Ser humano un microcosmos en relación

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«Entre contracciones e involuntarios movimientos, las víboras cambian de piel, las orugas se convierten en mariposas, las hembras damos a luz. Así explota el deseo, el cuerpo hace la digestión, así agonizamos ante la muerte. Todo oscila entre expansión y contracción. El Ser humano es el único ser vivo que tiene que esforzarse para dirigirse a su destino…» (Pilar Cordero).

La vida resumida en pocas palabras. Sí, el ser humano es el único ser vivo que se esfuerza por cambiar, comprenderse e intentar entender qué hace aquí y hacia dónde va. Somos un microcosmos complejo en relación. Nos relacionamos con el tiempo y el espacio de una forma peculiar y con los demás «microcosmos humanos» a través de las emociones, aunque no seamos siempre conscientes de ello. La hormiga no tiene memoria histórica; su instinto le lleva a acumular en verano para pasar el invierno. No recuerda cómo transcurrieron las estaciones anteriores. Mucho menos cómo las vivieron sus antepasados. Sigue simplemente la fila. Nosotros, afortunadamente, nos salimos de ella y además queremos perdurar en el tiempo. Nuestros antepasados nos dejaron huellas y nosotros investigamos jeroglíficos y runas para descifrarlas. Al mismo tiempo, queremos legar algo a los que vienen detrás y construimos una biografía personal compuesta por años que se van acumulando-cumpliendo.

El 1 de enero entramos en otro año; solo porque así se decidió hace siglos y todos lo aceptamos, a pesar de que las noches ya habían empezado a acortarse diez días antes y el alba a madrugar cotidianamente un minuto más. Y nos felicitamos a pesar de que no se cumplieron todos nuestros sueños ni realizamos todos los propósitos que nos hicimos la Nochevieja del año anterior, porque solemos darnos el permiso de postergar casi todo. No importa. Cada 365 días nos damos la oportunidad de volver a comenzar. Parecería que cumplimos la «ley del eterno retorno»; no según la filosofía estoica, como repetición exacta de acontecimientos en ciclos que se extinguen y vuelven a iniciarse. Podría ser al estilo de «Así habló Zaratustra», en donde Nietzsche considera que el hombre puede despertar después de salir varias veces de los trances en los que repetidamente cae.

Cada nuevo año no repetimos un círculo, sino que iniciamos un anillo superior de la espiral: el que abre un panorama más amplio en la búsqueda de nuestro pleno potencial. Nos creemos los mismos, pero nuestro cuerpo ha cambiado. Miles de células han muerto, otras han nacido o se han regenerado. Cientos de miles de neuronas han conectado para hacer nuevas sinapsis. Nuestra conciencia es distinta. Habremos vivido éxitos y fracasos nuevos; habremos repetido viejos hábitos, pero tal vez hayamos abandonado alguno. Si tenemos poros, nos habremos impregnado del entorno, pues hay que hacer mucho esfuerzo para ser totalmente impermeable, a no ser que sea uno autista. A los «viejos jóvenes» se les reconoce por su curiosidad, su permanente aprendizaje, su capacidad de integrar los discursos, músicas, sueños, y tecnologías digitales de sus nietos. En definitiva, por su apertura a PROBAR nuevas cosas.

Se prueban nuevos menús o nuevas dietas, se prueba uno la ropa o zapatos antes de comprarlos. Niños y jóvenes prueban por primera vez a montar en bicicleta, patines, skateboards, skis… Los investigadores tienen que realizar cientos de pruebas antes de conseguir resultados. Y a estas pruebas-error nadie les llama fracasos. Si no se prueba, no se aprende ni se descubre nada; tampoco se progresa. Siempre se corre un riesgo por probar algo nuevo. Muchas personas no quieren arriesgarse a cambiar nada en su vida, porque prefieren «lo malo conocido a lo bueno por conocer». Es una actitud conservadora que a veces conforma un carácter, un tipo de personalidad. Y en partidos de izquierda y derecha existen personas de este tipo. Incluso también desconfiadas, al estilo de Hobbes («el hombre es un lobo para el hombre»). Hay quien quiere mantener todas las tradiciones, pero la sabiduría consiste en saber qué conservar, porque es funcional y de qué deshacerse, porque ya no sirve; como la rueda de piedra, que luego fue de madera maciza y después con radios hasta llegar al neumático. O encender el fuego con yesca, frotando un palo contra otro. Habilidad ingeniosa que se pierde cuando existe el fósforo o el encendedor.

Seamos políticos, pero no políticamente correctos. No nos prometamos cosas que no vamos a cumplir. Pero tampoco tenemos que convivir con un quiste, un tumor o un exceso de kilos, simplemente porque nos hemos acostumbrado, porque están ahí, porque «lo que no mata engorda» o porque «vaya usted a saber si será peor». Tampoco nos aferremos a tóxicas; nuevos «microcosmos humanos» están esperando en nuevos niveles de vibración a que nos abramos. PROBEMOS. Probemos lo nuevo cuando lo viejo no funciona; es disfuncional porque no cumple sus funciones. Y lo mismo vale para la vida privada que para la vida pública. No es necesario tener una cirrosis hepática para dejar de beber alcohol o una neumonía para dejar de fumar. Tampoco es necesario que la corrupción pase de determinadas cantidades de dinero ni de ciertas categorías sociales o profesionales para extirparla de raíz.

Para ello, muchas personas tienen que salir de su zona de confort y tener el coraje de liderar, de liderar sus propias vidas en lugar de seguir los dictámenes del consumo, la publicidad, las modas, los eslóganes políticos, los gurús económicos o religiosos. Y también salir de su anonimato y desesperanza y tener el coraje de liderar sus Ayuntamientos, Comunidades y respectivos Estados. Muchos de los líderes actuales pertenecen a generaciones y/o paradigmas envejecidos. Muchos han demostrado una y otra vez su falta de honestidad o su incapacidad para resolver problemas actuales con fórmulas del siglo pasado. A esto nos anima un libro colectivo muy oportuno, «El coraje de liderar. La democracia amenazada del siglo XXI« que incita a «cambiar el presente de una generación, para ganar el futuro de la que nos suceda» (César Díaz Carrera y Antonio Natera, editorial Tecnos).

Para todo esto es imprescindible un poco de cooperación, en lugar de la competencia basada en el temor a la escasez y el miedo a los mercados.

Los «mercados» acumulan sin darse cuenta de que todo cuerpo necesita alimentarse, digerir, asimilar y defecar. En caso contrario se produce la putrefacción y el dinero no invertido en economías productivas «se pudre» y produce codicia, corrupción, a veces suicidios, por pérdidas imprevistas (diarreas que deshidratan). Si todos interiorizásemos estos versos de Mario Benedetti, probablemente cambiaríamos muchas de nuestras actitudes existenciales, en lo pequeño y en lo grande, en lo individual y en lo colectivo:

La vida cotidiana es un instante

de otro instante que es la vida total del hombre…

Cada hoja verde se mueve en el sol

Como si perdurar fuera su inefable destino.

Cada gorrión avanza a saltos no previstos

como burlándose del tiempo y del espacio.

Cada hombre se abraza a alguna mujer

como si así aferrara la eternidad…

La vida cotidiana es también una suma de instantes,

algo así como partículas de polvo

que seguirán cayendo en un abismo

y sin embargo cada instante,

cada partícula de polvo

es también un copioso universo.

… Y vale la pena cualquier sacrificio

para que ese abrir y cerrar de ojos

abarque por fin el instante universo

con una mirada que no se avergüence

de su reveladora, efímera, insustituible Luz.

Escritor, terapeuta gestáltico y consultor transpersonal

Alfonso Colodrón

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6,5 minutos de lecturaActualizado: 27/06/2024Publicado: 02/01/2015Categorías: Desarrollo PersonalEtiquetas: , , , , ,

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