito fue: “Es la supresión de los pensamientos en la mente”. Cuando los pensamientos cesan, uno se establece en su naturaleza real y resplandece la luz del Ser. El pensamiento, pues, es una herramienta importante, pero no única. La maraña de las ideas a menudo nos atrapa y le roba el brillo a lo existente.
Si logramos que la consciencia esté más libre de interferencias mentales, esta se tornará mucho más penetrativa y reveladora y nos permitirá conectar con la vida como es, sin tanto incurrir en juicios ni en reacciones emocionales de apego y odio, que tanto limitan nuestra capacidad vital. Y uno puede adquirir así un modo de ser más expansivo, pleno, despejado y vital.
Como reza un versículo de las sagradas escrituras de la India con respecto al sabio:
“Debe ser como un loto, que cuando es cortado no tiembla ni se enfurece. Debe ser como el mismo espacio, que cuando es cortado, no tiembla ni se enfurece”.
Cuando se conecta con la fuente del pensamiento, surge una inmensurable serenidad. En el silencio interior, más allá de las ideas y conceptos, surge un poder que trasciende las palabras. Así, como decía el yogui Ramana Maharshi, el silencio se torna el lenguaje más elocuente.
Ramiro Calle
Director del Centro de Yoga Shadak y escritor