El lenguaje nos sirve tanto para entendernos como para confundirnos y hasta engañarnos. Es un arma de doble filo que hay que aprender a manejar. No podemos fiarnos completamente de lo que se nos dice ni de lo que nosotros mismos decimos. Detrás de cada mensaje hay una intención, a veces inconsciente, que lo determina. Nosotros mismos debemos aprender a preguntarnos qué estamos queriendo conseguir con lo que estamos diciendo. Es un ejercicio de transparencia que nos acerca a la honestidad y la congruencia. En cuanto a lo que se nos dice…, analizar los móviles de nuestro interlocutor debería servirnos para no ser tan manipulables y poder independizarnos del discurso del otro.

Esto salva nuestra autoestima y proyecto vital de influencias que pueden no ser las mejores para nosotros. En estos tiempos que corren la información está más manipulada que nunca y no deja de ser una labor profiláctica desarrollar un pensamiento crítico que la filtre. En ese sentido quiero rescatar un artículo: «La ocupación del lenguaje». Gonzalo Abril (UCM), Mª José Sánchez Leyva (URJC) y Rafael R. Tranche (UCM). El País, 1 de Septiembre del 2012. Vamos a ver qué nos aporta desde el punto de vista psicológico.

Los autores nos muestran en qué medida el modelo neoliberal afecta a nuestra manera de concebir el mundo. La cultura capitalista en la que estamos inmersos está atravesada por valores como la competitividad que marcan nuestras vidas. Actualmente se nos habla de «dar confianza a los mercados», de «privilegios» (y no derechos) a los que no nos queda más remedio que renunciar, de la necesidad del «copago» (y no repago) para hacer sostenible la sanidad pública… Todos estos términos entrecomillados ocultan conceptos a través del eufemismo o incluso la transformación en su contrario. La clave de la manipulación es exponer los hechos como algo irremediable, como una verdad incuestionable o de sentido común. Esto anula cualquier alternativa, y por lo tanto la capacidad crítica y la posibilidad de debate. Otra cara de la manipulación es utilizar conceptos ambiguos, sin revelar lo que implican y las consecuencias de comulgar con ellos. ¿Qué estamos sacrificando concretamente en aras de dar «confianza a los mercados»?, ¿cuáles van a ser exactamente las ventajas que esto nos va a deparar?, ¿cuándo disfrutaremos del premio a esta confianza?, y ¿cuántos de nosotros lo haremos?

Los autores toman otro eslogan que nos llega en este caso de la BESCAM (Brigada Especial de Seguridad de la Comunidad Autónoma de Madrid): «Invertir en seguridad garantiza tu libertad». En este ejemplo vemos como conceptos antes antagónicos se convierten en sinónimos: libertad y seguridad. Desde que somos niños vivimos el dilema de optar por uno u otro. Estar cerca de nuestra familia y compartir su forma de ver la vida nos da seguridad, pero nos resta libertad. Esto siempre ha sido así. Podemos sacrificar mucho de nuestra idiosincrasia para seguir perteneciendo a un grupo o no perder nuestra pareja. Cuando se elige la seguridad en exceso la vida se vuelve gris y anónima, no somos nosotros mismos. Cuando no se cede en nada y uno no se adapta a nada, la libertad queda preservada pero nos condena a la soledad y por lo tanto a la pérdida de seguridad afectiva y material que nos proporcionan los lazos sociales. Vemos pues que la seguridad y la libertad son antagónicas, y así debe ser. Uno en cada momento elige qué sacrifica y por qué lo hace. El «buenismo» de estar consiguiéndolo todo no sacrificando nada, es otro de los pilares de la manipulación.

Los autores también nos plantean el uso desvergonzado de la mentira. Ponen por ejemplo el «Plan de Garantía de los Servicios Sociales Básicos», que es en realidad el programa de recortes del gobierno de Castilla-La Mancha. O eufemismos denigrantes como el «Proceso de Regularización de Activos Ocultos» de Montoro, que es como todos sabemos una amnistía fiscal para ricos.

En este artículo los autores citan a Klemperer, el cual describe la manera en la que la población alemana hizo suyo el lenguaje de los nazis a base de escuchar una y otra vez los mismos conceptos manipulados. Ahora nos enfrentamos a eslóganes que tratan de insertarse en nuestras mentes al modo en el que lo hace la publicidad: «no se puede gastar lo que no se tiene»; la sanidad «gratuita» es insostenible; solo nosotros tenemos «sentido común»… Ninguno de ellos pasa la prueba de realidad. Para empezar el capitalismo se basa en el endeudamiento, luego gastarse lo que no se tiene está en la base del sistema y posibilita que funcione. Harina de otro costal es querer cambiar el sistema, pero desde luego los que propagan esta idea de «austeridad» no son reformistas. Por otra parte la sanidad pública no es «gratuita», la pagamos entre todos. Y ¿de qué manera el «sentido común» puede pertenecer a unos pocos? Si es común es que lo hacemos entre todos, pensando y debatiendo. Una característica elemental de los mensajes hechos para lavar el cerebro es su simpleza y fuerza emotiva, si además se repiten constantemente se convierten mágicamente en «verdad incuestionable». En psicoterapia es fundamental identificar estos mensajes sociales y familiares que atribuyen identidades a propios y ajenos limitando nuestra capacidad de percibir el mundo de una manera más compleja y por lo tanto ajustada.

Los autores también señalan cómo expresiones que siempre han estado vinculadas a proyectos progresistas como «cambio» o «reforma» son utilizadas ahora desde los sectores más reaccionarios. Es lo que llaman «la usurpación de la terminología del oponente», es decir, disfrazar al lobo con piel de cordero.

Todos somos muy manipulables, porque todos hemos sido niños deseando creer que nuestros padres saben lo que se hacen y nos quieren. Por desgracia esto no siempre es así, por duro que resulte reconocerlo. A la vez es nuestra salvación lo que está en juego en este ejercicio de independencia. No todos tenemos el coraje de volvernos activistas, pero al menos podemos volvernos impermeables a la manipulación e incluso atrevernos a buscar de forma creativa soluciones a nuestros problemas, más allá de lo que es considerado «normal» o «razonable».

Susana Espeleta

Psicóloga Colegiada

Psicoterapeuta individual y de Grupo

S_espeleta@yahoo.es