Hay un adagio que reza: “Si quieres ver al diablo cara a cara mira tu propio ego”.
Lo curioso es que muchas veces que buscamos el ego no lo encontramos, y sin embargo se nos impone de continuo y nos somete a servidumbre, haciéndonos también muy vulnerables, suspicaces y susceptibles, dándonos motivo, por culpa de la autoimportancia, a ofendernos por todo, resentirnos, despertar frustración, amargura y rencor.
El ego es como un fantasma que se escabulle y sin embargo siempre está presente, condicionando nuestras conductas mental, verbal y emocional, distando muchos de nuestros actos y generando, sin cesar, ofuscación avaricia, aborrecimiento y un afán de dominar y manipular. Es la causa de la compulsiva tendencia por afirmarnos, arrogarnos cualidades de las que carecemos, envanecernos y alardear, apegarnos a todo lo material o lo inmaterial, y sentirnos muy mal cuando nos desconsideran, desaprueban o descalifican.
El ego corre tras el elogio y detesta el insulto, cuando como dijo Buda: “No ha habido nunca, ni hay, no habrá alguien a los que unos elogien y otros insulten”. Pero el ego es el fuego sagrado del narcisismo y el que fomenta el yo social y la autoimagen en detrimento de nuestra verdadera identidad.
Tener mucho ego es un pésimo negocio
Nos amuralla y crea dentro de nosotros una enrarecida atmósfera. Nos roba las mejores energías y nos hace desconfiados, enclaustrándonos en nuestra torre de marfil. Nadie puede sentir bien con mucho ego. Menos ego, y te empiezas a sentir mejor.
Pero no es fácil descubrir, y menos desmontar el ego. Es un gran falsario y en ejecutar sus trucos es el mejor ilusionista. Incluso cuando creemos actuar sin ego, el ego puede estar detrás acechando. Ahuyentar el ego, o al menos debilitarlo y disponer de un ego maduro y controlado, no es nada fácil y por lo general requiere mucho trabajo interior. Más aún en una sociedad donde todo tiende a crear voracidad y apuntalar el ego. Y la burocracia del ego embota la consciencia, impide ver y atender las necesidades ajenas, hace a la persona egoísta y egocéntrica.
No se puede vivir sin ego, o sea sin personalidad
Pero hay que aprender a manejarse con él, impedir que se desmesure, y tratar de conectar con la esencia interior. Por eso hay una gran diferencia entre autorrealización y egorrealización, real autovaloración y egoestima.
Todo buscador espiritual tiene que llevar a cabo una tarea de gran envergadura, que es la de poder ir superando las tendencias egocéntricas y aprender a discernir entre lo adquirido y lo real, la personalidad y la esencia, el ego y el ser.
El ego es la identificación con el cuerpo, la mente y sus tendencias, la imagen y la autoimagen, las creencias a las que uno se aferra, los puntos de vista, la necesidad de sobresalir y afirmarse sobre los demás. Del ego parten el apego y el odio, que a su vez entroncan en la ofuscación. El ego es una fábrica de tensiones y miedos. Le hace a la persona acorazarse, atrincherarse psíquicamente, servirse de autodefensas egocéntricas que luego en realidad no le defienden de nada y la empobrecen psíquicamente.
Una de las más feas manifestaciones del ego es el orgullo espiritual. Por eso todo genuino buscador debe ser humilde y no dejar que su práctica le infatué. Los más grandes gigantes de ego suelen ser los gurús, los políticos, y los artistas en general; pero un aspirante espiritual debe permanecer vigilante de sus tendencias egocéntricas para poder conocerlas y debilitarlas. No se trata de matar el ego, que no es posible sino de dirigirlo de manera constructiva y cooperante. Un ego maduro se convierte en un fiel secretario o diligente mayordomo. Un ego desorbitado nos somete a esclavitud y nos neurotiza.
Otro adagio reza: “O sometes el ego o el ego te somete a ti”
Si hay demasiado ego la relación humana no ofrece vínculos afectivos sanos, porque el mismo ego quiere tener siempre la razón, se aferra a sus estrechos puntos de vista, tiende a manipular y dominar. El ego conduce a la soberbia y la vanidad. No es de fiar. Antes o después nos ofrece sus rostros más perversos.
A efectos prácticos, para ir debilitando el ego la persona debe:
- Vigilarse y tratar de no dejarse hipnotizar ni arrastrar por sus tendencias egocéntricas. Ser firme si llega el caso, pero no impositiva.
- Descubrir, mediante la autoobservación y el autoconocimiento, las reacciones egocéntricas, para irlas debilitando en lugar de intensificarlas.
- Discernir entre la autoimagen y el yo social y la propia y genuina identidad, diferenciando entre lo propio y lo adquirido.
- Practicar asiduamente la meditación.
- Utilizar el recordatorio de la muerte y de la transitoriedad. El ego palidece ante la idea de la muerte. La prepotencia y la arrogancia se debilitan.
El egocentrismo es un grave obstáculo en la senda de la autorrealización.
Una de las más hermosas orquídeas es la verdadera humildad, que no la fingida. Muchas veces en nuestra vida hay que rendir el ego y aplicarse al ser.
Detrás de la personalidad está la esencia, que es inspiración y revelación cuando comienza a hacerse presente. El amor, la compasión, la generosidad y la benevolencia nacen del ego purificado y van más allá del ego. Son una esencia nutritiva. Cuando uno se enfrenta con firme motivación y lucidez al fantasma del ego, se produce un maravilloso milagro… Y es que comienza a esfumarse y nos volvemos más humanos.
Ramiro Calle
Centro de Yoga Shadak