Si Patanjali levantara la cabeza

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¡Hasta dónde se puede llegar a adulterar una ciencia tan fiable, solvente y milenaria como el yoga! Si Patanjali (primer codificador del yoga) levantase la cabeza, se moriría de espanto en el acto a pesar de su gran control psicosomático. ¡Hasta qué grado las mentes ávidas o paranoides pueden llegar a intentar prostituir el primer método de mejoramiento humano del Orbe y el más rigurosamente verificado y que ha impregnado todas las grandes corrientes espirituales! Ahora la palabra «yoga» vende y así del modo más impúdico y desaprensivo muchas personas se sirven de ella en su ávido interés.

No basta con haber mezclado el yoga con la gimnasia llamándole yogopilates, ni haber hecho del tantrismo una simple e indecorosa práctica del sexo más cutre (hablándose de algo inexistente como el yoga sexual), ni haber convertido el kundalini-yoga en materia de delirio e imaginación incontrolada y rayana en lo psicótico, ni haber convencido a la gente de que la práctica de los asanas es mejor llevarla a cabo achicharrándose que a temperatura natural, ni en haber añadido el término yoga al vocablo «reconexión» para esparcir por ahí cebos con los que tragarse el anzuelo envenenado.

No basta al parecer con ello, con esa incesante tentativa (en la que han cooperado, inexplicamente, no pocos «gurús» venidos de la India a Occidente) por degradar la más noble y experienciada ciencia del espíritu y de la mente, desnaturalizarla para renovar la capacidad de asombro de los occidentales que sólo quieren rendir culto al cuerpo o acrecentar el apego sensorial.

No basta con ello, que no es poco, sino que cada día salen nuevas formas de «yoga», hasta llegar finalmente al «cannabis-yoga» o la práctica del yoga asociada al consumo del hachís en la sesión misma de yoga. ¿Por qué no ya del LSD que permite visiones más llamativas o coloristas y poder hablar así del LSD-YOGA? ¿O por qué no de la cocaína, que permitirá un «yoga» aún mucho más atlético y estresante y al que se le denominara «cocaina-yoga»? Al menos ese otro yoga que denominan doga-yoga (de dog: perro) y que consiste en practicar con tu can, es más sosegador y menos arriesgado. Puestos a ello, y como a veces en mis sesiones de yoga se une mi gato Emile, podemos hablar del cat-yoga (cat: gato) o incluso del Emile-yoga.

Es sabio el adagio popular que dice: «Al pan, pan, y al vino, vino». Deberíamos aprender a discernir entre el yoga-yoga y el yoga-marketing o yoga-mentira. ¡Qué razón le asistía a mi buen y admirado amigo y profesor de yoga Gustavo Plaza Cuando en el primer congreso de yoga internacional que organizó en Guayaquil, y al que asistí, dijo:

«Hay salsa y hay yoga, pero lo que no hay es salsa-yoga».

¡Si Patanjali o Shankaracharya o Ramakrishna o Ramana Maharshi levantasen la cabeza!…

Flaco favor le hacen al yoga todas esas codiciosas y malintencionadas invenciones; como muy flaco favor ha sido su paso por Norteamérica; como muy flaco favor que algunos de los mismos mentores indios lo hayan falseado de tal manera para llenar sus arcas y afianzar su ego-rascacielos. En fin, amigos del genuino yoga (que es el que siempre pervivirá, como lo ha hecho a los largo de diez mi años), que como reza el antiguo adagio japonés:

«A cada gusano su gusto; los hay que prefieren las ortigas».

Ramiro Calle

Director del Centro Sadhak

Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak

Ramiro Calle

Autoridad del Yoga y Escritor. Director del Centro Sadhak

Ramiro Calle

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3,1 minutos de lecturaActualizado: 03/06/2024Publicado: 22/04/2013Categorías: Ramiro CalleEtiquetas: , ,

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