Estoy tumbada sobre la hierba y respiro la atracción de la tierra en todo mi cuerpo. ¡Cómo me atrae la Madre hacia ella! Siento que nunca deja de llamarme (si no fuera así saldría volando), pero afortunadamente ahora soy consciente de que es todo lo contrario, percibo mi peso cayendo sobre su regazo, ella me sostiene siempre, respira en mi y conmigo, somos una sola respiración y con ella nada me puede faltar.
Abro mis piernas y mis brazos pegados al suelo y me recojo. Desde esta apertura de brazos y piernas, enfocada hacia mi centro, soy la misma tierra; un cordón invisible desde mi ombligo me une a ella. Nunca dejé de ser suya, nunca dejé de estar unida a mi Madre. Soy hermana de los animales y los árboles, soy un hilo en el tejido de su vida, pero también como hija igual a ella, soy la Tejedora… sólo que casi nunca lo sé, pues en mi separación mental de ella, me muestro como un hilo deshilachado de un tejido roto.
Ahora en este instante, recogida en mi y en ella, me doy cuenta de mi fuerza, me siento en mi centro de creación y sé que sólo desde aquí puedo tejer mi vida, puedo tejer mi magia.
Tejer una nueva realidad es el arte de la Tejedora, la Gran Madre antigua, ha ido tejiendo una red, dentro de su orden natural invisible que unifica todas las cosas.
Si nos separamos de ese orden natural (que no de la red, pues es imposible), nos quedamos sin fuerza, sin inteligencia y sin amor real, y nuestra capacidad creadora se empieza a desarrollar como la de una “araña loca”, creando situaciones sin orden ni gozo en nuestras vidas.
El tejido creador es nuestro cuerpo energético y ha de estar bien estructurado para que nuestras creaciones tengan una coherencia. Necesitamos un centro y un eje que recoja, que ordene y transforme todos nuestros procesos internos y externos; pero, lamentablemente, hemos perdido esa estructura femenina hace mucho tiempo. Digamos que ni tenemos un centro donde asirnos, ni un eje que ordene las múltiples facetas que podemos desarrollar, ni tenemos la capacidad de transformarnos para que nuestra creatividad sea la expresión de lo mejor de nosotras.
No podemos desarrollar nuestra realización plena con un caos de energías inconexas dentro de nosotras. Eso causa que el cuerpo sutil, que debería darnos energía, nos la quite. Un viaje interno en las prácticas mágicas o chamánicas puede dejarnos sin energía por varios días. Esta es una experiencia bastante común en los círculos de mujeres, aunque muchas no la relacionen o no sean conscientes de ello. Tal vez, después de muchos años en estos círculos, es momento de darle aún más importancia a este aspecto, pues mi experiencia y la de tantas mujeres es que SIN CENTRO NO HAY MAGIA.
Esto puede ser complicado, ya que a veces requiere dar un paso atrás, desandar lo andado, ir más despacio, de una forma más consciente, y no esperar resultados inmediatos. Las mujeres tenemos una sensibilidad especial para “viajar”, para emocionarnos, para comunicarnos, para sentir el entorno con el cuerpo sutil, pero debemos hacerlo desde nuestro centro de Fuerza, no a la deriva.
Así, hemos de tener en cuenta:**
¿Queremos hacer magia?
¿Queremos ser Sacerdotisas, Brujas, Chamanas?… Ya sabemos que lo somos potencialmente, pero no debemos perder nuestra vida en manifestar esta realidad si no estamos afianzadas en nuestra FUERZA MADURA. Esta fuerza hemos de desarrollarla poco a poco, tejiendo un centro donde recogernos, tejiendo un eje desde donde ordenarnos, tejiendo un verdadero caldero energético que nos transforme desde adentro para poder volar sin miedo.
Desde la paciencia, el silencio, la concentración, la respiración y el conocimiento de las leyes energéticas que rigen nuestro cuerpo, hemos de trabajar con responsabilidad y coherencia. Esto ayudará a despertar los lugares dormidos de nuestro cuerpo energético, llenar los vacíos y comprendernos como unidad con un centro.
La tierra es la Madre pero también es la Maestra. Su orden es el nuestro, así que, si observamos con atención, podemos descubrir cómo tejer nuestro propio tejido, viendo cómo Ella teje el suyo.
Aquí, en mi tierra Madre, tumbada sobre su piel, me dejo nutrir por ella. Permito que ella teja mi centro y soy consciente de ello. Estoy despierta, unida a ella, sintiéndome “entera”. En algún momento abriré mis alas y volaré con ella, en el aire que es su aliento, en el fuego que es su espíritu, y sabiendo que su vientre y mi vientre son la fuerza que sostienen mi vuelo en este tejido vivo.
Guadalupe Cuevas
Transmisora de la antigua sabiduría de la Diosa
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