Más Allá del Espejo: Descubriendo el Verdadero Rostro del Narcisismo

¿Quieres más?

¿Te gustaría estar siempre al día con las últimas tendencias, consejos y secretos?  Suscríbete a nuestro boletín mensual y sé parte de una comunidad exclusiva.

5,5 minutos de lecturaActualizado: 05/01/2025Publicado: 05/01/2025Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , , ,

Necesidades Vitales (II): El narcisismo

Pocas veces se trata el narcisismo con la profundidad que se merece. Es más popular el objetivo de “subir la autoestima” que el de salir del egocentrismo, considerándose problemático “no quererse a uno mismo” y no tanto el hecho de obedecer en esa persecución a ideales muy cuestionables. Byung-Chul Han nos señala de qué manera el sistema nos ha seducido para que seamos nosotros mismos los que nos exigimos cumplir con sus objetivos: “Cada uno es amo y esclavo. La lucha de clases se convierte en una lucha interna, consigo mismo” (¿Por qué hoy no es posible la revolución? El País. 3 de Octubre del 2014). Vemos así que la mayoría de nosotros no sufrimos un problema de autoestima que se resuelva procurando su crecimiento, sino que estamos ante un problema existencial que nos enfrenta a dos grandes preguntas: ¿por qué quiero lo que quiero?, ¿y qué quiero yo al fin y al cabo?

Hugo Bleichmar en su obra El narcisismo (1984) describe una serie de etapas en nuestra relación con el otro: al nacer dependemos de los demás para sobrevivir y ser estimulados; más tarde, captamos que nuestros cuidadores también sienten emociones al entrar en contacto con nosotros. En el mejor de los casos, no importa lo que hagamos, nos aman. A medida que crecemos, comenzamos a ser valorados por lo que hacemos; a veces recibimos rechazo y otras aceptación, lo que lleva a la capacidad de evaluación del propio comportamiento y a la formación de nuestras preferencias caracteriales.

Antes éramos amados incondicionalmente, pero ahora tenemos miedo a la exclusión y regulamos nuestra conducta para integrarnos. Poco a poco, nos volvemos conscientes de que entramos en una competitividad con los demás para ser valorados; es el momento de la rivalidad y podemos triunfar o ser derrotados. Así aparecen los celos y el deseo de ser los mejores en todo. Finalmente, se llega a la aceptación de que nadie es el mejor ni el elegido, que cada uno tiene sus cualidades y su lugar. Sin embargo, en este proceso, nuestro mundo interno y, por lo tanto, nuestros deseos e ideales han sido modelados.

El ser humano se construye en relación con su entorno y a duras penas logra ser crítico con lo que le es familiar. Cuando somos niños, solo nos permitimos darnos cuenta de lo que nuestros padres pueden soportar y nos adaptamos a sus necesidades de manera automática e inconsciente, convirtiendo el hacernos críticos y alejarnos de la sumisión a la autoridad en una ardua labor, pues nuestro instinto de supervivencia se basa en la obediencia ciega.

Nuestra sociedad es cada vez más infantil

Nuestra sociedad se infantiliza, haciéndonos obedientes; nos alimentamos de escuetos titulares y nos engañamos al pensar que la única vía sensata es adaptarnos a la realidad que estos presentan, que en el fondo es sumisión “a los amos del mundo”. Esta rendición alimenta la desesperanza y el victimismo en nuestras relaciones personales, siempre percibidas en manos del otro, siendo esto la raíz de la creciente incapacidad para comprometernos y de la epidemia de rupturas sentimentales que desbaratan nuestras vidas.

No sabemos quiénes somos ni hemos decidido quiénes queremos ser, resultado de la ausencia de pensamiento independiente y la obediencia a los valores de nuestra sociedad. Es más difícil que nunca rebelarse; el poder se ha invisibilizado, ya no es un poder represor, sino un poder seductor.

Así, al igual que el adolescente define su identidad a través de conflictos con los adultos, los ciudadanos necesitamos desvelar los poderes fácticos y cuestionarlos. Sin embargo, lo penetrantes que son estos poderes es alarmante; al igual que la publicidad moldea nuestros deseos, la sociedad cala en lo más profundo de nuestro ser y regula casi cada recoveco de nuestra vida. Para no sentirnos fracasados, somos los primeros en exigirnos productividad, y para no caer en la impotencia, somos nosotros quienes damos la espalda al débil.

Nuestros desorientados egos se han acostumbrado a defenderse ignorando el mundo exterior

Nuestros desorientados egos han aprendido a defenderse ignorando el mundo exterior; “sabemos” lo que ocurre, pero estamos anestesiados por la idea de que nada puede cambiar. Es escalofriante comprobar cómo nuestros líderes han perdido completamente la vergüenza y actúan de manera injusta, aunque ridícula. El encerrarse en uno mismo y en un pequeño mundo de intereses individuales es una estrategia de protección ante el drama que nos rodea.

Este aislamiento defensivo se convierte en un “cáncer” que se extiende y alimenta nuestra libertad, así como es raíz de nuestras depresiones y problemas de ansiedad. La pasividad frente a la injusticia y el sufrimiento del otro nos encierra cada vez más: ¡hoy puede que no te conmueva lo que sucede en otro continente y en un buen día te despertarás frío ante lo que acontece en el tuyo! Tu siguiente pérdida será la del interés por lo que pasa en tu ciudad, tu barrio, y tus amigos se irán desdibujando; llegará el día en que tus seres más queridos te resulten lejanos e incomprensibles y acabarás sintiéndote un extraño.

El sufrimiento psicológico que implica este proceso de “empequeñecimiento” del ser hace que la persona se vuelva hacia sí misma, centrando su atención en su “salud y bienestar”. La obsesión por la salud se convierte en un síntoma de vacío existencial: el mundo desaparece y el individuo solo sabe ocuparse de sí mismo.

Sin embargo, en la medida en que reconocemos y empatizamos con la subjetividad del otro, este deja de estar al servicio de nuestro narcisismo y podemos establecer una relación de mutuo reconocimiento. Solo en ese contexto, las relaciones son satisfactorias y se pueden establecer objetivos comunes para construir todo aquello que jamás lograríamos solos. Siempre se ha sabido que “la unión hace la fuerza”, y es que somos seres dependientes cuya mayor aspiración debería ser aprender a sentirse activos y responsables dentro de ese tejido de dependencias. Volver la mirada hacia el otro es la única salida del narcisismo: respetar su diferencia, valorar la importancia de su existencia y cumplir con los deberes morales hacia él. Si solo vivimos para nosotros mismos, simplemente estamos sobreviviendo.

Comenta este artículo

Haz tu buena obra del día ¡Compártelo!