Nunca se ha valorado en Occidente, salvo en excepcionales ocasiones y en algunas escuelas de sabiduría o conocimiento iniciático, la enorme importancia y trascendencia del trabajo consciente sobre el cuerpo, que puede convertirse en una fantástica herramienta transformativa y nos puede ayudar a entrenar metódicamente la atención mental pura y a unificar el cuerpo y la mente de tal modo que sea posible conseguir otro tipo de percepción y una mayor intensidad de consciencia. El cuerpo se convierte así en “objeto” viviente para la aplicación de la atención y la evolución consciente.
Además, de acuerdo a no pocas tradiciones espirituales de Oriente, y algunas de Occidente, el cuerpo físico se ve correspondido por un cuerpo energético y al trabajar conscientemente sobre uno se hace sobre el otro. Por otra parte, el cuerpo dispone de su propia sabiduría iniciática y transformativa cuando uno sabe trabajar sobre el mismo, implicando la conciencia y entender su especial “lenguaje”. Por la conquista del cuerpo a la de la mente; por la de la mente a la del cuerpo.
Una máxima de Yogananda era:
“Así como el carbón, al arder al rojo, revela la presencia del fuego, así también el maravilloso mecanismo del cuerpo humano revela la presencia original del Espíritu”.
Como el cuerpo es algo concreto, dentro de lo que cabe, resulta una herramienta extraordinaria para estimular y reorientar la consciencia, así como para centrar la atención en el momento presente. El cuerpo puede utilizarse para hacer determinados movimientos y ejercicios que intensifiquen la atención y desarrollen la consciencia (gimnasia sagrada, danzas sacras, energía vital prana, y ésta hace posible todas las funciones psicosomáticas. De ahí que el yogui se empeñe en el control y unificación de esta valiosa energía, de la que uno se abastece a través de cinco fuentes primordiales: respiración, alimentación, descanso, sueño e impresiones mentales. Es la fuerza dinámica que emana de la fuerza cósmica. El yogui se sirve de la respiración y su estrecho control para dominar la mente y unificar la consciencia. En mi obra “Yoga, método Ramiro Calle” me refiero extensamente a todo ello.
La respiración es el caballo y la mente el jinete. Mediante la atención y control de la respiración, la persona va estimulando sus potenciales internos y otorgándole a la mente un gran sosiego. También los ejercicios de control respiratorio ayudan a la interiorización profunda y el dominio de las modificaciones mentales. El cese del pensamiento ordinario permite la captación de lo que está más allá del mismo. La respiración es un sadhana muy vigoroso. El ser humano es un universo en miniatura, y existe una interrelación muy estrecha entre la mente y la respiración y entre la respiración y la fuerza cósmica.
No hay ejercicio psicosomático tan inteligente y solvente como el verdadero hatha-yoga, que en la actualidad tantos falsarios se empeñan en desnaturalizar o distorsionar, convirtiéndolo en un ejercicio atlético sin el menor contenido espiritual. El verdadero hatha-yoga se sirve de determinadas posiciones estáticas para, a través de ellas, tomar estrecha consciencia de las sensaciones corporales, burdas y sutiles, afinar la atención e interiorizarse.
El esquema corporal en detención consciente nos ayuda a conectar con lo que está más allá de la mente, con un espacio de conciencia plena. Aunque el hatha-yoga tiene una acción muy beneficiosa sobre el cuerpo, realmente busca el desarrollo de la consciencia, así como estimular todos los potenciales internos.
El genuino hatha-yoga es, por excelencia, una técnica de contramecanicidad, es decir de desautomatización y descondicionamiento. Dado que el cuerpo, por lo general, está moviéndose mecánicamente, se le detiene conscientemente y, además, adoptando posiciones que jamás se utilizan en la vida diaria, donde el repertorio es muy limitado; dado que el cuerpo siempre está tenso, se trata de relajarlo y detenerlo a través de la relajación consciente; dado que la respiración es irregular e inconsciente, se la ejecuta conscientemente y se la dirige; dado que la mente siempre está en su habitual dispersión, se la concentra y unifica.
Sentir el cuerpo es un método extraordinario de autopenetración y consciencia de sí. Sintiendo el cuerpo y la respiración, uno puede ir más allá y sentirse en lo profundo, desarrollando la desnuda sensación de ser, la presencia de sí. Ya las antiguas escrituras de la India nos hablaban de “cavar” en el cuerpo. Mediante el entrenamiento mental se va aprendiendo a sentir más y más el cuerpo y a ser consciente y autoconsciente. Eso trae consigo muchos beneficios somáticos, mentales y espirituales. Uno conecta con el cuerpo y va entrando ecuánimemente en las sensaciones y más allá de las sensaciones.
El savasana o relajación profunda es mucho más que un método para aliviar las tensiones neuromusculares y desestresarse. Es un viaje hacia adentro a través de la completa detención del cuerpo, que va conduciendo a la de los alborotados procesos mentales. Al detener el cuerpo, la calidad de consciencia es distinta. La mente se encaja en el cuerpo y la sensación de ser y estar se acentúa, puesto que no hay pensamientos que nos lleven hacia afuera.
Sentir el cuerpo desde la ecuanimidad siempre es una práctica saludable, que coopera en la integración cuerpo-mente y armoniza la unidad psicosomática. Por otro lado, todo lo que nos ayude a romper y superar determinados automatismos coopera de manera extraordinaria en la evolución de la consciencia y la independencia de la mente. La persona interesada en el despertar consciente tiene que aprovechar todo aquello que pueda servirle en esta dirección. Por el cuerpo más allá del cuerpo; por la sensación a la fuente de la sensación; por los pensamientos al pensador y más allá del pensador. El cuerpo se utiliza para recoger la consciencia y evitar que algo la desvíe.
He practicado hatha-yoga a lo largo de más de medio siglo y es una técnica que nos permite conectar con otro tipo de frecuencia, si de verdad se trata del hatha-yoga original y no de yogas atléticos o de inventos yóguicos como el “yoga a cuarenta grados”, que no causan el menor beneficio y sí muchos perjuicios, aparte de no tener el menor contenido psicoespiritual, lo que ya desacredita a estas formas de yoga en cuanto que no son auténtico yoga.
En el hatha-yoga, el cuerpo nos ayuda a percibir sensaciones burdas y sutiles, a trabajar de adentro afuera y de afuera a dentro, a establecernos en la energía del observador atento y sosegado. Trabajamos conscientemente sobre el cuerpo para ir a la esencia nutritiva del mismo. El cuerpo es un gran acumulador de energías, una réplica del universo. Lo que está afuera está adentro; lo que está adentro está fuera. El cuerpo nos permite trabajar en su crisol para realizar una especie de alquimia transformadora. Es una oportunidad que no se debe desaprovechar.
Tras mi gravísima enfermedad, que me llevó al umbral de la muerte y que he relatado con minucia en mi libro “En el Límite”, había adelgazado veintidós kilos, se había reducido alarmantemente mi función respiratoria y estaba totalmente debilitado, hasta tal punto que todo movimiento me causaba lesiones musculares. El equilibrio de mi cuerpo era precario. Después de haber estado casi un mes en la UCI, atado muchas veces de pies y manos, en cuanto fui trasladado a planta, comencé a retomar mi sadhana. Consistía en: alimentarme muy bien, caminar por el pasillo de la planta sin descanso, hacer ejercicios de pranayama, efectuar prácticas de relajación muy profunda y, cuando por fin pude, comenzar a ejecutar los asanas o posturas de yoga. También hacía ejercicios de detención consciente, y trataba de sentir mi cuerpo en la mayor profundidad posible.
El trabajo consciente sobre el cuerpo me fue de colosal ayuda, tanto física como mentalmente. Hay un gran secreto que consiste en sentir el cuerpo sin reaccionar. De nuestras envolturas, el cuerpo es la energía más densa. Explorar el cuerpo es toda una aventura constructiva. El asceta menospreciaba el cuerpo, el yogui lo revalorizaba. Este cuerpo es, ciertamente, manantial de placer y de dolor, y por eso mismo trabajar con él es un banco de pruebas para desarrollar esfuerzo correcto, atención vigilante y firme ecuanimidad. Pero hay que evitar el apego al cuerpo, que antes o después decaerá, enfermará y morirá.
Hay un ejercicio que consiste en ir sintiendo el cuerpo físico o denso, el cuerpo sutil, el cuerpo mental y emocional, para situarse más allá de esos ropajes psicosomáticos y conectar con la realidad más profunda. Shankaracharya nos decía:
“Que el sabio, despojándose de sus disfraces, se sumerja completamente en el Ser que impregna todo, como el agua en el agua, el éter en el éter, la llama en la llama”.
Se trata de autoexplorarnos para llegar a la fuente de nosotros mismos.
En la práctica del hatha-yoga se trabaja con la atención vigilante y serena. El cuerpo deja que la vida pase por él. El mismo cuerpo se utiliza para retraer la atención sobre uno cuando se dispara hacia lo exterior. En tanto el cuerpo no enferme irreparablemente, no sospechamos siquiera la fuerza de que dispone. Si el cuerpo está mejor concienciado, nos aporta una energía extra que nos será muy útil en el ejercitamiento por el despertar interior. Como dicen los yoguis, se va pasando de lo denso a lo sutil y de los sutil a lo ultra sutil; de lo sensible a lo suprasensible. Si el cuerpo lo disponemos para ello, deja que la energía estancada pueda eclosionar. Mucha de su energía se disipa por una motricidad mecánica exagerada, por todo tipo de automatismos somáticos y mentales y porque el prana, utilizando el término yóguico, se estanca y no fluye de modo natural.
Cualquier actividad física que se ejecuta con consciencia rinde en los distintos planos o envolturas de la persona. Si camino, camino; si corro, corro; si me extiendo, me extiendo; si tiro al arco, tiro al arco y si hago escalada, hago escalada. La mente atenta, el cuerpo en apertura, viviendo orientado hacia el ser, aprovechando toda energía que nos ayude a estar más vivos y evolucionar.
Ramiro Calle
Director del Centro Sadhak